El Ferrari y el triciclo por Jorge Bruce (*)
Las dos velocidades que arroja la encuesta de competitividad del World Economic Forum grafican dramáticamente la marcha de nuestra sociedad. Estamos en el puesto 15 en protección al inversionista y en el 131 -el último- en educación primaria. No se puede ser más claro en cuestión de prioridades. No tiene caso culpar exclusivamente al régimen actual de este resultado calamitoso, así como es improcedente otorgarle todo el crédito por las cifras macroeconómicas boyantes que regocijan a unos y desesperan a otros. Asimismo, no tiene sentido utilizar a sindicatos o centrales de trabajadores como el Sutep o la CGTP de chivos expiatorios, del mismo modo que no se trata de satanizar a los grandes empresarios. Contrariamente a lo que parece, a tenor de las declaraciones de personajes a quienes el poder parece haber obnubilado hacia la extrema derecha, la situación del Perú jamás ha sido tan propicia para el diálogo entre gremios que solían contemplarse solo con los anteojos de la culpa y el resentimiento. Ahora se advierte un clima favorable tanto para la inversión como para un entendimiento que antes de Sendero parecía inimaginable. Es de esperar que esas décadas de atrocidad y horror nos hayan enseñado que o salimos adelante juntos, o naufragamos en un mar agitado y caótico. Corresponde, pues, exigirle al Gobierno un rumbo definido para sacarnos de ese desfase que nos conduce al desastre, ya sea en términos de violencia o, en poco tiempo, desembocando en un escenario electoral de máxima angustia. Es evidente que el Sutep ha funcionado más como un obstáculo, en la medida en que su dirigencia se ha atrincherado en posiciones de defensa gremial, relegando la calidad de la educación por considerar que se estaba sacrificando a los maestros. Sin embargo, no es menos cierto que los sucesivos gobiernos se han mostrado incapaces de resolver ese entrampamiento con soluciones creativas y de consenso que nadie se atreva a cuestionar, porque cuentan con el respaldo mayoritario de la ciudadanía. Pero lo más inquietante es la sospecha de que, en el fondo, esa educación deplorable no es solo producto de la incompetencia gubernamental y la ceguera de la dirigencia magisterial, sino que es el fruto inconsciente de una voluntad de mantener a grandes masas de peruanos en unas condiciones de ignorancia, que los condenan a ser la mano de obra barata requerida por un modelo primario de generación de riqueza. Ese rezago de épocas históricas caducas es el más grave de los arcaísmos que nos lastran. Puede que en el discurso nadie sostenga una propuesta tan políticamente incorrecta, pero eso es lo que se comprueba en la práctica, de un siglo al otro.
Mientras no nos enfrentemos con esa mentalidad retrógrada subyacente, alojada en el seno de las estructuras dirigenciales no solo del Sutep -que la avala acaso sin darse cuenta- sino de las elites económicas y políticas del país, habituadas a desempeñarse en una sociedad de privilegios escandalosos, de nada nos valdrá firmar tratados comerciales ni obtener puestos descollantes en la acogida del capital extranjero. Si no somos capaces de respetar los derechos de nuestros compatriotas, dedicando los recursos, esfuerzos y explicaciones que hagan falta, entonces con qué cara les vamos a exigir que cumplan sus deberes en los ámbitos en que no lo hacen cotidianamente. Si no sincronizamos las velocidades, Mesa Redonda terminará pareciendo una alegre fogata de muchachas guías.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
No hay comentarios:
Publicar un comentario