
Diario de la desocupación
Página 5: Pupilas Lejanas
“En unos años, el 70 por ciento de la población mundial tendrá Internet. El 30 por ciento restante seguirá teniendo sexo de la manera normal”
(Roberto Petinatto en su programa “Un mundo perfecto”)
“La ociosidad es la madre de todos los vicios y la mañosería es su niña engreída”
(Inspirada frase de la abuela)
Enciendo el ordenador. Una ligera sensación de ansiedad me invade.
El programa mensajero se desplaza y se instala en la pantalla.
Ella, F, luce como conectada en mi lista de contactos.
A través del micrófono ensayo, inútilmente, una voz seductora:
- ¿Bebe estás ahí? … Soy yo… tu caramelo… -
Desde el otro lado sólo percibo un silencio incómodo. Acepto la invitación para recibir las imágenes de su trasmisor personal.
Aparece en la escena un tipo con una expresión bastante seria. Es feo, cachetón y luce unos bigotes espesos. Parece una morsa.
Tiene sectores de canas en la cabeza como si fueran pequeñas islas.
-Soy Miguel Ángel – dice, -contigo quería hablar, buey-
Esos diarios lunes al sol del desempleo suelen ser invitaciones a la trasgresión. Uno espera que le renueven el contrato en la chamba y se pasa un mes en casa viendo películas antiguas y derramando cenizas y colillas de cigarrillo en todos los ceniceros. Y aunque uno haya tratado de aprender a vivir y convivir con la soledad llega el momento en que uno está, de verdad, inevitablemente solo y entonces derrapamos -con un entusiasmo digno de mejores causas- en los estrambóticos vericuetos de la red.
Así conocí a F. Ella es mejicana. Ama de casa que –como todas las mujeres casadas huecas- se siente descuidada y poco apreciada por el marido.
Puro cuento: el hombre se desloma trabajando mientras ella busca darle cuerpo a sus horas magras de ocio.
Sala de Chat de adultos. Conversación banal. El mal gusto del juego de las palabras en doble sentido.
Primero tecleas como loco esperando no cometer demasiados errores ortográficos. Luego conversas usando los audífonos y después te permiten ver sus pupilas lejanas usando el lente de una pequeña cámara Web.
Las de ella tenían el resplandeciente fulgor de una desenfadada liberación. Para ser una mujer que se decía sufriente parecía gozar, con una desbordante alegría, de la infidelidad a distancia que practicábamos entre alocados susurros, entre mostrarnos y exhibirnos, absurdamente coronados de impudicia.
Quería invitarme a conocer su país y hasta llegaba a ofrecerme los medios para materializar lo que hasta entonces era sólo el furor de un par de onanistas.
Dos semanas y media habían transcurrido y yo ya conocía todas las fronteras su cuerpo (de mujer cerca del inminente ocaso de los cincuenta) gracias a la magia de la tecnología moderna. Sus desnudos eran atrevidos y violentos.
Algo así como si hubiera una vergonzosa compensación entre la excitación del momento y la condenatoria vida aburrida y sin aventura del hogar.
De esa manera poco convencional creíamos inventar el amor como sustituto de nuestras pequeñas enterezas y unas obvias debilidades personales.
-Usted me confunde- le dije, tratando de mantener la calma,
-Soy amigo de F desde hace muchos años- agregué sin convicción
-Soy un hombre felizmente casado, padre de dos hermosos hijos, con un hogar constituido- añadí con un cinismo inútil,
-Mira buey, escúchame tranquilo- interrumpió fríamente (tanto así que empecé a sentir temor pese a que nos separaban miles de kilómetros de distancia)
-Agrádesele a Diosito que estas lejos, sino ya estarías en el hospital desmadrado en cuatro partes iguales- amenazó sin inmutarse y con una decisión absoluta, inquebrantable, totalizadora.
-Aunque mi mano puede alcanzarte si me retas, rétame buey, rétame- dijo y cortó la transmisión.
Ahora uso la computadora con fines menos extraños. Confieso que chateo muy poco, casi nada y que he sido leal a la gozosa reminiscencia de F.
Aún no me han visitados charros, mariachis o carteles vindicativos.
Creo que la peor virtualidad que experimentamos es desarrollar en este mundo, de por si bastante virtual, una experiencia hecha con retazos de inconciencia justa a nuestra medida. Y que como todo lo manifestado por el terrible animal humano carece de una necesaria grandeza creando barreras insalvables cuando tratamos de llegar a conocernos de verdad.
Página 5: Pupilas Lejanas
“En unos años, el 70 por ciento de la población mundial tendrá Internet. El 30 por ciento restante seguirá teniendo sexo de la manera normal”
(Roberto Petinatto en su programa “Un mundo perfecto”)
“La ociosidad es la madre de todos los vicios y la mañosería es su niña engreída”
(Inspirada frase de la abuela)
Enciendo el ordenador. Una ligera sensación de ansiedad me invade.
El programa mensajero se desplaza y se instala en la pantalla.
Ella, F, luce como conectada en mi lista de contactos.
A través del micrófono ensayo, inútilmente, una voz seductora:
- ¿Bebe estás ahí? … Soy yo… tu caramelo… -
Desde el otro lado sólo percibo un silencio incómodo. Acepto la invitación para recibir las imágenes de su trasmisor personal.
Aparece en la escena un tipo con una expresión bastante seria. Es feo, cachetón y luce unos bigotes espesos. Parece una morsa.
Tiene sectores de canas en la cabeza como si fueran pequeñas islas.
-Soy Miguel Ángel – dice, -contigo quería hablar, buey-
Esos diarios lunes al sol del desempleo suelen ser invitaciones a la trasgresión. Uno espera que le renueven el contrato en la chamba y se pasa un mes en casa viendo películas antiguas y derramando cenizas y colillas de cigarrillo en todos los ceniceros. Y aunque uno haya tratado de aprender a vivir y convivir con la soledad llega el momento en que uno está, de verdad, inevitablemente solo y entonces derrapamos -con un entusiasmo digno de mejores causas- en los estrambóticos vericuetos de la red.
Así conocí a F. Ella es mejicana. Ama de casa que –como todas las mujeres casadas huecas- se siente descuidada y poco apreciada por el marido.
Puro cuento: el hombre se desloma trabajando mientras ella busca darle cuerpo a sus horas magras de ocio.
Sala de Chat de adultos. Conversación banal. El mal gusto del juego de las palabras en doble sentido.
Primero tecleas como loco esperando no cometer demasiados errores ortográficos. Luego conversas usando los audífonos y después te permiten ver sus pupilas lejanas usando el lente de una pequeña cámara Web.
Las de ella tenían el resplandeciente fulgor de una desenfadada liberación. Para ser una mujer que se decía sufriente parecía gozar, con una desbordante alegría, de la infidelidad a distancia que practicábamos entre alocados susurros, entre mostrarnos y exhibirnos, absurdamente coronados de impudicia.
Quería invitarme a conocer su país y hasta llegaba a ofrecerme los medios para materializar lo que hasta entonces era sólo el furor de un par de onanistas.
Dos semanas y media habían transcurrido y yo ya conocía todas las fronteras su cuerpo (de mujer cerca del inminente ocaso de los cincuenta) gracias a la magia de la tecnología moderna. Sus desnudos eran atrevidos y violentos.
Algo así como si hubiera una vergonzosa compensación entre la excitación del momento y la condenatoria vida aburrida y sin aventura del hogar.
De esa manera poco convencional creíamos inventar el amor como sustituto de nuestras pequeñas enterezas y unas obvias debilidades personales.
-Usted me confunde- le dije, tratando de mantener la calma,
-Soy amigo de F desde hace muchos años- agregué sin convicción
-Soy un hombre felizmente casado, padre de dos hermosos hijos, con un hogar constituido- añadí con un cinismo inútil,
-Mira buey, escúchame tranquilo- interrumpió fríamente (tanto así que empecé a sentir temor pese a que nos separaban miles de kilómetros de distancia)
-Agrádesele a Diosito que estas lejos, sino ya estarías en el hospital desmadrado en cuatro partes iguales- amenazó sin inmutarse y con una decisión absoluta, inquebrantable, totalizadora.
-Aunque mi mano puede alcanzarte si me retas, rétame buey, rétame- dijo y cortó la transmisión.
Ahora uso la computadora con fines menos extraños. Confieso que chateo muy poco, casi nada y que he sido leal a la gozosa reminiscencia de F.
Aún no me han visitados charros, mariachis o carteles vindicativos.
Creo que la peor virtualidad que experimentamos es desarrollar en este mundo, de por si bastante virtual, una experiencia hecha con retazos de inconciencia justa a nuestra medida. Y que como todo lo manifestado por el terrible animal humano carece de una necesaria grandeza creando barreras insalvables cuando tratamos de llegar a conocernos de verdad.
La realidad como tal, ya es sumamente extraña.
No la pienso complicar más.
H.D.P.
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