sábado, 26 de junio de 2010

VALE TODO



Entre el Mundial de Fútbol
y la vida

Koldo Campos Sagaseta

El juego es una de las actividades que, desde niños, más nos ayuda a entender la necesidad de establecer y respetar normas. De hecho, todo juego colectivo, la mayoría lo son, perdería su esencia si no estuviera sujeto a reglas y si los jugadores no las respetáramos.
Así sean juegos de mesa o de calle, no importa que sean conocidos o los improvisemos, para dar inicio al juego el primer paso consiste en establecer y aceptar las pautas por las que debe regirse. Obviamente, esas reglas tienen que ser las mismas para todos. Nadie aceptaría jugando al parchís que uno de los jugadores, dependiendo de lo que le convenga, cuente de más o de menos, o que pretenda tirar dos veces el dado en atención, por ejemplo, a que es el dueño del tablero.
El fútbol, uno de los deportes en los que más pesa el factor colectivo, también está sujeto a reglas. Cuando niños, antes de dar inicio al partido en la calle o en la escuela, los dos jugadores más cotizados se encargaban, tras escrupuloso sorteo, de ir eligiendo alternativamente a los componentes de los dos equipos hasta que en igualdad de condiciones comenzaba a rodar la pelota.
Como niños exigíamos que el juego dispusiera de normas, y hasta en nuestro modesto partido de fútbol, a pesar de no disponer de árbitro que decidiera qué era y no era falta, discusiones al margen, el juego transcurría sujeto al respeto que debíamos a esas reglas establecidas y que buscaban la mayor equidad posible.
Nadie habría consentido que una de las porterías fuera más grande que la otra o que un equipo contara con más jugadores que el rival. Si alguien hubiera pretendido entonces jugar al fútbol en esas condiciones, sin normas generales de común y obligado cumplimiento, no habría habido juego.
Curiosamente, lo que como niños nos resultaba inaceptable, lo que como niños nunca permitíamos, como adultos, más tarde, hemos ido olvidando o disculpando, y ya no sólo en relación al juego.
¿Se imaginan, por ejemplo, que el equipo palestino en un mundial de fútbol le marcara un gol inobjetable a Israel y el gol no subiera al marcador porque un hipotético Consejo de Seguridad del Arbitraje lo vetara? ¿Imaginan que en cada partido, anexo al campo, tuviéramos sentados a los 5 representantes del Consejo de Seguridad del Arbitraje con derecho a vetar cualquier resolución que terminara en gol si éste les afectara?
Ningún niño aceptaría jugar un partido en esas condiciones.
De más está recordar cuantos millones de adultos ciudadanos en absoluto cuestionan que el organismo que en las Naciones Unidas se ocupa de mantener “la paz y la seguridad de los países” compuesto por cinco naciones permanentes: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, China y Rusia, pueda usar el veto en contra, incluso, del sentir general de la humanidad. No hay más que repasar las últimas votaciones de ese organismo con respecto al bloqueo a Cuba. En patética demostración de hasta qué punto derecho y justicia se han hecho adultas, Estados Unidos, Israel y las islas Marshall pesan más que el resto de las naciones del planeta.
¿Alguien concebiría que en un partido de fútbol una decisión arbitral quedara sin castigo? ¿Es posible imaginar un partido en el que el árbitro le sacara la tarjeta roja a un jugador y éste, haciendo caso omiso de la decisión arbitral, siguiera jugando como si nada y hasta reiterando las faltas por las que fue expulsado?
Ningún niño aceptaría, dado el caso, que el partido pudiera continuar mientras no saliera del terreno de juego el sancionado.
Tampoco hace falta recordar cuántos Estados han preferido mirar para otro lado ante el centenar de resoluciones y condenas que Israel acumula en su larga trayectoria al margen de la ley y el derecho.
¿Es admisible figurarse un partido de fútbol en el que un equipo, a diferencia de los demás, no esté sujeto a ser penalizado por el árbitro? ¿Es imaginable suponer que en un mundial, los jugadores de los Estados Unidos gozaran del privilegio de no ser sancionados con tarjetas amarillas o rojas no importa cuantas piernas y cabezas rompieran?
Ningún niño toleraría semejante desacato. Sin embargo, eso que llaman comunidad internacional acepta que ningún militar estadounidense pueda ser presentado por crímenes de guerra ante una Corte Penal Internacional que sí puede juzgar a serbios, africanos o jugadores de equipos del Tercer Mundo, pero no de los Estados Unidos.
Tampoco es comprensible para la lógica de un niño que el entrenador del equipo contrario sancione o elimine a su rival porque supone que sus jugadores se aprestan a dar patadas, o que disponen de un masivo arsenal de artimañas para causar estragos antideportivos en los jugadores contrarios. En primer lugar porque ese entrenador no tendría autoridad para hacerlo, y en segundo lugar porque mientras no se produjera la falta no cabría la sanción. Resultaría inadmisible que en un mundial de fútbol, un árbitro castigara a un equipo con un penalti preventivo o le señalara faltas de rutina.
La dialéctica adulta sí concibe tales dislates. Por ello es que sobre Iraq, Afganistán y otros países ocupados, sometidos a guerras preventivas, se llevan a cabo bombardeos de rutina o se invaden pretextando armas inexistentes. Por ello es que resultan más peligrosas las armas nucleares que Irán no tiene que los arsenales nucleares de los que Israel dispone.
Impensable sería que en un mundial de fútbol fuese el entrenador de un equipo el que, por propia decisión, se ocupara de realizar los exámenes antidoping a los jugadores de los equipos contrarios, extendiendo certificaciones según su parecer, y hasta sancionando a conveniencia supuestos positivos.
Pero otra vez semejante desatino traspasa las fronteras del juego para hacerse mayor. Así es que Estados Unidos, el país que más drogas consume y demanda, y en donde, al parecer, nunca ha existido un solo cártel del narcotráfico, se atribuye el derecho de homologar qué países cumplen sus disposiciones al respecto y cuáles, Panamá por ejemplo, pueden ser bombardeados e invadidos. El que en plena era de Ronald Reagan y Oliver North, Estados Unidos traficara con cocaína y con armas, a espaldas de su propio Congreso, para asfixiar la revolución popular sandinista, todavía espera su imposible sanción.
Figurarse que en un mundial de fútbol ciertas selecciones que ganado su derecho a participar no puedan hacerlo por no haber la Federación Internacional validado su propia acreditación, también parecería inconcebible. En el peor de los casos, esa federación ya habría sido destituida por inoperante, por inepta o por ambas razones. Se le habría acusado de atentar contra el espíritu olímpico y habría sido disuelta de inmediato.
Pero lo que en el juego parece evidente en la vida no lo es. Países como Palestina o la República Árabe Saharaui tienen largas decenas de años esperando el permiso para saltar al campo y las Naciones Unidas todavía les sigue reclamando más tiempo y más paciencia.
Y ello para no hablar de la posibilidad de que ciertos equipos fueran bloqueados, confinados dentro de su área, impedidos de salir de ella, de elegir sus propios capitanes, de poder hacer cambios; o de que se autorizara para algunos jugadores la sanción de la bolsa en la cabeza o la picana; o de que pudieran desaparecerse jugadores contrarios o disparar impunemente contra los aficionados que desde las gradas animen a los equipos del eje del mal.
El campeonato del mundo de fútbol es, sin duda, un buen escenario para entender hasta qué punto la vida carece de normas, de reglas básicas que no desvirtúen los resultados.
Pero frente a aquella indignación infantil que no habría tolerado el irrespeto, se impone la madura indiferencia de quienes aceptan que podamos jugar con normas pero vivir sin ellas.
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ESQUELETOS EN EL ARMARIO


Good Morning Terror
por Hugh Player

Hace un chupo de años -cuando estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos- había días en que la clase de Literatura Griega era interrumpida por unos muchachos atemorizantes que pedían una colaboración para los prisioneros políticos de la guerra popular. Ni el profesor ni los alumnos los mirábamos directamente a los ojos, a lo más, estirábamos una mano con un par de monedas esperando que la situación termine lo más pronto posible.También organizaban ferias en donde se vendía parte de los trabajos de artesanía que hacían los presos en las cárceles. Normalmente eran chicas muy jóvenes las que hacían las ventas.Tenían un periódico mural que era actualizado por las noches (a diario) y que servía para informarle a la Facultad -con fotografías tamaño carné- la muerte de uno de sus militantes en una acción subversiva. En ese ambiente, Fujimori metió al ejército, partieron en varias partes la estatua del Ché Guevara y llenaron las oficinas de seguridad del estado con culpables e inocentes.
Porque en este país las diferencias suelen ser bastantes sinuosas y difusas cuando el estado actúa.
Hoy, que me tratan de hacer tragar con el desayuno estas informaciones extrañas de pro-senderistas desfilando bien embanderados y a tiro de cámara fotográfica, me pregunto si la estupidez general en le Perú sigue siendo tan vasta como el océano. O es que la necesidad de distraernos de la cada vez más galopante corrupción nos hace recurrir al viejo enemigo.
Si no entendemos que a esta gente se le derrotará definitivamente en la confrontación de ideas y con acciones reales de gobiernos que piensen más en el hambre del pueblo que en los bolsillos de los empresarios, entonces viviremos atrapados en éste juego de espantajos.
De haber infiltración en el campus, las autoridades de la universidad no podrán hacer nada al respecto, ya que como nosotros, tiempo atrás (a los que nos inmovilizaba el miedo de aquellas siniestras presencias) también están desprotegidos frente a cualquier agresión, ya sea de cualquier lado de esa violencia ciega que camina tranquilamente por nuestros días.
No suelo ser políticamente correcto. Difícil que me asalte el fascista escondido que habita en nuestras conciencias. Repudio cualquier forma de terror, venga de donde venga y por más justa que pueda parecer su causa. Pero es hora que los afinados en este pacto de tramposos que apuestan por la supervivencia búfalo-nisei en los temores de una sociedad tremendamente culposa, lean la fábula de Pedro y el lobo.
Si el estado no puede ser bobo. Nosotros menos. Sino fuimos.
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LARISSA RIQUELME






Atribuyamos la clasificación guaraní a un equipo de jugadores competentes y luchadores, al Tata Martino y su clara visión del fútbol, a los paraguayos como pueblo siempre guerrero, a todos los hijos del Presidente Lugo y a la presencia de Larissa Riquelme que aviva a la hinchada y que tiene casi veinte mil fans en su facebook, ojo muchachos que ya no se aceptan mas amigos.
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viernes, 11 de junio de 2010

EL METROPOLITANO


Mucho se ha hablado sobre el Metropolitano.
Hay quienes han gastado kilos de papel en tratar de bajar la candidatura del Mudo aduciendo -por ejemplo- las naturales demoras, el dichoso costo de la obra (temas que le corresponden a las empresas que ganaron la buena pro para la construcción de un servicio que Lima necesitaba mas o menos hace veinticinco años).
No sabemos quienes son los contratistas.
Sería de mal gusto que éstos estuviesen ligados al diario que patea con mas insistencia al locuaz Luchito y llamaría a mil sospechas el ver que tamaños refritos (algunos han sido publicados como media docena de veces con caratulas variadas) nacen en una mafiosa conducta con hedor a franco chantaje.
Esperamos equivocarnos.
Mientras tanto y siguiendo las pruebas vigentes adjuntamos esta foto que retrata el modo correcto para viajar en el Metropolitano. Nos referimos al señor canoso...mal pensados.
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miércoles, 9 de junio de 2010

EL GOBIERNO DE LOS BANCOS por Ignacio Ramonet





(Tras la orgía especulativa, ajuste para (casi) todos)

El 10 de mayo de 2010, tranquilizados por una nueva inyección de 750.000 millones de euros en la caldera de la especulación, los tenedores de títulos de Société Générale ganaron un 23,89%. Ese mismo día, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, anunció que, por razones de rigor presupuestario, no se prorrogaría una ayuda excepcional de 150 euros a las familias en dificultades. Así, de crisis financiera en crisis financiera, crece la convicción de que el poder político ajusta su conducta a la voluntad de los accionistas. Periódicamente, democracia obliga, los representantes electos convocan a la población a privilegiar a aquellos partidos que los "mercados" preseleccionaron por su inocuidad.
La sospecha de prevaricación socava poco a poco la confianza en cada invocación al bien público. Cuando Barack Obama reprende al banco Goldman Sachs para justificar mejor sus medidas de regulación financiera, los republicanos difunden inmediatamente un spot (1) que recuerda la lista de donaciones que el Presidente y sus amigos políticos recibieron de "La Firma" en las elecciones de 2008: "Demócratas: 4,5 millones de dólares. Republicanos: 1,5 millones de dólares. Los políticos arremeten contra la industria financiera, pero aceptan los millones que les aporta Wall Street". Cuando, fingiendo su preocupación por proteger el presupuesto de las familias pobres, los conservadores británicos se oponen a que se fije un precio mínimo a las bebidas alcohólicas, los laboristas responden que se trata más bien de complacer a los dueños de los supermercados, hostiles a una medida semejante desde que convirtieron el precio de las bebidas alcohólicas en un producto gancho destinado a adolescentes fascinados por el hecho de que la cerveza pueda costar menos que el agua. Finalmente, cuando Sarkozy elimina la publicidad de los canales públicos, todos imaginan las ganancias que la televisión privada dirigida por sus amigos Vincent Bolloré, Martin Bouygues, etc. obtendrá de una situación que los exime de cualquier competencia en el reparto del botín de los anunciantes.
Este tipo de sospechas se remonta lejos en la historia. Ahora bien, muchos hechos que deberían escandalizar pero a los cuales uno se resigna se ven minimizados por un "Eso siempre ha existido". Ciertamente, en 1887 el yerno del presidente francés Jules Grévy sacaba partido de sus parientes en el Elíseo para negociar condecoraciones oficiales; a comienzos del siglo pasado, la Standard Oil daba órdenes a muchos gobernadores de Estados Unidos. Y en lo que respecta a la dictadura de las finanzas, ya en 1924 se hacía referencia al "plebiscito cotidiano de los tenedores de bonos" -los acreedores de la deuda pública de la época-, también llamados el "muro de dinero". No obstante, con el tiempo, algunas leyes regularon el papel del capital en la vida política. Incluso en Estados Unidos: a lo largo de la "era progresista" (1880-1920) y después del escándalo Watergate (1974), siempre como consecuencia de movilizaciones políticas. En cuanto al "muro de dinero", las finanzas se colocaron bajo tutela en Francia tras la Liberación. En suma, eso "siempre ha existido", pero eso también puede cambiar. Y volver a cambiar... pero en el sentido contrario. El 30 de enero de 1976, la Corte Suprema de Estados Unidos anulaba varias disposiciones clave votadas por el Congreso que limitaban el papel del dinero en la política (fallo Buckley contra Valeo). ¿Razones invocadas por los jueces? "La libertad de expresión no puede depender de la capacidad financiera de los individuos para involucrarse en el debate público". Dicho de otro modo, regular el gasto es coartar la expresión... En enero último, este fallo se amplió hasta el extremo de autorizar a las empresas a gastar lo que quisieran para impulsar (o combatir) a un candidato. En otros lugares, desde hace unos veinte años, entre los antiguos aparatchiks soviéticos metamorfoseados en oligarcas industriales, los empresarios chinos que ocupan un lugar destacado en el seno del Partido Comunista, los jefes del Ejecutivo, ministros y diputados europeos que preparan, a la manera estadounidense, su reconversión en el "sector privado", un clero iraní y militares paquistaníes embriagados por los negocios (2), el derrape venal se ha sistematizado. Esto influye en la vida política del planeta. En la primavera de 1996, al término de un primer mandato muy mediocre, el presidente William Clinton preparaba su campaña de reelección. Necesitaba dinero. Para conseguirlo, tuvo la idea de ofrecer a los donantes más generosos de su partido pasar una noche en la Casa Blanca, por ejemplo en la "habitación de Lincoln". Puesto que acercarse al sueño del "Gran Emancipador" no estaba ni al alcance de los bolsillos más pequeños ni era la fantasía obligada de los más grandes, se subastaron otros placeres. Como el de "tomar un café" en la Casa Blanca con el presidente de Estados Unidos. Por lo tanto, los potenciales donantes de fondos del Partido Demócrata se encontraron con numerosos miembros del Ejecutivo encargados de regular su actividad. El portavoz del presidente Clinton, Lanny Davis, explicó ingenuamente que se trataba de "permitir a los miembros de los organismos de regulación conocer mejor los asuntos de la industria en cuestión" (3). Uno de esos "cafés de trabajo" puede haber costado miles de millones de dólares a la economía mundial, favorecido el crecimiento de la deuda de los Estados, y provocado la pérdida de decenas de millones de empleos.
"Los pobres no hacen donaciones públicas"
Así, el 13 de mayo de 1996, algunos de los principales banqueros de Estados Unidos fueron recibidos durante noventa minutos en la Casa Blanca por los principales miembros de la Administración. Junto al presidente Clinton, el secretario del Tesoro, Robert Rubin, su adjunto encargado de Asuntos Monetarios, John Hawke, y el responsable de la regulación de los bancos, Eugene Ludwig. Por una casualidad seguramente providencial, el tesorero del Partido Demócrata, Marvin Rosen, también participaba en la reunión. Según el portavoz de Ludwig, "los banqueros discutieron la legislación futura, incluidas las ideas que permitirían quebrar la barrera que separa a los bancos de las demás instituciones financieras". Aleccionado por el crac bursátil de 1929, el New Deal había prohibido a los bancos de depósitos arriesgar imprudentemente el dinero de sus clientes, lo que obligaba luego al Estado a rescatar a esas instituciones por temor a que su eventual quiebra provocara la ruina de sus numerosos depositantes. Firmada por el presidente Franklin Roosevelt en 1933, la reglamentación, aún vigente en 1996 (ley Glass-Steagall), disgustaba fuertemente a los banqueros, preocupados por ser parte de los beneficiarios de los milagros de la "nueva economía". El "café de trabajo" tenía como objetivo recordarle ese desagrado al jefe del Ejecutivo estadounidense en momentos en que éste se preocupaba por lograr que los bancos financiaran su reelección. Unas semanas después del encuentro, los teletipos de agencia informaron que el Departamento del Tesoro enviaría al Congreso un paquete de leyes "que cuestionaba las normas bancarias establecidas seis décadas atrás, lo que permitiría a los bancos lanzarse ampliamente en el mercado de seguros y en el sector de los bancos de negocios e inversiones". Lo que siguió es de público conocimiento. La derogación de la ley Glass-Steagall fue firmada en 1999 por un presidente Clinton reelecto tres años antes, en parte gracias a su botín de guerra electoral (4). Esta derogación atizó la orgía especulativa de los años 2000 (sofisticación cada vez mayor de los productos financieros, del tipo de créditos hipotecarios subprime , etc.) y precipitó el crac económico de septiembre de 2008. En realidad, el "café de trabajo" de 1996 (hubo 103 del mismo tipo en el mismo periodo y en el mismo lugar) no hizo más que confirmar la fuerza de gravedad que inclinaba la balanza en el sentido de los intereses de las finanzas. Porque fue un Congreso de mayoría republicana el que enterró la ley Glass-Steagall, conforme a su ideología liberal y a los deseos de sus "mecenas"; los congresistas republicanos también recibieron dólares de los bancos. En cuanto a la Administración de Clinton, con o sin "café de trabajo", no hubiera resistido mucho tiempo a las preferencias de Wall Street: su secretario del Tesoro, Robert Rubin, había dirigido Goldman Sachs. Al igual que Henry Paulson, a cargo del Tesoro estadounidense durante el crac de septiembre de 2008. Tras haber dejado morir a los bancos Bear Stearns y Merryl Lynch -dos competidoras de Goldman Sachs- Paulson rescató a American Insurance Group (AIG), una aseguradora cuya quiebra habría afectado a su mayor acreedor... Goldman Sachs. ¿Por qué una población que no está compuesta en su mayoría por ricos acepta que sus representantes satisfagan prioritariamente las demandas de los industriales, de los abogados de negocios, de los banqueros, al punto que la política termina consolidando las relaciones de fuerza económicas en lugar de oponerles la legitimidad democrática? ¿Por qué cuando esos mismos ricos son elegidos, se creen autorizados a exhibir su fortuna? ¿Y a proclamar que el interés general requiere satisfacer los intereses particulares de las clases privilegiadas, las únicas con el poder de hacer (invertir) o impedir (deslocalizar), y a las que por lo tanto es necesario seducir ("tranquilizar a los mercados") o contener (lógica del "escudo fiscal")? Estas preguntas llevan a evocar el caso de Italia. En ese país, uno de los hombres más ricos del planeta no se sumó a un partido con la esperanza de influir en él, sino que creó el suyo, Forza Italia, para defender sus intereses empresariales. De hecho, el 23 de noviembre de 2009, La Repubblica publicó la lista de las dieciocho leyes que favorecieron al imperio comercial de Silvio Berlusconi desde 1994, o que le permitieron escapar a las acciones judiciales. Por su parte, el ministro de Justicia de Costa Rica, Francisco Dall'Anase, ya advierte sobre una etapa posterior. La que verá en ciertos países un Estado, ya no sólo al servicio de los bancos, sino de grupos criminales: "Los carteles de la droga se apoderarán de los partidos políticos, financiarán las campañas electorales, y tomarán luego el control del Ejecutivo" (5). A propósito, ¿qué impacto tuvo la (nueva) revelación de La Reppublica en el destino electoral de la derecha italiana? A juzgar por su éxito en las elecciones regionales de marzo último, ninguno. Todo sucede pues como si el relajamiento habitual de la moral pública hubiera inmunizado a poblaciones resignadas a la corrupción de la vida política. ¿Por qué indignarse entonces cuando los representantes se preocupan continuamente por satisfacer a los nuevos oligarcas, o por alcanzarlos en la cima de la pirámide de los ingresos? "Los pobres no hacen donaciones públicas", señalaba con bastante razón el ex candidato republicano a la presidencia John McCain, quien se convirtió en lobbista de la industria financiera. Un mes después de su partida de la Casa Blanca, William Clinton ganó tanto dinero como en sus cincuenta y tres años de vida. Goldman Sachs le pagó 650.000 dólares por cuatro discursos. Por otro, pronunciado en Francia, cobró 250.000 dólares; esta vez, el que pagó fue el Citigroup. En el último año del mandato de Clinton, el matrimonio había declarado ingresos por 357.000 dólares; entre 2001 y 2007, sumó un total de 109 millones de dólares. Actualmente, la celebridad y los contactos adquiridos a lo largo de una carrera política se canjean sobre todo una vez que ésta carrera ha terminado. Los puestos de administradores en el sector privado o de asesor de bancos reemplazan ventajosamente un mandato popular que acaba de concluir. Y, como gobernar es prever... Pero el "pantouflage" (6) ya no se explica únicamente por la exigencia de permanecer miembro vitalicio de la oligarquía. La empresa privada, las instituciones financieras internacionales y las organizaciones no gubernamentales conectadas a las multinacionales se convirtieron, a veces más que el Estado, en lugares de poder y de hegemonía intelectual. En Francia, el prestigio de las finanzas así como el deseo de forjarse un futuro dorado desviaron a muchos egresados de la Escuela Nacional de Administración (ENA), de la Escuela Normal Superior (ENS) o de la Escuela Politécnica de su vocación de servidores del bien público. El ex alumno de la ENA y de la ENS y ex primer ministro Alain Juppé confesó haber experimentado una tentación semejante: "Todos hemos estado fascinados, e incluso, perdón, los medios de comunicación. Los golden boys , ¡era formidable! Esos jóvenes que llegaban a Londres y que estaban allí frente a sus ordenadores y transferían miles de millones de dólares en unos instantes, que ganaban cientos de millones de euros todos los meses, ¡todo el mundo estaba fascinado! (...) No sería del todo sincero si negara que yo mismo cada tanto me decía: ‘caramba, si hubiera hecho eso tal vez hoy estaría en una situación diferente'" (7). "Ningún arrepentimiento" en cambio para Yves Galland, ex ministro de Comercio francés, convertido en presidente de Boeing France, una empresa competidora de Airbus. Ningún arrepentimiento tampoco para Clara Gaymard, esposa de Hervé Gaymard, ex ministro de Economía, Finanzas e Industria: tras haber sido funcionaria en Bercy (sede del ministerio), y luego embajadora itinerante delegada de la Agencia Francesa de Inversiones Internacionales, se convirtió en presidenta de General Electric France. Conciencia tranquila también para Christine Albanel, que durante tres años ocupó el Ministerio de Cultura y Comunicación. Desde abril de 2010, sigue a cargo de la comunicación... pero de France Télécom. La mitad de los ex senadores estadounidenses se convierten en lobbistas , a menudo al servicio de las empresas que habían regulado. Lo mismo sucedió con 283 ex miembros de la Administración de Clinton y 310 ex miembros de la Administración de Bush. En Estados Unidos, el volumen de negocios anual del lobbying rondaría los 8.000 millones de dólares. Suma enorme, ¡pero con un rendimiento excepcional! En 2003, por ejemplo, el impuesto sobre las ganancias obtenidas en el extranjero por Citigroup, JP Morgan Chase, Morgan Stanley y Merril Lynch se redujo del 35% al 5,25%. Precio del lobbying : 8,5 millones de dólares. Beneficio fiscal: 2.000 millones de dólares. Nombre de la norma en cuestión: "Ley para la creación de empleos estadounidenses" (8)... "En las sociedades modernas -resume Alain Minc, egresado de la ENA, asesor (a d honorem ) de Sarkozy y (asalariado) de varios grandes empresarios franceses-, se puede servir al interés general en otro lugar que no sea el Estado, como en las empresas" (9). El interés general, todo está ahí. Esta atracción por las "empresas" (y sus remuneraciones) no ha dejado de hacer estragos en la izquierda. "Una alta burguesía se renovó -explicaba en 2006 François Hollande, entonces primer secretario del Partido Socialista francés-, en momentos en que la izquierda asumía responsabilidades, en 1981. (...) Es el aparato del Estado el que proveyó al capitalismo de sus nuevos dirigentes. (...) Provenientes de una cultura del servicio público, accedieron al estatus de nuevos ricos, dando cátedra a los políticos que los habían designado" (10). Y que fueron tentados a seguirlos. El mal les parece tanto menor cuanto que a través de los fondos de pensiones, los fondos de inversión, etc., un sector creciente de la población encadenó, a veces sin quererlo, su destino al de las finanzas. Actualmente, es posible defender a los bancos y a la Bolsa fingiendo preocuparse por la viuda sin recursos, por el empleado que compró acciones para mejorar su salario o garantizar su jubilación. En 2004, el ex presidente George W. Bush basó su campaña de reelección en esa "clase de inversores". The Wall Street Journal explicaba: "Cuanto más accionistas son los electores, más apoyan las políticas económicas liberales asociadas a los republicanos. (...) El 58% de los estadounidenses tiene una inversión directa o indirecta en los mercados financieros, frente al 44% hace seis años. Ahora bien, en todos los niveles de ingresos, los inversores directos son más proclives a declararse republicanos que los no inversores" (11). Se entiende que Bush haya soñado con privatizar las jubilaciones. "Esclavos de las finanzas desde hace dos décadas, los Gobiernos sólo se volverán contra éstas si los agreden directamente hasta el punto de que les parezca intolerable", anunciaba el mes pasado el economista Frédéric Lordon (12). El alcance de las medidas que Alemania, Francia, Estados Unidos y el G-20 tomarán contra la especulación en las próximas semanas dirá si la humillación cotidiana que "los mercados" infligen a los Estados, y la cólera popular que aviva el cinismo de los bancos, despiertan en los gobernantes, cansados de ser tratados como lacayos, la poca dignidad que les queda.
Notas:
(1) Vídeo disponible en: http://www.monde-diplomatique.fr/19172
(2) Serge Halimi, "El dinero"; Behrouz Arefi y Behrouz Farahany, "El imperio económico de los ‘pasdaran' "; y Ayesha Siddiqa, "Elecciones y negocios militares en Pakistán", Le Monde diplomatique en español , enero de 2009, marzo de 2010 y enero de 2008 respectivamente.
(3) Esta cita, al igual que las dos siguientes, han sido extraídas de "Guess Who's Coming for Coffee?", The Washington Post , National Weekly Edition, 3 de febrero de 1997.
(4) Thomas Ferguson, "Le trésor de guerre du président Clinton", Le Monde diplomatique , París, agosto de 1996.
(5) Citado por London Review of Books , Londres, 25 de febrero de 2010.
(6) Término que designa en Francia la migración de altos funcionarios de la Administración pública a confortables puestos del sector privado (N. del T.).
(7) "Parlons Net", radio France Info, París, 27 de marzo de 2009.
(8) Dan Eggen, "Lobbying pays", The Washington Post , 12 de abril de 2009.
(9) Radio France Inter, París, 14 de abril de 2010.
(10) François Hollande, Devoirs de vérité , Stock, París, 2006, págs. 159-161.
(11) Claudia Deane y Dan Balz, "‘Investor Class' Gains Political Clout", The Wall Street Journal Europe , 28 de octubre de 2003.
(12) "La pompe à phynance", en http://blog.mondediplo.net/, 7 de mayo de 2010. Director de Le Monde diplomatique .
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CLASES MAGISTRALES



Profesor de filosofia y rapeador
Cornel West: La audacia de la crítica
Jorge Majfud

Con su inconfundible estilo de afro sin blanquear, Cornel West, el autor de Race Matters (1993), levanta a la gente por donde pasa. No usa peluca ni se alisa el pelo. No se ha dejado engordar. Es un provocador de la talla de Noam Chomsky pero cuando habla desborda energía física: es un trueno que habla con todo su cuerpo. Suele vestir un austero traje negro que acomoda por detrás del cuello con un tic que anuncia una conclusión en forma de pregunta.

A diferencia de Noam Chomsky, West combina el ritmo y la pasión proselitista del pastor norteamericano con la protesta aguda del activista. Es lo que se conoce como “profesor estrella”, género casi desconocido en America latina y que en las populosas clases universitarias de Europa y Estados Unidos le hacen sombra a las estrellas de Hollywood o de la NBA. Frantz Fanon fue otro filósofo negro que dejó una huella indeleble en el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, reconocido por Jean-Paul Sartre y practicado por Ernesto Che Guevara y Paulo Freire en América Latina. Pero el psiquiatra caribeño-argelino, autor del precoz ensayo postcolonialista Peau noire, masques blancs (1952) no recibió en vida el crédito que hoy la academia norteamericana le reconoce sino persecución, descrédito y, por momentos, injusto olvido. Cuando no la burla propagandística de la derecha latinoamericana.
Como Friedrich Nietzsche, Cornel West es un profesor y filosofo de combate. Como Nietzsche, combina en sus intereses y convicciones el pensamiento y la música. Pero West es un rebelde cristiano. Si en Nietzsche la palabra es poder, en West es justicia, “la forma que toma el amor en público”. Lejos de la definición nietzscheana del cristianismo tradicional y lejos también de la teología de humillación de la tradición europea, en West el cristianismo retoma los valores que debió tener antes de Constantino.
En su último libro, Hope On a Tightrope (La esperanza en la cuerda floja), West vuelve en un estilo poco académico. Pero este estilo de lectura fácil, elegante, más próximo a Kahlil Gibran que a Edward Said, sin conceptos complejos, tiene la virtud de la comunicación popular. Casi no hay personaje histórico que no sea fácilmente reconocido por lectores no especializados. Entre sus páginas Napoleón y tantos otros dejan de ser grandes sin el criterio militar que escribió la historia para los textos de educación primaria. “Occidente llama grande a Churchill —anota West—. Él creía que los negros eran subhumanos. Estaba con Mussolini. Fue grande resistiendo a los nazis para el imperio británico. Puedo reconocérselo. […] Pero no piense usted que solo porque su sufrimiento está en el centro de su discusión por eso puede pasar por alto el mío” (167).
Su perfil de cristiano vuelto intelectual critico y radical se resume en la frase que nos recuerda, literalmente pero sin Dios, a Che Guevara: “Cualquier resistencia a la injusticia, sea en Estados Unidos, en Egipto, en Cuba, en Arabia Saudita, es una actividad dirigida por Dios, porque la indignación contra el trato cruel de cualquier grupo de personas es un eco de la voz divina para todos aquellos de nosotros que consideramos la cruz con seriedad” (169). Luego: “MLK lo dijo claramente cuando dijo que ‘la matanza criminal de los vietnamitas, especialmente los niños, es un signo de la brutalidad americana” (169). Tres días antes de su asesinato, MLK había preparado un discurso llamado “Por qué America se puede ir al infierno” (170). Pero la desmemoria histórica es un instrumento de gran utilidad. “En 1969 los Panteras Negras solían leer en público algunos fragmentos de la declaración de independencia. Y eso molestaba a la gente. Yo escuché a Huey Newton leer esto cuando salió de prisión. La gente decía, ‘¿Qué doctrina revolucionaria nos está leyendo ahora?’ Era la Declaración de Independencia de Jefferson” (173).
Refiriéndose al jazz, el blues y el hip-hop como formas de expresión, escape y reivindicación de las clases negras oprimidas, hoy adoptados mundialmente, West entiende que “ninguna otra clase social en Estados Unidos puede considerarse creadora de la más importante fuerza cultural en el planeta” (179). Lo cual es erróneo si consideramos que, precisamente Hollywood y otras industrias culturales, diseñadas para consolidar la supremacía que se critica, la supremacía imperial, ha sido de hecho la fuerza cultural más importante del mundo, creado por la clase dominante norteamericana.
Con respecto a las Américas del Sur, West recuerda por donde va que “Estados Unidos ha intervenido militarmente en América latina más de cien veces en los últimos 162 años. Es muy difícil para un gobierno luchar contra el terrorismo con la democracia, cuando ha institucionalizado políticas militaristas que con frecuencia han apoyado regimenes antidemocráticos cuando no ha derribado regimenes democráticos. La ‘seguridad nacional’ se ha vuelto más que un término elástico. Ahora justifica la agresión imperial estadounidense e invasiones preventivas y guerras en nombre de la democracia. Pero la tiranía nunca puede ser promovida como democracia” (179).
Otros aforismos breves, simples, anotaciones al margen acompañan el último libro de West que alude al título y a la muletilla más conocida de uno de los amigos del autor, el presidente Barack Obama (The Audacity of Hope, 2006/La audacia de la esperanza). Pero cuando habla, West no es condescendiente con su “hermano” Obama. Todo lo contrario. Pocos días atrás, en la capilla de Lincoln University definió el problema de una forma simple: no hay que mirar si hay un negro en la cúpula sino cuantos negros hay todavía en el sótano. Quizás los académicos se aburran leyendo frases como “solo más democracia puede mejorar la suerte de las victimas de la democracia americana”.
Pero el West oral es bastante más persuasivo que el West escrito, lo que ya es demasiado. Cierta vez, en una mesa redonda sobre Setiembre 11, Bill Maher le preguntó si creía en las teorías de la conspiración. West respondió con un estilo que refleja su filosa inteligencia: “No. Yo sé que el mundo es un lugar misterioso. Sé que suelen tomarse decisiones en secreto. Pero no creo en ninguna conspiración”.
Cuando un estudiante le preguntó por qué enseñaba en la elitista Princeton University, Cornel West confirmó: todos podemos hacer algo desde cualquier lugar donde estemos. Sin duda, esa voz se escucha más fuerte desde Princeton. Por lo menos para las masas, se escucha más fuerte que valiente y también lúcida voz de Frantz Fanon, por un tiempo apagada entre el polvo de Argelia, reverberando como un susurro entre los anaqueles de las faraónicas bibliotecas norteamericanas.

Dos extractos del libro Hope On a Tightrope
Traducción de Jorge Majfud
autorizada por el autor y por la editorial Smiley Books

Libertad
Los oprimidos deben preocuparse más por su propia sobrevivencia que por su libertad. Deben pesar en el próximo día y en la próxima semana y en el próximo mes antes que en cualquier forma de liberación. Pero cuando los oprimidos decidan enderezar sus espaldas, habrán reuniones y manifestaciones en cada ciudad grande de Estados Unidos. Estos encuentros masivos serán el indicio de que la lucha por la libertad ha comenzado otra vez, con nuevos bríos, y nuevas posibilidades se desatarán. Entonces el pueblo del Señor estará listo para subir a bordo. Estoy hablando de estar preparados, porque se viene. Es lo que el gran Curtis Mayfield decía en su canción People Get Ready. El tren de la libertad está por pasar!
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Pero cómo cambiar radicalmente un sistema mientras se trabaja dentro de él. Dada la fragmentación de la fuerza laboral donde, debido a la automatización y la globalización, los trabajadores han sido entrenados para adquirir unas habilidades y para perder otras, ¿quién podría convertirse en el agente principal del cambio social? ¿Quién podría hacernos libres?
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Los jóvenes quieren una libertad total y la quieren rápido y fácil. De muchas formas, lo que hacen es reflejar lo que ven en su propia sociedad, en Wall Street. Les resulta muy difícil tomar en serio ya no sólo un compromiso con el que puedan cumplir con sacrificio sino que últimamente también les resulta difícil tomar en serio la misma vida humana. Las ganancias y los beneficios se han vuelto más importantes que la vida humana. Lo que estamos viendo es un civilismo frío a lo largo de todas estas comunidades. Esto es una clara expresión de nuestra cultura y de nuestra civilización.
La alegría subversiva es la habilidad de trasformar lágrimas en risas, una risa que nos permita comprender lo difícil que es el camino, que nos permita disfrutar de nuestro propio sentido de humanidad, de cierto humor en medio de una lucha que es en serio. Esta es la verdadera libertad de espíritu.
Podemos pensar y sentir, reír y llorar, y con la fe y la capacidad de la gente común podemos luchar. Luchar con una sonrisa en nuestros rostros y con lágrimas en los ojos. Podemos descubrir todo tipo de privaciones y aún así sostener una bandera que ha sido manchada de sangre y seguir sosteniéndola con una esperanza basada en una genuina comprensión de lo que nos rodea. Podemos identificar y denunciar la hipocresía y mantener vivo un sentido de viabilidad para nosotros mismos y para nuestros hijos, y de esa forma cumpliremos con nuestra misión sagrada en este mundo. Las aventuras de Huck Finn [de Mark Twin], capítulo 31, es uno de los momentos más sublimes de la literatura norteamericana. (1) [Ante el deber civil de entregar a su amigo esclavo] Huck tomó una decisión cuando agarró la carta [que lo denunciaba] y la hizo pedazos. “Está bien, entonces iré al infierno”, dijo. Sabía que su alma iría al infierno pero de todas formas él iba a resistir contra la civilización. Iba a resistir todo tipo de castigos por parte de su tía. Pero se decidió por salvar su integridad y su conciencia. Esto no llega a ser aún un acto político. Es simplemente un acto moral que dio forma a su alma. Es un intento por madurar.
Huck prefería ir al infierno que negar la humanidad del negro Jim, ya que había comprendido que la negrización era una mentira.
Sin duda es un descubrimiento increíble para un blanco. Es un progreso. Este Jim, quien había sido negrizado, es un ser humano. Me alegra su humanidad. Lo necesito tanto como él me necesita como co-participante en la reformulación de lo que debe ser América y lo que significa una democracia.
Este es un gran momento. Este es Samuel Clemens [Mark Twain].
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Muchas veces he sido acusado de ser antiamericano. Simplemente digo que así como Platón intentó hacer del mundo un lugar seguro para Sócrates, así trato yo de hacer el mundo un lugar seguro para el legado de Martin Luther King. King fue lo mejor de Estados Unidos.
(1) Nota del traductor: Según Ernest Hemingway, la literatura norteamericana moderna surge a partir de esta novela de Mark Twain, publicada en 1884. El tema central radica en la lucha de la conciencia formada en los valores de una sociedad esclavistas contra la sensibilidad del protagonista, un joven blanco, Huck, que realiza con un negro esclavo llamado Jim una fuga en balsa por el Mississippi.
Justicia Social
Martin Luther King dijo una vez que un hombre no puede saltar por encima de uno al menos que uno esté agachado. Sin embargo, no es fácil enderezar la espalda; hay que pagar un precio para ello. ¿Cuáles son las condiciones por las cuales los negros van a enderezar sus espaldas? ¿Cómo los negros podrían sacudirse su propia negrización?
Cuando examinamos los orígenes de esta negrización debemos darnos cuenta de la forma en que las prácticas de supremacía blanca se volvieron progresivamente sistemáticas y dominantes. Estoy hablando del miedo, del odio y de la codicia del blanco que se extendió hasta el extremo de traumatizar profundamente a los negros hasta hacerlos sentir desprotegidos y sin esperanzas. Se nos negó la facultad de amar y de ejercitar la autoestima. Por resistir o por organizarnos contra ese tipo de opresión pusimos nuestras vidas en peligro. Aún hoy en día lo hacemos.
La negrización de los negros procuró convertir su amor en un crimen, su historia en una materia universitaria, sus esperanzas en una broma y su libertad en una quimera.
¿Por qué llamamos “grande” a Alejandro? Alejandro dominó más gente en su tiempo que ningún otro. ¿Por qué llamamos “grande” a Napoleón? Porque sus conquistas y sus matanzas fueron históricas. ¿Qué ocurriría si nuestros criterios sobre la grandeza no dependieran de las conquistas y las matanzas? ¿Qué pasaría si nuestros criterios fuesen el amor, el servicio y la justicia social?
Occidente llama grande a Churchill. Él creía que los negros eran subhumanos y estaba con Mussolini. Fue grande resistiendo el nazismo para el imperio británico. Puedo reconocérselo. Si vamos a definir la grandeza de esa forma, bueno, sí, fue un gran hombre. Pero nadie puede pensar que sólo porque su sufrimiento está en el centro de su propia discusión, sólo por eso puede pasar por encima el sufrimiento de los demás.
¿El ministro Louis Farrakhan es grande por su homofobia? No. ¿Tal vez por su posición sobre el patriarcado? No. ¿Es grande por haberse preocupado por la humanidad de los hermanos judíos? No. ¿Es grade por haber luchado contra la supremacía blanca? Sí. Louis Farrakhan dedicó toda su vida a perseguir y denunciar la supremacía blanca, sus efectos y consecuencias tal como él los entendía. Se dedicó a vivir y morir para poner de pié al pueblo negro.
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La cultura norteamericana parece carecer de al menos dos elementos que son esenciales para la justicia racial: un profundo sentido de la tragedia y del real alcance que tuvo el odio vertido sobre la sociedad norteamericana; una negación crónica de muchos norteamericanos a reconocer el absurdo por el cual un descendiente de africanos debe enfrentar en su propio país, como el permanente asalto contra la inteligencia, la belleza y carácter de los negros. No se trata sólo de defender los privilegios de quienes poseen piel blanca. Además demuestra una resistencia a mirar directamente la brutalidad y la tragedia del pasado y el presente de su propio país.
Esta persistente y difícil mirada podría pinchar la burbuja en la que viven muchos norteamericanos, si comprendieran que esta nación que ama la libertad, esta tierra de indudables oportunidades también ha cometido innombrables crímenes contra otros seres humanos, especialmente contra los negros.
* * *
El reverendo Jeremiah Wright es un querido hermano. Hace poco, ha sido bautizado por los medios de comunicación como la última encarnación del típico “negro malo”. Sea en la esclavitud o en las comunidades bajo Jim Crow, los malos negros son aquellos que están “fuera de control”. Jeremiah Wright dice lo que piensa. No olvidemos que todos somos cálices rotos. Como cualquiera, Wright no se salva de merecer críticas —por ejemplo, sus afirmaciones sobre el Sida y el VIH son erróneas—, pero deben ser críticas justificadas.
Tuve la oportunidad de hablar en su iglesia muchas veces y me alegra cada vez que sus palabras y sus ideas completas son reproducidas por los medios porque toda verdadera plegaria hacia Dios condena la injusticia. Cuando Wright dice que Dios condena a Estados Unidos por matar a inocentes, por tratar a sus propios ciudadanos como si fuesen algo menos que seres humanos, es verdad. Es verdad para cualquier nación. No podemos nunca poner la cruz por debajo de ninguna bandera.
Wright es un profeta cristiano y por lo tanto cualquier bandera está por debajo de la cruz. Si uno cree que Estados Unidos nunca ha asesinado a inocentes, entonces Dios nunca lo va a condenar. Para nosotros Dios condena la esclavitud, a Jim y a Jane Cow, condena el odio a los gays y a las lesbianas, el antisemitismo y la tendencia antiárabe a identificarlos con el terrorismo. Dios es un Dios de justicia y amor.
Lo que Wright está señalando es el grado de injusticia que todavía existe en Estados Unidos. Nunca debemos confundir esta crítica con el antiamericanismo. Cualquier resistencia a la injusticia, sea en Estados Unidos, en Egipto, en Cuba o en Arabia Saudí es una acción dirigida por Dios, ya que toda indignación contra el trato cruel de cualquier grupo humano es un eco de la voz de Dios para todos aquellos que tomamos la cruz en serio.
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