jueves, 11 de octubre de 2007

GALLOS SUEÑOS (*)








La realidad y el sueño por Cesar Levano (*1)
Hace unos meses, en los días de su octo­gésimo aniversa­rio, escuché decir a Ga­briel García Már­quez: cada pueblo decidirá qué tipo de socialismo quiere, y eso será el socialismo para él.Me hizo recordar el credo de José Carlos Mariátegui: el socialismo no debe ser calco, ni copia.Esas reflexiones, colocadas a la luz de una intensa experiencia personal, se avivaron al recorrer las páginas de El canto y la ceniza, una antología de las dos mayores poetas de la Rusia del siglo XX: Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva.El volumen me lo obsequió una amiga que reside en Europa y que cada vez que viene al Perú me aporta un manojo de libros selectos.¿Qué vincula a esas dos ar­tistas con la meditación sobre el socialismo?Ocurre que ambas sufrie­ron la presión y el castigo, ade­más del insulto, del estalinismo. El resultado de ese período fue un cúmulo de injusticias, y un abandono de los impulsos generosos que hay en todo mo­vimiento socialista.El caso de la Ajmátova es significativo, porque era una poeta excepcional, que ya Mariátegui había celebrado, y porque nunca conspiró contra el orden socialista ni se acogió al exilio. Sus poemas de los días del cerco de Leningrado, de la resistencia he­roica del pueblo soviético, revelan hasta qué punto, pese a no ­ser militante revolucionaria, se identificaba con su pueblo en lucha contra la barbarie nazi.Su poema Réquiem, inspirado en los días de la prisión de su hijo, luego enviado a los campos siberianos, es una de ­esas expresiones artísticas en que se plasma una época.En un texto presentado a manera de prólogo, la poeta cuenta cómo pasó diecisiete meses haciendo cola a las puertas de la cárcel de Leningrado. Un día, cuenta, una mujer des­conocida salió de la fila y le preguntó al oído:“–¿Y usted puede dar cuenta de esto?“Yo le dije:“–Puedo.“Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro.”Era una carga de sufrimiento cruel e inútil. Al final, burócratas y malvados royeron la fe de los soviéticos. Eso no descalifica lo que la ­Unión Soviética realizó en términos de derechos sociales, de avan­ce en la ciencia y la cultura, de ayuda a la liberación de los pue­blos coloniales y se­micolo­niales, de apoyo econó­mico y militar a los países del Tercer Mundo.Pero la moraleja es que el cambio social que anhelamos de­be buscar –sin calco ni copia, libremente– que se implante por fin el viejo sueño de justicia y li­bertad. En la América de hoy se están abriendo caminos iné­ditos hacia ese ideal. Es un mo­vi­mien­to múltiple, rico en nue­vos contingentes: las muje­res, los jóve­nes, las capas medias de la ciudad y el campo, la nueva intelectualidad, las po­blaciones margi­nales. Ellos van a inventar un socialismo a la altura de los tiempos, sin dogmas, sin ucases extranjeros.

(*)Poema de Mario Benedetti.(*1)Aparecido hoy en el diario La Primera.

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