Alan solo hay uno por Jorge Bruce (*)
La actitud defensiva -no en el sentido de defensa civil sino en el narcisista- del presidente ante las críticas, señaladas por propios y extraños, a las innumerables deficiencias organizativas en la asistencia a los damnificados del terremoto, no pasaría de ser una muestra de vulnerabilidad, si no fuera porque sus reacciones agresivas y destempladas hacen más compleja aún la indispensable tarea de identificar esas carencias clamorosas. Su mecanismo base ha consistido en culpar a quien se le pusiera por delante: desde los periodistas hasta las ONG (en un ataque gratuito e injusto, al alimón con Rafael Escudero, perdón, Rey), la ayuda española o las empresas de telecomunicaciones (en este caso se requiere, en efecto, deslindar responsabilidades), incluso la corteza terrestre, a la que no dudó en desafiar, diciendo algo tan omnipotente como "si la naturaleza no quiere que salgamos adelante, entonces la venceremos".
Ahora bien, aquí no se trata de encontrar culpables sino de corregir errores fatales, en previsión de las catástrofes que vendrán, aunque el presidente amenace a nuestra díscola naturaleza. A diferencia de Alejandro Toledo, quien enfrentaba las dificultades con el traje de víctima, García pretende acallar cualquier cuestionamiento gracias a sus dones de esgrimista verbal. Paradójicamente, es esa celeridad de palabra, aunada al culto de su propia imagen, la que lo pierde. Solo así se explican dislates tan notables como los cuarenta muertos de la noche del miércoles, afirmaciones tan temerarias como que la ayuda ya había llegado al 95% de los afectados, o que la situación estaba bajo control pues no había denuncias en las comisarías (inhabilitadas e incomunicadas). Sin mencionar el desconocimiento del lanzamiento de la botella de pisco 7.9, que seguramente será estudiada en las universidades como un caso emblemático -tan efímero como memorable- de marketing macabro e indolente.
La explicación involuntaria a esta serie de despropósitos la dio el inconsciente del ministro Alva Castro, célebre por sus habilidades de comprador de vehículos y municiones en condiciones 'nunca vistas' en el país. En el programa televisivo Pulso, el titular de Interior afirmó que se había instalado en el sur un "centro de campaña", para luego enmendarse y decir "de comando". Pero el lapsus ya había salido al aire, y con él la verdad que se quiere ocultar bajo declaraciones altisonantes y soberbias. La estrategia de campaña se puede sintetizar así: ocupamos el espacio mediático y desactivamos cualquier crítica con el argumento de que no se puede atacar a una ambulancia (que tampoco había). Es una win win situation, es decir que se gana en cualquier escenario.
Habría que recordarles al presidente y a sus allegados que el héroe moderno no lo es tanto por su valentía (o imprudencia, como cuando llevó a su homólogo Uribe a un área en peligro inminente de derrumbe), sino por su capacidad de enfrentar su angustia y su sentimiento de culpa. El problema con la culpa persecutoria es que suele ser tramitada a través del mecanismo de la proyección: son los otros, no yo. Los teóricos de la escuela de Francfort, Adorno y Horkheimer, observaron hace décadas este rasgo típico de la personalidad autoritaria: la confusión entre la culpa y la responsabilidad. Nuestro jefe de Estado haría bien en meditar sobre estos asuntos, antes de levantar la voz y acusar a quien ose cuestionarlo en esta hora que no solo es difícil para él.
(*) De su columna aparecida en el diario Perú 21
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