lunes, 8 de octubre de 2007

EL JUEGO DEL PODER Y EL PUDOR por RICARDO LEON (*)




ANTENAS CALIENTES. Esta semana la agenda política la marcaron dos líos de faldas. Acusaciones repetidas y detalladas de acoso sexual contra un juez y una insólita denuncia por violación contra un ex presidente. ¿Qué hay detrás? El resultado ha sido uno solo: espectadores distraídos
El Perú es una comedia dirigida por Álex Otiniano, padre putativo de la interminable "Baño de mujeres". El domingo en "Panorama", Susan Idrogo en primerísimo primer plano cuenta con flujo de detalles cómo llegó a convertirse en presunta víctima de acoso sexual cometido por el hasta hace poco presidente interino de la Corte Superior de Justicia de Lima, Jovino Guillermo Cabanillas, Jovino para los medios de comunicación; colocar el nombre menos común del involucrado eleva siempre el tono policial de la noticia. --¡Ay, cómo me gusta ver a la diosa de la justicia!, tiene tus senos, tiene tus piernas, tiene tus muslos--, dice ella que dijo él, su jefe. Después dijo que la invitaba a almorzar, pero obligándola a comer del mismo plato.
Llega Jovino al set, discute con Jéssica Tapia durante seis inútiles minutos y se va sin despedirse y arrojando el micrófono en la mesa con la misma furia con la que semanas atrás exigió a sus colegas jueces ponerse los pantalones para demostrar a la población un cambio en la administración de justicia. Termina el domingo y son sus pantalones los que están en problemas.
El lunes se habla ya de un posible careo; los que compartían el plato ahora compartirán una sala judicial y Jovino es reemplazado temporalmente en su cargo. Eso se dice en la calle, de eso se habla frente al quiosco de periódicos. (Y el dólar roza los 3 soles y la leche va a subir como ya subió el pan, con o sin hojas de afeitar dentro, pero esto va entre paréntesis porque de eso no se habla, ni del primer interrogatorio en el juicio a Alberto Fujimori, que después será reprogramado y del que nadie ya opina). El martes se presenta en el Congreso la moción de censura contra el ministro del Interior, Luis Alva Castro.
El último tango en Perú. De un caso serio y lamentable como el de Susan Idrogo, pasamos a un escándalo digno de una miniserie. El miércoles el congresista Gustavo Espinoza logra que la platea excitada olvide por fin las travesuras dentales de Juan 'Chiquito' Flores y le dedique atención a una 'noticia bomba' del mismo ítem: --El señor Alejandro Toledo ha violado el día 19 de setiembre a una persona, Diana Arévalo Sagástegui, durante de una orgía con alcohol y drogas y aquí están las pruebas--, dijo en el Hall de los Pasos Perdidos (el nombre ideal para la locación perfecta) este flamante congresista que no es muy conocido, aunque, para más señas, hace poco presentó el "proyecto de ley para la protección de la actividad de los trabajadores expendedores de emoliente".
Entre las irrefutables pruebas que presenta aparece un parte policial en el que la dama declara haber sido ultrajada "por un tal Toledo".
La presunta víctima de esta presunta violación en aquella presunta orgía resulta ser una presunta dama de compañía. Ya estamos jueves: Diana no sale casi de la casa de sus padres, donde se refugia. En determinado momento se disculpa por no querer hablar del tema y deja como despedida una frase que suena a metáfora existencial. --Eso es para grandes--, alega. Los testigos de la escena cuentan que ella viste una casaca de una marca de grifos y que lleva dos medias de distintos colores. Y que llora. Después su madre quiere dejar zanjado el asunto de una vez por todas: --Ella solo lo hizo porque estaba bebida, como toda chica, lo dijo por decir--, comenta ella y, sin querer queriendo, diseña una cortina de humo para tapar otra cortina de humo.
Los periodistas no saben si hacer guardia afuera de la casa de la señorita en cuestión, en Ventanilla, o seguir al congresista Espinoza hasta la ventanilla de la Fiscalía de la Nación, donde presenta formalmente la denuncia delante de las cámaras. Ahora ya todos saben quién es él, ya lo conocen, uno de estos sábados aparecerá en un 'sketch' de "El especial del humor".
Sigue siendo jueves: la revista "Caretas" asegura que hay otra víctima de acoso por parte de Jovino, el juez. Sus iniciales son I.J.E.F., por fin alguien respeta la identidad de las demandantes, por fin su nombre y su foto no vuelan por los aires como una prenda íntima que todos quieren divulgar sin asco.
Llega el viernes y el vértigo de la noticia es imparable. Lo raro es que se siga hablando de Alejandro Toledo y no de Celestino Toledo (es su segundo nombre, con el que la noticia tendría 'más cuerpo', por decirlo en términos cerveceros). La edición nocturna de un noticiero en horario estelar y en señal abierta presenta siete noticias importantes, las primeras cuatro vinculadas al Caso Toledo, incluyendo despachos en vivo en el instante en que un policía llega a la casa de Diana Arévalo con una notificación en la mano.
Al filo de la medianoche, y en otro programa, se presenta una entrevista en diferido en la que la misma jovencita cuenta que Alejandro Toledo no concretó el ultraje, pero que sí la amenazó con una botella.
Fin de semana. Cinco días bastaron para toda esta descarga de noticias: un poco de prensa amarilla, de serie rosa y de crónica negra. Las verdaderas víctimas de acoso sexual son los espectadores.
Del acoso al amanecer. En 1967 un sociólogo llamado Leonidas Castro Bastos publicó un libro titulado "Sicosis de grupos sociales en el Perú", y en uno de sus capítulos habla del erotismo colectivo como algo ya fundado en el inconsciente local; imaginarse cómo habrá evolucionado durante 40 años, hasta hoy, sería un deporte sádico.
Escribe Castro: "Las revistas y periódicos (podría agregarse: y la televisión) están contaminados del delirio erótico (...) Esta fijación causista se encarna en el subconsciente, el inconsciente guarda los actos reprimidos, las emociones latentes, la consecuencia de todas estas fijaciones es la refracción de una serie de estados de ánimo discordantes, de emanaciones sexuales".
Emanaciones, dice. Esta semana, entonces, todo se derramó y se derramó feo, aunque a estas alturas alguno de los espectadores acosados podría darse cuenta de que esto es un juego y que, como dice el psicoanalista Moisés Lemlij, este no es un tema de sexo, sino algo peor. --Todo aquello vinculado al acoso no es un mero tema de sexualidad, es más una relación de poder. El sexo fue usado solo para doblegar. El trasfondo es de control y de humillación--, comenta y recita como una máxima aquello de que el sexo es el poder de los jóvenes, y el poder es el sexo de los viejos.
Lo mismo en el caso de la presunta joven violada en la presunta orgía, etc. --Acusar a alguien por un tema sexual vende porque entra en el terreno de lo prohibido, pero además porque genera angustia, curiosidad--, agrega y pregunta quién no quisiera saber exactamente qué pasó en esa noche de la supuesta orgía, y cómo intentaba apapachar y besuquear el juez Jovino a la practicante de su estudio. Acusar a alguien por el lado más morboso permite al acusador rasgarse las vestiduras y, por otro lado, burlarse del que tiene que limpiar su honra, en caso de tenerla.
Y, agrega Lemlij, el resultado es un espectador perfectamente apto para seguir recibiendo pequeñas dosis de sexo prohibido. --Llega un momento en que uno quiere saberlo todo y regresa a la época en que es un niño que sabe que sus padres están haciendo cosas en el cuarto y que se asoma para espiarlos--, comenta Lemlij y resume esta burda novela semanal como un tema de poder, solo de poder. Todo lo demás es un húmedo y burdo pretexto.
No se lo digas a nadie (más). Podría elaborarse una selección peruana de olímpicas pérdidas de tiempo ligadas a asuntos sexuales. Durante el juicio a Lady Bardales más llamó la atención su alucinante escote que lo que declaró. Y el congresista Carlos Torres Caro pasó, en pocos meses, de acusado de haber ultrajado a una de sus alumnas a autor maléfico de las fotos del congresista José Vega sentado encima del animador de un restaurante brasileño (¿alguien recuerda para qué viajaron los congresistas?).
Un famoso caso de acoso sexual internacional fue protagonizado por el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger. En el 2003 seis mujeres declararon haber sido víctimas de sus toqueteos cuando él era actor. El día que él reconoció que se había portado un poquito mal, dejó una frase memorable: --Algunas de esas cosas no son verdad, pero tengo que decir que donde hay humo, hay fuego--.
Volviendo a la cancha peruana, lo patético de estas denuncias de tipo sexual es que no empiezan ni acaban, solo se transforman. Ya vendrán otras. Habría sido más útil invertir una semana discutiendo el proyecto de ley de protección a los vendedores de emoliente, tan rico que es.

(*) Aparecido en el diario El Comercio el día de ayer.

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