martes, 3 de mayo de 2011

EL OPIO DE LOS DOMINANTES por JORGE BRUCE




Sin ansiedad no se aprende, decía José Bleger. Y agregaba: con mucha, tampoco. Esa observación del gran psicoanalista argentino permite entender una serie de comportamientos en diversos sectores del panorama político peruano actual. Mucha gente recuerda el famoso CADE de la inclusión social, en el que los empresarios más poderosos del país parecían haber tomado conciencia de las razones que habían llevado a un Humala, más radical que el de hoy, a pasar a la segunda vuelta en el 2006. En ese momento había, pues, mucha ansiedad. Porque el hecho macizo es que no aprendieron.
Luego vino el proceso inexorable de la negación, adormecidos con ese opio no del pueblo sino de los dominantes, que se llama crecimiento económico (otra forma de religión, si se quiere). Sí, el dinero es un antídoto contra la ansiedad, pero no resuelve los problemas que la causaron en primer lugar. Más bien promueve la amnesia y la anestesia.
Pasaron cinco años y nos encontramos en otra disyuntiva anxiógena. Solo que esta es peor que la anterior. En vez de tener que elegir entre García y un Humala agresivo y chavista, ahora tenemos a Keiko Fujimori, atrapada en el conflicto entre tomar distancia de los crímenes de su padre, lo cual implicaría reconocerlos, junto al obvio copamiento de medios e instituciones vía la corrupción que nadie podía ignorar. Porque una cosa es decir que su padre ignoraba las matanzas del grupo Colina, lo cual es inverosímil pero se le puede conceder el beneficio de la duda a la lealtad ciega de una hija con complejo de Electra, y otra es no haberse dado cuenta de lo que estaba ocurriendo de manera ostensible con los medios de comunicación que sacaban las mismas portadas infames a diario (algo de eso comienza a verse ahora, sin necesidad de asesoría montesinista). Y este es solo un ejemplo de la masa de evidencias que todos veíamos, sobre todo hacia finales de la década de los noventa.
De un lado, pues, la imposibilidad de deslindar de un gobierno criminal y un padre justamente encarcelado. Del otro, un Humala que se parece cada día más a Gandhi, como comentó alguien en el Twitter. A Keiko sabemos que no podemos creerle, puesto que los crímenes de su padre y su gobierno están demostrados y juzgados. Que ella no pueda resolver ese conflicto no es nuestro problema. Esta no es una época dinástica sino democrática.
Del otro tenemos a Humala jurando que las realidades de la política lo llevan a hacer concesiones. Yo sé que no votaré por Keiko, por el daño espiritual irremediable que causaría a nuestra sociedad darle una oportunidad a quien dice que el de su padre fue el mejor gobierno de la Historia del Perú. Pero, como muchos, no estoy dispuesto a entregarle mi voto a Humala sin recibir suficientes garantías de su nueva actitud. Tenemos unas semanas por delante, pero no puedo ocultarles que mi ansiedad es creciente y se acerca a ese punto diagnosticado por Bleger, en el que ya no se aprende ni se piensa sino que se actúa impulsivamente.
Eso es lo que están haciendo medios que despiden a periodistas como los de Canal N por un terror sin nombre: no están pensando ni aprendiendo.