La confesión inconfesable
por Antonio Álvarez-Solís (*)
Por ahora resulta ininteligible lo que quieren hacer con el sistema social existente los propietarios de la sociedad. Cabe imaginar que tratan de salvarse, pero salvarse ¿de qué o de quién? Lo más seguro es que traten de salvarse de sí mismos. Por ello sus declaraciones nos llevan a la confusión más absoluta. La derecha que abreva en la desregulación económica solicita una mayor intervención del estado en la economía. Quiere socialismo de tránsito. La izquierda, que dice anclar en lo social, solicita una libertad sin cortapisas para reponer el modelo de sociedad en los términos anteriores. Es decir, desea capitalismo. Los economistas de ambos credos, sumidos en el mayor de los fracasos teóricos y operativos, reclaman a la vez un mercado absolutamente libre -Friedman-, pero sostenido por la intervención pública -Keynes-. Las contradicciones resultan colosales. La verbalidad que se maneja es absolutamente incoherente. Acerca del futuro también difieren los prebostes. Unos creen que el drama acabará dentro de dos o tres años -los progresistas-; otros afirman que lo peor aún no ha llegado -los reaccionarios-.
Mientras, unos y otros saquean las tesorerías estatales con extracciones de un dinero que no tiene visos de existir materialmente y que sugiere, por tanto, otra manipulación contable; precisamente idéntica a la que dio origen a la situación ruinosa presente. Y de todo esto ¿qué piensa el hombre de la calle? El hombre de la calle no piensa nada, simplemente está aterrado. El enigma está en que no sabemos si se quiere reedificar el capitalismo con medidas socialistas o si se aspira a un socialismo para capitalistas. Al respecto los dueños de nuestra existencia llegan a hacer confesiones hasta ayer inconfesables.
Pasemos a un segundo punto, asimismo fundamental en toda reflexión que se precie. La gran ola que ha asolado lo presuntamente más fuerte del sistema, ha dejado incomunicadas la economía financiera -que no es más que un combate de habilidades o destreza de florete- y la economía real o economía de las cosas -que es la economía cotidiana y sustancial que viste o desnuda al hombre. Ahora ha quedado visible, además, que aquello que interesa verdaderamente a los poderosos ya no es el dinero propiamente dicho sino el poder, arrogantemente deseado.
En el ara del poder están siendo sacrificadas millones de vidas como ofrenda al oro. Los adversarios de esta teoría, que sostengo con todo rigor, solamente pueden oponerle que quienes la sostenemos hablamos un lenguaje irreal, sin base alguna científica. Más aún: que disertamos desde la utopía respecto a la regeneración precisa, que a nuestro modo de ver únicamente puede darse con el socialismo interpretado en toda su extensión de bienes colectivos, intervención de las masas y nacionalizaciones imprescindibles, lo que conlleva un paso mucho más enérgico que el de la estatalización, que han realizado en su beneficio los que poseen la caja.
Necesitamos una crítica radical del estado, que ha de ser sustituido por un entramado político de carácter nacional donde el juego de ideas prescinda de los grandes rasgos burgueses de la acaparadora propiedad individual y de la poderosa acción financiera, religiosa o militar. ¿Todo esto es utópico? Es posible, pero ¿por qué siempre se ha de tener por utópico lo que libera, lo que nos convierte en iguales, lo que devuelve la soberanía a la calle? Y en cambio ¿por qué es únicamente real lo que representa un poder excluyente en el reinado de los grandes propietarios, tantas veces unidos en deleznables connivencias? ¿Por qué la misma defensa material de las reales aspiraciones socialistas constituye un crimen y por qué es alabada como prenda de paz social la violencia escandalosa que ejercen los estados mediante sus instituciones y leyes? ¿Qué nos ha arrastrado a dimitir de nuestra soberanía popular, declarándola peligrosa, para reconocer esa soberanía en quienes nos encarnecen?
Si es cierto que algo valemos hablemos con lenguaje honestamente revolucionario. ¿Por qué no? El primer acto de la revolución necesaria -lo que se precisa es revolución y no bajar el dobladillo- consiste en liberarnos de contenidos lingüísticos que impiden el acceso a la razón apropiada para la democracia, que no ha de ser nueva sino auténtica en todas sus dimensiones. Los prestímanos, abstenerse. O aceptamos de una vez que los ciudadanos que ocupamos la calle no hablamos con nuestra lengua y usamos de una moralmente extranjera o las palabras seguirán constituyendo los grilletes que impiden a la razón lograr un horizonte nuevo.
El Sistema, y hay que escribirlo con mayúscula a fin de declararlo realidad fundamental y no sólo una modalidad ortográfica, trata ahora de parir reformas que se hunden en vagas peticiones morales de arrepentimiento individual a fin de recuperar banqueros honestos, gobiernos sociales, policías honradas, justicia independiente y economía equilibrada. Bien. Utópico diría ahora. Utópico no porque todo ello resulte inalcanzable, sino porque resulta imposible que tanta honestidad brote del conocido y maldito árbol del sistema imperante.
Cuando hace años, y ante la guerra, se postuló la paloma de la paz como insignia universal de la única revolución posible, se prescindió de un detalle inestimable: que los huevos de las palomas de la paz en ocasiones pueden ser, si no se tiene en cuenta su tamaño, huevos de cocodrilo. De esta confusión nació la campaña contra los regímenes populares -los cocodrilos- y el sahumerio de las llamadas democracias liberales -las palomas-. ¿Pero de qué son los huevos hoy? ¿De paloma o de cocodrilo?
La confusión existente culmina con una política que no tiene pies ni cabeza, ni coherencia alguna: se introducen medidas nacionalizadoras -invento socialista- para depurar los activos manipulados por financieros perversos -invento capitalista- con el fin de reanudar la regata insolente que ha desangrado a la sociedad de los trabajadores. ¡Grandes pícaros estos caballeros que se han apoderado ahora del dinero de la calle para sanear su mercado y así encarrilarnos otra vez por el camino del disparate y el robo. Mas si no vemos la clamorosa trampa ¿a dónde vamos si no a poner la cabeza en el tajo? Todo esto resulta de un biblismo risible.
En resumen, si la socialización de la vida resultaba hace cuatro días algo inadmisible por su malignidad, hoy, los que se mesaban los cabellos ante la propuesta del colectivismo como forma de vida, confiesan que hay que echar mano de una socialización en tránsito para restaurar el nivel de las aguas que les permita seguir navegando en corso. Para lograrlo claman que si su arca naufraga pereceremos las parejas de animales que viajamos en la bodega camino de la tierra capitalista que debemos rescatar. Y confían en que el futuro restaurador sucederá porque han visto un ave con un ramo de olivo en el pico. Un ave que han soltado con subitez sospechosa la Reserva Federal Norteamericana, los obedientes bancos centrales y los organismos internacionales en cuyas contabilidades yace el dinero ordeñado a la sudorosa colonia internacional para proceder a la enloquecida compra de los valores tóxicos que han acabado por envenenarles el banquete.
No hay nada tan inconveniente para la salud como hablar de democracia y dinero con la boca llena. Cuando los banqueros eran más elegantes y mentían cortésmente con los educados embelecos de la burguesía trasegaban con parsimonia un trago de buen vino antes de echarse nuevamente a la boca una templada pechuga de cliente. Pero llegaron los banqueros serranos y creyeron que nada acercaba tanto y tan rápidamente el pincho de caviar como el trabuco.
(*) Insurgente
La inmensa e indiscutible calidad de los artículos de Don Antonio Alvarez Solis hace que nuestros plumíferos locales (llenos de argollitas y egos superhinchados) regresen -como por un tubo- a su nivel de profundidad: el del plato de sopa.
De léctura obligada y de colección.
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