miércoles, 9 de junio de 2010

CLASES MAGISTRALES



Profesor de filosofia y rapeador
Cornel West: La audacia de la crítica
Jorge Majfud

Con su inconfundible estilo de afro sin blanquear, Cornel West, el autor de Race Matters (1993), levanta a la gente por donde pasa. No usa peluca ni se alisa el pelo. No se ha dejado engordar. Es un provocador de la talla de Noam Chomsky pero cuando habla desborda energía física: es un trueno que habla con todo su cuerpo. Suele vestir un austero traje negro que acomoda por detrás del cuello con un tic que anuncia una conclusión en forma de pregunta.

A diferencia de Noam Chomsky, West combina el ritmo y la pasión proselitista del pastor norteamericano con la protesta aguda del activista. Es lo que se conoce como “profesor estrella”, género casi desconocido en America latina y que en las populosas clases universitarias de Europa y Estados Unidos le hacen sombra a las estrellas de Hollywood o de la NBA. Frantz Fanon fue otro filósofo negro que dejó una huella indeleble en el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, reconocido por Jean-Paul Sartre y practicado por Ernesto Che Guevara y Paulo Freire en América Latina. Pero el psiquiatra caribeño-argelino, autor del precoz ensayo postcolonialista Peau noire, masques blancs (1952) no recibió en vida el crédito que hoy la academia norteamericana le reconoce sino persecución, descrédito y, por momentos, injusto olvido. Cuando no la burla propagandística de la derecha latinoamericana.
Como Friedrich Nietzsche, Cornel West es un profesor y filosofo de combate. Como Nietzsche, combina en sus intereses y convicciones el pensamiento y la música. Pero West es un rebelde cristiano. Si en Nietzsche la palabra es poder, en West es justicia, “la forma que toma el amor en público”. Lejos de la definición nietzscheana del cristianismo tradicional y lejos también de la teología de humillación de la tradición europea, en West el cristianismo retoma los valores que debió tener antes de Constantino.
En su último libro, Hope On a Tightrope (La esperanza en la cuerda floja), West vuelve en un estilo poco académico. Pero este estilo de lectura fácil, elegante, más próximo a Kahlil Gibran que a Edward Said, sin conceptos complejos, tiene la virtud de la comunicación popular. Casi no hay personaje histórico que no sea fácilmente reconocido por lectores no especializados. Entre sus páginas Napoleón y tantos otros dejan de ser grandes sin el criterio militar que escribió la historia para los textos de educación primaria. “Occidente llama grande a Churchill —anota West—. Él creía que los negros eran subhumanos. Estaba con Mussolini. Fue grande resistiendo a los nazis para el imperio británico. Puedo reconocérselo. […] Pero no piense usted que solo porque su sufrimiento está en el centro de su discusión por eso puede pasar por alto el mío” (167).
Su perfil de cristiano vuelto intelectual critico y radical se resume en la frase que nos recuerda, literalmente pero sin Dios, a Che Guevara: “Cualquier resistencia a la injusticia, sea en Estados Unidos, en Egipto, en Cuba, en Arabia Saudita, es una actividad dirigida por Dios, porque la indignación contra el trato cruel de cualquier grupo de personas es un eco de la voz divina para todos aquellos de nosotros que consideramos la cruz con seriedad” (169). Luego: “MLK lo dijo claramente cuando dijo que ‘la matanza criminal de los vietnamitas, especialmente los niños, es un signo de la brutalidad americana” (169). Tres días antes de su asesinato, MLK había preparado un discurso llamado “Por qué America se puede ir al infierno” (170). Pero la desmemoria histórica es un instrumento de gran utilidad. “En 1969 los Panteras Negras solían leer en público algunos fragmentos de la declaración de independencia. Y eso molestaba a la gente. Yo escuché a Huey Newton leer esto cuando salió de prisión. La gente decía, ‘¿Qué doctrina revolucionaria nos está leyendo ahora?’ Era la Declaración de Independencia de Jefferson” (173).
Refiriéndose al jazz, el blues y el hip-hop como formas de expresión, escape y reivindicación de las clases negras oprimidas, hoy adoptados mundialmente, West entiende que “ninguna otra clase social en Estados Unidos puede considerarse creadora de la más importante fuerza cultural en el planeta” (179). Lo cual es erróneo si consideramos que, precisamente Hollywood y otras industrias culturales, diseñadas para consolidar la supremacía que se critica, la supremacía imperial, ha sido de hecho la fuerza cultural más importante del mundo, creado por la clase dominante norteamericana.
Con respecto a las Américas del Sur, West recuerda por donde va que “Estados Unidos ha intervenido militarmente en América latina más de cien veces en los últimos 162 años. Es muy difícil para un gobierno luchar contra el terrorismo con la democracia, cuando ha institucionalizado políticas militaristas que con frecuencia han apoyado regimenes antidemocráticos cuando no ha derribado regimenes democráticos. La ‘seguridad nacional’ se ha vuelto más que un término elástico. Ahora justifica la agresión imperial estadounidense e invasiones preventivas y guerras en nombre de la democracia. Pero la tiranía nunca puede ser promovida como democracia” (179).
Otros aforismos breves, simples, anotaciones al margen acompañan el último libro de West que alude al título y a la muletilla más conocida de uno de los amigos del autor, el presidente Barack Obama (The Audacity of Hope, 2006/La audacia de la esperanza). Pero cuando habla, West no es condescendiente con su “hermano” Obama. Todo lo contrario. Pocos días atrás, en la capilla de Lincoln University definió el problema de una forma simple: no hay que mirar si hay un negro en la cúpula sino cuantos negros hay todavía en el sótano. Quizás los académicos se aburran leyendo frases como “solo más democracia puede mejorar la suerte de las victimas de la democracia americana”.
Pero el West oral es bastante más persuasivo que el West escrito, lo que ya es demasiado. Cierta vez, en una mesa redonda sobre Setiembre 11, Bill Maher le preguntó si creía en las teorías de la conspiración. West respondió con un estilo que refleja su filosa inteligencia: “No. Yo sé que el mundo es un lugar misterioso. Sé que suelen tomarse decisiones en secreto. Pero no creo en ninguna conspiración”.
Cuando un estudiante le preguntó por qué enseñaba en la elitista Princeton University, Cornel West confirmó: todos podemos hacer algo desde cualquier lugar donde estemos. Sin duda, esa voz se escucha más fuerte desde Princeton. Por lo menos para las masas, se escucha más fuerte que valiente y también lúcida voz de Frantz Fanon, por un tiempo apagada entre el polvo de Argelia, reverberando como un susurro entre los anaqueles de las faraónicas bibliotecas norteamericanas.

Dos extractos del libro Hope On a Tightrope
Traducción de Jorge Majfud
autorizada por el autor y por la editorial Smiley Books

Libertad
Los oprimidos deben preocuparse más por su propia sobrevivencia que por su libertad. Deben pesar en el próximo día y en la próxima semana y en el próximo mes antes que en cualquier forma de liberación. Pero cuando los oprimidos decidan enderezar sus espaldas, habrán reuniones y manifestaciones en cada ciudad grande de Estados Unidos. Estos encuentros masivos serán el indicio de que la lucha por la libertad ha comenzado otra vez, con nuevos bríos, y nuevas posibilidades se desatarán. Entonces el pueblo del Señor estará listo para subir a bordo. Estoy hablando de estar preparados, porque se viene. Es lo que el gran Curtis Mayfield decía en su canción People Get Ready. El tren de la libertad está por pasar!
* * *
Pero cómo cambiar radicalmente un sistema mientras se trabaja dentro de él. Dada la fragmentación de la fuerza laboral donde, debido a la automatización y la globalización, los trabajadores han sido entrenados para adquirir unas habilidades y para perder otras, ¿quién podría convertirse en el agente principal del cambio social? ¿Quién podría hacernos libres?
* * *
Los jóvenes quieren una libertad total y la quieren rápido y fácil. De muchas formas, lo que hacen es reflejar lo que ven en su propia sociedad, en Wall Street. Les resulta muy difícil tomar en serio ya no sólo un compromiso con el que puedan cumplir con sacrificio sino que últimamente también les resulta difícil tomar en serio la misma vida humana. Las ganancias y los beneficios se han vuelto más importantes que la vida humana. Lo que estamos viendo es un civilismo frío a lo largo de todas estas comunidades. Esto es una clara expresión de nuestra cultura y de nuestra civilización.
La alegría subversiva es la habilidad de trasformar lágrimas en risas, una risa que nos permita comprender lo difícil que es el camino, que nos permita disfrutar de nuestro propio sentido de humanidad, de cierto humor en medio de una lucha que es en serio. Esta es la verdadera libertad de espíritu.
Podemos pensar y sentir, reír y llorar, y con la fe y la capacidad de la gente común podemos luchar. Luchar con una sonrisa en nuestros rostros y con lágrimas en los ojos. Podemos descubrir todo tipo de privaciones y aún así sostener una bandera que ha sido manchada de sangre y seguir sosteniéndola con una esperanza basada en una genuina comprensión de lo que nos rodea. Podemos identificar y denunciar la hipocresía y mantener vivo un sentido de viabilidad para nosotros mismos y para nuestros hijos, y de esa forma cumpliremos con nuestra misión sagrada en este mundo. Las aventuras de Huck Finn [de Mark Twin], capítulo 31, es uno de los momentos más sublimes de la literatura norteamericana. (1) [Ante el deber civil de entregar a su amigo esclavo] Huck tomó una decisión cuando agarró la carta [que lo denunciaba] y la hizo pedazos. “Está bien, entonces iré al infierno”, dijo. Sabía que su alma iría al infierno pero de todas formas él iba a resistir contra la civilización. Iba a resistir todo tipo de castigos por parte de su tía. Pero se decidió por salvar su integridad y su conciencia. Esto no llega a ser aún un acto político. Es simplemente un acto moral que dio forma a su alma. Es un intento por madurar.
Huck prefería ir al infierno que negar la humanidad del negro Jim, ya que había comprendido que la negrización era una mentira.
Sin duda es un descubrimiento increíble para un blanco. Es un progreso. Este Jim, quien había sido negrizado, es un ser humano. Me alegra su humanidad. Lo necesito tanto como él me necesita como co-participante en la reformulación de lo que debe ser América y lo que significa una democracia.
Este es un gran momento. Este es Samuel Clemens [Mark Twain].
* * *
Muchas veces he sido acusado de ser antiamericano. Simplemente digo que así como Platón intentó hacer del mundo un lugar seguro para Sócrates, así trato yo de hacer el mundo un lugar seguro para el legado de Martin Luther King. King fue lo mejor de Estados Unidos.
(1) Nota del traductor: Según Ernest Hemingway, la literatura norteamericana moderna surge a partir de esta novela de Mark Twain, publicada en 1884. El tema central radica en la lucha de la conciencia formada en los valores de una sociedad esclavistas contra la sensibilidad del protagonista, un joven blanco, Huck, que realiza con un negro esclavo llamado Jim una fuga en balsa por el Mississippi.
Justicia Social
Martin Luther King dijo una vez que un hombre no puede saltar por encima de uno al menos que uno esté agachado. Sin embargo, no es fácil enderezar la espalda; hay que pagar un precio para ello. ¿Cuáles son las condiciones por las cuales los negros van a enderezar sus espaldas? ¿Cómo los negros podrían sacudirse su propia negrización?
Cuando examinamos los orígenes de esta negrización debemos darnos cuenta de la forma en que las prácticas de supremacía blanca se volvieron progresivamente sistemáticas y dominantes. Estoy hablando del miedo, del odio y de la codicia del blanco que se extendió hasta el extremo de traumatizar profundamente a los negros hasta hacerlos sentir desprotegidos y sin esperanzas. Se nos negó la facultad de amar y de ejercitar la autoestima. Por resistir o por organizarnos contra ese tipo de opresión pusimos nuestras vidas en peligro. Aún hoy en día lo hacemos.
La negrización de los negros procuró convertir su amor en un crimen, su historia en una materia universitaria, sus esperanzas en una broma y su libertad en una quimera.
¿Por qué llamamos “grande” a Alejandro? Alejandro dominó más gente en su tiempo que ningún otro. ¿Por qué llamamos “grande” a Napoleón? Porque sus conquistas y sus matanzas fueron históricas. ¿Qué ocurriría si nuestros criterios sobre la grandeza no dependieran de las conquistas y las matanzas? ¿Qué pasaría si nuestros criterios fuesen el amor, el servicio y la justicia social?
Occidente llama grande a Churchill. Él creía que los negros eran subhumanos y estaba con Mussolini. Fue grande resistiendo el nazismo para el imperio británico. Puedo reconocérselo. Si vamos a definir la grandeza de esa forma, bueno, sí, fue un gran hombre. Pero nadie puede pensar que sólo porque su sufrimiento está en el centro de su propia discusión, sólo por eso puede pasar por encima el sufrimiento de los demás.
¿El ministro Louis Farrakhan es grande por su homofobia? No. ¿Tal vez por su posición sobre el patriarcado? No. ¿Es grande por haberse preocupado por la humanidad de los hermanos judíos? No. ¿Es grade por haber luchado contra la supremacía blanca? Sí. Louis Farrakhan dedicó toda su vida a perseguir y denunciar la supremacía blanca, sus efectos y consecuencias tal como él los entendía. Se dedicó a vivir y morir para poner de pié al pueblo negro.
* * *
La cultura norteamericana parece carecer de al menos dos elementos que son esenciales para la justicia racial: un profundo sentido de la tragedia y del real alcance que tuvo el odio vertido sobre la sociedad norteamericana; una negación crónica de muchos norteamericanos a reconocer el absurdo por el cual un descendiente de africanos debe enfrentar en su propio país, como el permanente asalto contra la inteligencia, la belleza y carácter de los negros. No se trata sólo de defender los privilegios de quienes poseen piel blanca. Además demuestra una resistencia a mirar directamente la brutalidad y la tragedia del pasado y el presente de su propio país.
Esta persistente y difícil mirada podría pinchar la burbuja en la que viven muchos norteamericanos, si comprendieran que esta nación que ama la libertad, esta tierra de indudables oportunidades también ha cometido innombrables crímenes contra otros seres humanos, especialmente contra los negros.
* * *
El reverendo Jeremiah Wright es un querido hermano. Hace poco, ha sido bautizado por los medios de comunicación como la última encarnación del típico “negro malo”. Sea en la esclavitud o en las comunidades bajo Jim Crow, los malos negros son aquellos que están “fuera de control”. Jeremiah Wright dice lo que piensa. No olvidemos que todos somos cálices rotos. Como cualquiera, Wright no se salva de merecer críticas —por ejemplo, sus afirmaciones sobre el Sida y el VIH son erróneas—, pero deben ser críticas justificadas.
Tuve la oportunidad de hablar en su iglesia muchas veces y me alegra cada vez que sus palabras y sus ideas completas son reproducidas por los medios porque toda verdadera plegaria hacia Dios condena la injusticia. Cuando Wright dice que Dios condena a Estados Unidos por matar a inocentes, por tratar a sus propios ciudadanos como si fuesen algo menos que seres humanos, es verdad. Es verdad para cualquier nación. No podemos nunca poner la cruz por debajo de ninguna bandera.
Wright es un profeta cristiano y por lo tanto cualquier bandera está por debajo de la cruz. Si uno cree que Estados Unidos nunca ha asesinado a inocentes, entonces Dios nunca lo va a condenar. Para nosotros Dios condena la esclavitud, a Jim y a Jane Cow, condena el odio a los gays y a las lesbianas, el antisemitismo y la tendencia antiárabe a identificarlos con el terrorismo. Dios es un Dios de justicia y amor.
Lo que Wright está señalando es el grado de injusticia que todavía existe en Estados Unidos. Nunca debemos confundir esta crítica con el antiamericanismo. Cualquier resistencia a la injusticia, sea en Estados Unidos, en Egipto, en Cuba o en Arabia Saudí es una acción dirigida por Dios, ya que toda indignación contra el trato cruel de cualquier grupo humano es un eco de la voz de Dios para todos aquellos que tomamos la cruz en serio.
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