sábado, 14 de marzo de 2015

COCIENTE INTELECTUAL DE LOS PERUANOS

por Cesar Hildebrandt

Tengo la convicción de que el cociente intelectual peruano disminuye día a día.Hablamos mal, escribi­mos peor, Nos comunicamos desde la ignorancia.
Somos cada día más perezosos para leer, más renuentes para entender, más lentos para captar.
A las pruebas me remito: escuchen las radios donde tanto los pontífices de la opinión -o sea los locutores- como el público que interactúa dan muestras, por lo general, de una jactanciosa miseria intelectual.
Vean la televisión informativa. Sus animadores (y animadoras) parecen lobotomizados géiseres de lugares co­munes. Asistan a los debates. El último, por ejemplo, el de la unión civil, ha sido particularmente lamentable. No sólo por lo dicho por el monseñor Bambarén sino por la presión brutal que el lobby gay ha ejercido en las redes sociales en contra de todos quienes, desde perspectivas tan discutibles como respetables, se oponen al protomatrimonio homosexual. Como si lo políticamente correcto fuese un ucase digno de imponerse a patadas e insultos. La unión civil es una medida que la razón habrá de imponer. Pero hacen poco por su causa quienes acusan de homófobos y segregacionistas a todos aquellos que no la aceptan esgrimiendo argumentos de origen jurídico, moral y religioso. ¿Son anacrónicos esos argumentos? Segura­mente. Pero están allí y son, fatalmente, los que comparte el 65% de la población. Merecen refutaciones, no escarmientos ni cargamontones. Cuando se entienda que la persuasión es más efectiva que la caricaturización del oponente, se habrá dado un gran paso.
Pero volvamos al tema inicial de esta columna. A mí me da pena patriótica de­cirlo, pero la verdad es que siento, con toda nitidez, que el porcentaje de brutos se ha incrementado exponencialmente en el Perú. Eso es algo que en todo caso, según Marco Aurelio De­negrí, es un fenómeno universal. Pero como mal de muchos es consuelo de necios, a mí lo que más me importa es la jibarización cerebral del peruano pro­medio.
¿Dónde empezó? En la educación pública, no hay duda. Su degradación lleva décadas y estamos pagan­do ahora el costo de haberla desatendido tanto tiempo.
Luego están las casas, donde se fragua el arma del lenguaje. Que Javier Velás- quez Quesquén, que fue presidente del congreso, diga "teníanos" y "habíanos" es algo de lo más decidor.
Después está la prensa, donde todo amor por la pulcritud, toda vocación de posteridad, todo respeto por el idioma se han perdido en aras de 'los grandes públicos".
¿Y el papel de la radio y la televisión? Ha sido decisivo. Son maquinarias per­fectas de estupidización colectiva. Están hechas para desdeñar lo huma­no y sumergirnos en la zoofilia gestual. Nada más parecido a un festi­val de babuinos trapecis­tas que "Esto es guerra' o "Combate". Por eso es que los gimnasios están llenos y las bibliotecas vacías. El mensaje es claro: la imbecilidad es rentable. Y este sí que es un fenómeno mundial. Basta recorrer el cable para darnos cuenta de que, en la ma­yor parte de los casos, la pantalla apuesta por la involución. Ejércitos de descerebrados violentos, de mamarrachos vivientes que lucen bíceps o tetas y apenas pueden silabear "mi mamá me mima", le dicen al mundo que no está de moda pensar, amar, reflexionar, quedarse callados, derramar una lágrima, recordar. Es el sudado hedonismo neanderthal el que se pregona. Y sociólogos y antropólogos de otras partes del mundo nos lo vienen advirtiendo desde hace mucho tiempo.
Las redes sociales contribuyen ahora grandemente a esta epidemia de apople­jías voluntarias. Nada mejor para sentirse próximo al asco que acudir a un inter­cambio de infamias en algunas de estas covachas computacionales. Monos fieros, babeantes, chirriantes, se arrojan piedras de orilla a orilla de alguna web de moda con el único propósito de demostrar que el otro, el adversario, es alguien que no merecería vivir. Me imagino que después de ese intercambio de barbaries pintarán bisontes en las paredes y sodomizarán a sus hembras. Y gritarán triunfantes.
Si uno conversa hoy con un joven pe­riodista se dará cuenta de que sus para­digmas son espantosos. Hasta Lúcar se les presenta como ejemplo. Para ellos, Vargas es la encarnación de la mesura y "El Comercio" es el olimpo de la objeti­vidad. No han leído nada y creen que el periodismo no es una técnica derivada de la cultura sino un grafiti hecho con aerosoles. Y, en general, la masificación de la educación privada trucha ha hecho de la profesionalización del Perú algo que, en materia de salud, se ha vuelto hasta peligroso.

La clase media fue durante mucho tiempo la laboriosa depositaría del esfuer­zo, la meritocracia y la memoria cultural. Hoy esa clase media ha desaparecido. Sólo queda el dinero, los nombres anglo­sajones mal escritos, los emprendedores que no pagan impuestos y los misteriosos Lamborghini negros con su piloto acribi­llado sobre la sucia pista.

Revista Hildebrandt en sus trece Edición 13-03-2015