El presidente Alan García anda molesto con la crítica.
Seguramente preocupado por la caída de su aprobación en las encuestas, el presidente Alan García volvió ayer a la carga contra lo que él cree que es el motivo principal de sus problemas: los que dan las noticias.
Se quejó, entonces, de quienes hacen notar lo que está mal porque, en su opinión, generan temor en la gente. "¿Cuál es este fatalismo masoquista que enferma tantas mentes, tantos pájaros de mal agüero que quieren que los peruanos nos sintamos mal todo el tiempo?", es uno de sus reclamos.
Le ha molestado, por ejemplo, que los medios destaquen los problemas del censo del domingo en lugar de priorizar la emoción que sintió porque la ciudadanía acató la inamovilidad. La semana pasada tuvo otra interpretación sorprendente: el problema central del ministro del Interior es la prensa que lo critica.
Si su apuesta es que con ese tipo de comentarios logrará persuadir a la población de que su gobierno es mejor de lo que se dice y comenta, es su derecho.
Si, en cambio, verdaderamente cree en lo que está diciendo, es decir, que sus problemas son de imagen y no de una gestión que puede necesitar correcciones, él se encuentra en un embrollo, y de paso el país, porque las respuestas las va a buscar en el lugar equivocado.
Sin duda, acá hay una interpretación discrepante sobre la función del periodismo. "Es una profesión de la cual se vive dando malas noticias", ha dicho el presidente, confundiéndola con su oficina de prensa. Como asume que la crítica es herejía, cree que su tarea es transmitir básicamente sus logros.
Una interpretación diferente entiende que los gobernantes son premiados por el ciudadano con la oportunidad privilegiada de servirlo, y de que siempre puede hacerlo mejor. Desde este punto de vista, el periodismo no está para adular al poderoso sino, justamente, para recordarle que, como este no es divino, su desempeño siempre puede ser superior al actual.
Además, es evidente que los medios constituyen hoy en el Perú un sector diverso y plural, con puntos de vista muy diferentes. Mejor así, por supuesto, pero si el presidente insiste en que todos sean sus ayayeros, acólitos o apóstoles, estamos ante un problema complicado de intolerancia.
Seguramente preocupado por la caída de su aprobación en las encuestas, el presidente Alan García volvió ayer a la carga contra lo que él cree que es el motivo principal de sus problemas: los que dan las noticias.
Se quejó, entonces, de quienes hacen notar lo que está mal porque, en su opinión, generan temor en la gente. "¿Cuál es este fatalismo masoquista que enferma tantas mentes, tantos pájaros de mal agüero que quieren que los peruanos nos sintamos mal todo el tiempo?", es uno de sus reclamos.
Le ha molestado, por ejemplo, que los medios destaquen los problemas del censo del domingo en lugar de priorizar la emoción que sintió porque la ciudadanía acató la inamovilidad. La semana pasada tuvo otra interpretación sorprendente: el problema central del ministro del Interior es la prensa que lo critica.
Si su apuesta es que con ese tipo de comentarios logrará persuadir a la población de que su gobierno es mejor de lo que se dice y comenta, es su derecho.
Si, en cambio, verdaderamente cree en lo que está diciendo, es decir, que sus problemas son de imagen y no de una gestión que puede necesitar correcciones, él se encuentra en un embrollo, y de paso el país, porque las respuestas las va a buscar en el lugar equivocado.
Sin duda, acá hay una interpretación discrepante sobre la función del periodismo. "Es una profesión de la cual se vive dando malas noticias", ha dicho el presidente, confundiéndola con su oficina de prensa. Como asume que la crítica es herejía, cree que su tarea es transmitir básicamente sus logros.
Una interpretación diferente entiende que los gobernantes son premiados por el ciudadano con la oportunidad privilegiada de servirlo, y de que siempre puede hacerlo mejor. Desde este punto de vista, el periodismo no está para adular al poderoso sino, justamente, para recordarle que, como este no es divino, su desempeño siempre puede ser superior al actual.
Además, es evidente que los medios constituyen hoy en el Perú un sector diverso y plural, con puntos de vista muy diferentes. Mejor así, por supuesto, pero si el presidente insiste en que todos sean sus ayayeros, acólitos o apóstoles, estamos ante un problema complicado de intolerancia.
(*) Director del diario Perú21. Columna del Director aparecida hoy. Buen apunte.
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