Fujimori y mi gen anarquista por Guillermo Giacosa (*)
Mi mente rechaza regularmente la autoridad. Quizá sea un gen anarquista el que me lleva a sentir esa emoción que, como toda emoción, no siempre es explicable. El hecho es graduable: siempre que asume un nuevo presidente, así no coincida con mi línea de pensamiento, tiendo irracionalmente a ser condescendiente al juzgar sus acciones. Abrigo, en el fondo, la esperanza de que un golpe de lucidez lo lleve a jugarse por acortar las distancias sociales y a comprender que la palabra inversión, a la que se le ha dado un sentido mágico, solo es realmente mágica cuando se la dirige a mejorar la calidad de vida de las mayorías lo que, en la práctica, quiere decir: buena alimentación, buenas escuelas, atento cuidado de la salud, trabajo normalmente remunerado y respeto, profundo respeto, por su dignidad humana.
Respeto que, si no viene de la sociedad a la que pertenece y del gobierno que la conduce, difícilmente se genere en el interior de quien es víctima de injusticias y de discriminación. Creo que a esa conducta de invertir en el desarrollo intelectual y moral de la población algunos le llaman "populismo". Si es así, yo debo ser un populista con un infatigable gen anarquista que rechaza todo poder que niegue a esas mayorías la participación (no solo el acceso a las urnas) en la construcción de una nación que pertenece al conjunto y no a unos pocos privilegiados que hablan y obran en su nombre. Y que no solo hablan y obran en nombre de ella, sino que tildan de traidores, subversivos e ignorantes a quienes pretenden cambiar esta situación.
Pero, volviendo a mi conflicto psicológico con el poder, la antipática cara de perro (con el perdón de los perros) que suele mostrar la realidad jamás se compadece de mis ilusiones y, así, poco a poco, mi condescendencia hacia el nuevo gobernante se va agotando. He sido militante político y conozco las dificultades que comporta ejercer y mantener el poder. Pero, aun así, la sola presencia de quien lo representa y, a veces, la de sus seguidores, me vuelve poco ecuánime. Fujimori es para mí, personalmente, un caso emblemático. Pocos como él han disfrazado de democrático un comportamiento y una conducta que, ni siquiera en sus gestos más insignificantes, lograba ocultar el carácter despótico de quien lo poseía (o tal vez era poseído por él). Su autoritarismo verbal y no verbal (su gestualidad era la de un patrón de hacienda) llegó a dinamizar tanto mi gen anarquista que, tan solo verlo por televisión dando órdenes o haciendo afirmaciones tan terminantes como falsas, me producía un rechazo difícil de digerir.
Sin embargo, verlo hoy reducido a la condición de prisionero no me produce placer. Me complace sí, y muchísimo, que se haga justicia, pero no experimento placer porque la rabia y el encono de mi gen anarquista no está, en lo profundo, dirigido contra una persona, sino contra una conducta humana que, a fuerza de repetirse, terminará haciendo que la población pierda la fe en esta injusta práctica social que, exagerando o mintiendo, llamamos democracia.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21. Brillante. No dejen de leerla.
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