sábado, 7 de agosto de 2010

DIARIO DE LA DESOCUPACIÓN


Diario de la desocupación
Página 4: Los ojos de Charito Barragán

Sinceramente no recuerdo si se me ocurrió a mi o se la escuche a alguien. Supongo que la idea tuvo su origen en alguna de esas noches de histérica borrachera.
El concepto es bastante simple: Ponerse vallas altas con el objeto de no sucumbir a la tentación o dejar algún mal hábito por una especie de implícita deprivación.
Me explico: Si se desea dejar de tomar licor, en lugar de exigirse a rechazar el trago por completo (lo que nos pone una cara de boludos a la vela en la primera semana de abstinencia) decidirse a tomar únicamente –por ejemplo- Amaretto di Saronno con hielo.
Ya sea por el hartazgo que nos produciría o por lo caro y prohibitivo del producto acabaríamos con la costumbre en dos papazos. No habría pierde.
El petulante de Churchill decía “me conformo con poco, solamente lo mejor” y San Francisco de Asís en el lado opuesto señalaba: “Deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo, poco”. Sin compartir totalmente sus conceptos, y de manera contraproducente ellos inspiraban la muy original prueba.
La teoría sugería múltiples combinaciones en apariencia inalcanzables.
Pero normalmente no tomamos en cuenta la posibilidad del azar (que en el fondo no existe) ya que son intervenciones de una bien organizada jerarquía celestial siempre dispuesta a probarnos que los seres humanos tan sólo somos caquita de moscas sobre papel y que al parecer –hasta expandir honestamente la conciencia- siempre estaremos sujetos a un irónico destino, jugador y pendenciero.
No se (ni me interesa recordar) porque en esos tiempos deseaba no caer en la infidelidad. Sería porque estaba con el ego muy alto o porque desde cierta posición laboral (en la que contaba con algunas prerrogativas interesantes) era presa fácil de cualquier ambiciosa fémina o de una alguna arribista aventurera.
Todavía no estaba medio tío y de seguro me había dado la crisis del conocimiento de la metafísica que afecta generalmente a los maduros que empiezan a podrirse con la llegada de los segadores cuarenta y se cruzan con Saint German y Connie Méndez.
Yo decía –debo reconocer que en un tono ridículamente jactancioso- que a mi la sabrosa lujuria de la aventura extraconyugal no me seducía.
Y acotaba: solamente una mujer como Charito Barragán podría torcer mi fuerza.
Charito Barragán era, en ese entonces, una conocida señora del mundo de los gimnasios y el fitness, emparejada en esos tiempos, con un caballero que también era una figura en ese medio y que normalmente, al hablar, no podía pronunciar bien la erre.
Tenían un programa de televisión que yo veía (echado en la cama por supuesto) en donde enseñaban algunos ejercicios y aeróbicos (que no practique nunca por supuesto) y en el que la atracción principal era la indiscutible belleza y simpatía de la dama. Al menos para mí.
Debo haber proclamado tanto mi discursito de marras que algún amigo espiritual -aburrido con mis excesos verbales- interrumpió mi speech señalándome que era obsesivo luchar contra las pruebas que nos presenta la vida amparándonos en palabras.
Que nuestros días eran tan sólo eso, un camino de pruebas. Tan sólo eso y no le hice caso.
Describir emociones tan fuertes como la que sentí aquella noche en que volteando la mirada pude descubrirla departiendo alegremente en una mesa del Café en donde yo trabajaba sería como contarles lo que sienten los hombres cuando los parte un rayo.
Fueron breves segundos en los que sus ojos color miel (ignoro si eran cosméticos o naturales) me taladraron el alma trozándola en varios pedazos. Quede subyugado.
Ni hablar de la hiperventilación que me produjo cuando pasó a mi costado con esa sonrisa tan deliciosamente perfecta. Y menos de la sensación extraña que me invadió cuando horas mas tarde regresó al bar con su amiga V. A. y unos caballeros, para moverse sensualmente mientras bailaba sola, al son de un ritmo que hoy me parece la melodía del deseo.
Su sola presencia terminó por confirmarme en definitiva que la única forma de vencer las tentaciones es caer en ellas y que las hipótesis que solemos hacernos para evadir las tareas pendientes que traemos al mundo son poco útiles para pagar nuestros inevitables karmas.
Y aunque suene mentiroso y conveniente para quien pueda leer este diario desde esa noche he dejado de pensar en tantos deseos enhiestos y en las naturales prohibiciones que implican y creo que mis actos serán limpios mientras no trate de justificarlos con juegos mentales que en el fondo nacen del mar eterno de mis más escondidas emociones.
Charito Barragán se separó finalmente de su marido de entonces (que llegó a ser congresista de la bancada de la dictadura Fujimorista). Tuvo un par de escandeletes de prensa amarilla. Se casó con un sujeto respetable y espero que ésta vez sea muy feliz.
Y aunque no nos conocimos nunca, aún hay momentos, en que recuerdo sus ojos color miel con un ligero estremecimiento. Gracias por el fuego.
H.D.P.
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