jueves, 22 de julio de 2010

DIARIO DE LA DESOCUPACIÓN


Diario de la desocupación:
Página 1: Encuentros cercanos sin ningún tipo (I)


Hoy me encontré con G. La conozco hace 25 almanaques.
Los años le han caído encima como a todos los del pasado reciente.
Debe estar algo jodida si anda en el transporte público como nosotros (a los que se les perdió la fortuna en la primera bruma).
Inútil el tratar de no asociar su imagen a cuando era jóven, sexy y bien puta. Se hubiese devorado al mundo para alcanzar sus objetivos.
Se enamoró de un tipo macetón -una especie de atigrado sexópata- que ahora ya es un tío medio ciego y absolutamente descangallado y misio.
Tuvo que dejar al hombre porque éste se aficionó a la droga, al trago, a amancebarse con cualquier chola ajena y a aplicar rico golpe en casa.
Ella ha sacado adelante a los críos (le hicieron tres) Y con una combinación en la que intuyo tiene que ver el amor venal y el sablazo oportuno post-coitum ha logrado darles educación y una vida digna aunque sea sacrificando sus propias expectativas.
Cuánta gente conozco así. Muy pocos. El ser humano en su gran mayoría es egoísta.
Se de aquellos muy decentes que pese a ser buenos padres proveedores en el fondo no saben lo que significa en verdad la palabra sacrificio. Apúnten: Sagrado oficio.
Sea como sea, socialmente írrita, hay mujeres, que como ella, sólo pueden ser verdaderas damas, inexorablemente suicidas con sus sueños por ser madres, pero indiscutiblemente las que representan lo bueno que queda de esta civilización podrida.
H.D.P.


Diario de la desocupación
Página 2. Laburos y otras condenas: Cábina 33


Llaman por teléfono. Me citan para una entrevista de trabajo. En estos tiempos (puro blablablá siempre ha sido igual) la oferta laboral está bastante deprimida y sin el tratamiento psiquiátrico del caso. La calle está dura.
La cosa consiste en ventas ...telefónicas. Y si uno vende se puede ganar dinero en proporción a las ventas. Mi alma al diablo. Y love you, sweet money.
Me entregan unos speechs ( todos arrancan con la mentira de que la llamada proviene de un importante estudio de investigación o de un centro de asistencia especializado, ambos inexistentes) y un teléfono para llamar al extranjero en la cabina 33.
El público objetivo para el negocio son los hispanos residentes en USA (que supongo deben andar saboreando los efectos de la crisis económica gringoide) detallados en unos listados informativos que cuentan con varias reediciones y mil usos prosaicos.
Adornan la cabina 33 unos globos inflados que pueden ser reventados cuando se asome la tercera venta del día. Hay un premio crematístico después del pinchazo.
Cuando uno empieza algo, suspira, hace una profunda inspiración, se encomienda al Altísimo y supone que el asunto es digerible.
Y es que ustedes ignoran a la bestia interna del call-center.
Las primeras llamadas se estrellan contra las máquinas contestadoras y los artefactos desconectados. Las que le siguen, contra esa población ferial que constituyen los hispanos que residen en un páis al que normalmente odian con toda su alma.
Indefinibles entre si mismos, su origen depende de gustos folclóricos y casi todos hablan con ese terrible acento gusano ( el de esos cubanos que huyeron de la isla en marielitos y que cuentan con un pasado terrible al que temen con un estoicismo paranoico).
Responden con la patanería del que no tuvo acceso a ninguna educación y tras tres o cuatro palabrotas me informan que los han llamado cincuenta mil veces y que no van a comprar nunca. Mi resistencia a la frustración ya está por debajo de cero.
A los que contestan (con la paciencia del que tiene tiempo para escuchar) trato de engatusarlos con el discursito de marras y lo mas selecto de mi encanto de salón.
No tienen plata. No tienen trabajo. No tienen documentos ni dirección. No atracan.
Me juego medio día y ya he realizado unos 100 llamados en total. Nada. Nada de nada.
Me levanto con parsimonia, cruzo una larga fila de cabinas recordando las galeras de la epoca de los romanos y sin decir palabra abandono el lugar.
Desciendo por unas escaleras que me conducen a la calle. Enciendo un cigarrillo.
El sol primaveral se siente refrescado por la brisa. El tránsito es apacible.
Una chica que pasa caminando me sonríe como si comprendiera mi bello desencanto.
Pienso en las cuentas del fin de mes. En los rostros familiares avinagrados.
Y me digo ( o alguien dice dentro de mi) que se vaya todo al carajo.
Esto también pasará y el mañana si no es mejor, indiscutiblemente no va a ser peor.
Sigo mi rumbo, tras la huella de los pasos de la fémina, completamente convencido de que los buenos tiempos siempre estarán por llegar. De esta fe loca, dibujada de saltos al vacío y que las cosas, por orden natural, van definitivamente a cambiar.
H.D.P.

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