Oído a la música por Cesar Hildebrnadt (*)
La agencia estadounidense de control de medicamentos, la famosa FDA, acaba de ordenarle a los fabricantes del Viagra, el Cialis y el Levitra que incluyan entre las advertencias adjuntas al producto que su uso puede causar sordera súbita. Veintinueve casos de pérdida repentina de audición conectada al consumo de estas pastillas con levaduras milagrosas, le han bastado a la FDA para exigir que el potencial peligro, estadísticamente muy remoto, sea señalado por los laboratorios Pfizer, Lilly y Bayer.Como se sabe, el Viagra, el Cialis y el Levitra son las tres prótesis químicas más empleadas por quienes han perdido la dureza de carácter que se requiere para la lucha libre y el nado sincronizado.Lo que no sabe la FDA es que la mayoría de quienes hacen uso de esos cargadores frontales de lo que debería levitar sin esfuerzo, o ya están sordos o quieren estarlo. Porque la sordera puede ser el nuevo nombre de la paz.Y una sesión de sexo sin audio puede ser un ballet maravilloso, un invento perversón de Marcel Marceau, una película muda con Gloria Swanson (“La octava mujer de Barba Azul”, 1923, por ejemplo), un teatro negro de Praga glorioso y al alimón.En todo caso, este columnista sueña a veces que un día adquiere el poder de la sordera voluntaria y esporádica y que un gesto apenas perceptible hecho con la comisura de la boca le permite dos puntos lo siguiente:-No escuchar a mi amigo Raúl Vargas cuando se convierte en parte de la conserjería de Palacio mientras el doctor García monologa y le llama “mi querido Raúl” y miente (el doctor García) a ciento ochenta kilómetros por hora, aconsejado por las almas muertas que lo asesoran, los mercachifles que lo viven y las jubilaciones que le hablan al oído.-No escuchar a los salvajes que hablan en los cines y que creen que comentarle la película a su mujer es un acto de amor cuando lo que es, en realidad, es desdicha pura y admisión pública de que uno se ha casado con una burra, con todo lo que eso significa en incomodidades amatorias.-No escuchar al doctor Luis Alva Castro, que habría sido condenado a cadena perpetua (con fusilamiento suspendido) si la idiotez fuera un crimen, decir que los patrulleros se compran sí o sí, que no se compran, sí o sí, que volverán a comprarse sí o sí, que están en estudio, pero no, y que ahora los comprará una misión de las Naciones Unidas que entrará al ministerio del Interior vestida de asbesto para no quemarse y premunida de máscaras para no asfixiarse con el olor a caqui que allí domina.-No escuchar, en fin, la fiesta del vecino que ha construido su cirrosis escuchando los goles de Cubillas, el ruido del tráfico que es la banda sonora del infierno, la vocecita pedagógica del Cardenal que cholea, las imitaciones de Carlitos Álvarez cuando no le paga el SIN, la voz de Hugo Chávez cuando pontifica y la de Marthita cuando carraspea, la de Fujimori ahora que maúlla y la monoaural y huachafa de Saravá cuando quiere hacernos creer que la salsa es filosofía de gandul y mocoepavo.Entre las malas decisiones del Supremo –nuestra mala vista, la necesidad de masticar fritangas tres veces al día, nuestras credulidades de mono vanidoso– está la de habernos dotado de un oído sin tregua y sin botonería regulable. Un oído que pudiera suspenderse apenas uno escucha a Garrido Lecca hablando del drama de los pobres, ese sí que sería un oído perfecto y una gracia divina.
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera.
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