¿Qué nos hacemos con Fujimori? por Jorge Bruce (*)
Las consecuencias de una extradición de Fujimori, eventualidad que se ha fortalecido a nivel especulativo, contrariamente a lo que se venía percibiendo en el aire, no serían solo políticas. El dilema no se le presentará únicamente al Gobierno, en su pacto virtual con los seguidores del dictador. Con el prófugo retornaría, al territorio nacional y personal de todos, una serie de interrogantes perturbadoras que su ausencia física permitía mantener a raya. Ese dilema no existía con Montesinos, porque la evidencia de sus delitos es tan abrumadora que resulta mucho más sencillo desmarcarse y señalarlo con el dedo acusador, haciendo una mueca de disgusto. Como diciendo: bueno es culantro, pero no tanto. El problema con Fujimori es precisamente que ya no funcionará la coartada de "Montesinos era el culpable, yo no sabía". Esa endeble explicación no es solo la estrategia del frustrado candidato al Senado japonés. Es la de todos aquellos -y son muy numerosos- que tranquilizaban su conciencia proyectando lo "malo" de la década en la organización mafiosa, supuestamente desconocida para el entonces presidente, del siniestro asesor. Así se preservaba una admiración y un agradecimiento incompatibles con un itinerario asesino y corrupto. El riesgo personal de muchos es que lo "malo" ahora contamine irremisiblemente a lo "bueno".
Con Fujimori recluido en Piedras Gordas, siempre se puede recurrir al expediente de colocarlo en posición de víctima inocente y perseguida. Pero esa maniobra se debilitaría conforme avancen las investigaciones durante los juicios, especialmente aquellos por gravísimos hechos como los de Barrios Altos y La Cantuta, de ser aprobados esos cuadernillos de extradición, según los trascendidos del diario chileno La Nación. Al agrietarse la defensa legal que hasta ahora ha mantenido cierta credibilidad entre quienes se identifican con su estilo de gobierno, en donde los derechos humanos y la corrupción son un costo marginal en aras de un orden económico y social, autoritario por definición, también aparecerán fisuras en los mecanismos de defensa de sus partidarios. Como un terremoto de intensidad variable según quien lo sienta, los tabiques que permitían mantener separadas verdades en el fondo sabidas pero no pensadas, se irán desmoronando: entonces aparecerán las costuras de ese remiendo salvaje que debía desembocar en una sociedad más próspera y organizada. Esas representaciones que saldrán violentamente a la luz son, por ejemplo, el sufrimiento causado a los familiares de las víctimas del grupo Colina, mientras Fujimori los condecoraba y sonreía de través. La imagen del Chino tras las rejas, como las de Abimael o Montesinos, destruirá no solo el mito de su invencibilidad y suprema astucia. Perforará las negaciones de los que se aferran a esa escisión oportunista en donde los crímenes los cometía Montesinos, o eran consecuencias inevitables de la lucha contra el caos y la subversión. Por eso el fantasma de su vuelta es angustioso y genera reacciones encontradas. Nos confronta y obliga a examinar acomodos internos, en donde lo reprimido puede retornar con su legajo de culpas y recriminaciones. Junto con el Poder Judicial peruano, entrará en funciones -acaso ya lo ha hecho- el tribunal que cada cual alberga en su fuero interno, con diversos grados de lenidad o exigencia. La verdad quema pero pasado el ardor y el desconcierto, también puede curar (si se la asimila genuinamente).
(*) De su columna del diario Perú21
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