
Ayer he leído, primero con una fingida sorpresa, y después con cierto animo bastante jocoso que al parecer la genética ha hecho presa fácil de sus notorios encantos y que tras sus lindos ojitos (que regaron unas lágrimas de cocodrilo en pleno hemiciclo hace una semana atrás) se esconde el estigma del padre atrapado en su permanente voracidad de político roedor, de cabildero del billete.



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