martes, 23 de octubre de 2007

NUESTRO GABO





Un noble Nobel por Cesar Lévano (*)
Gabriel García Máquez pronunció, hace 25 años, al recibir el Premio Nobel de Literatura, un discurso que es a la vez una mágica pieza de prosa artística y una reflexión panorámica sobre la historia, la realidad y el destino de nuestra América. Quienes hemos gozado de la creación de García Márquez no sólo en la ficción, sino también en la crónica, el ensayo, la nota informativa, sabemos de qué fuentes se nutre el trabajo de ese hombre que considera el periodismo como la profesión más bella de la tierra.Poesía del siglo de oro español, novelas de William Faulkmer, música de Brahms, boleros románticos, el vallenato popular de Colombia: un caudal asimilado desde los días en que, señal de su pobreza, preludiaba su arte narrativo en trozos de papel arrancados a bobinas del diario en que trabajaba. Todo eso, más la intensidad de los recuerdos, la militancia revolucionaria temprana, la voluntad estética y social, acrisoló el estilo de éste que es el gran arquitecto de la imaginación creadora de América Latina; el cronista mayor de nuestras tragedias, nuestros sueños, nuestros delirios, nuestros amores felices o frustrados, nuestra soledad.Hace poco, en la Casona de San Marcos, el poeta Marco Martos me dijo: “Difícil es formular pronósticos; pero sospecho que dentro de cinco siglos Cien años de soledad será considerado el equivalente de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”.No resisto a la tentación de copiar fragmentos del discurso de Gabo en 1982: “¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a tres mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad”.Y frente a la posibilidad de una destrucción de la humanidad mediante bombas atómicas, el discurso propuso una utopía:“Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie puede decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
(*) Columna del director del diario La Primera

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