lunes, 21 de enero de 2013

TEORIA DEL MAL GUSTO






El mal gusto esta siempre a la vuelta de la esquina, aun disfrazado de arte. Porque se trata de venderte lo que sea meridianamente comestible. Y hay formas de ver la vida que se reflejan en todos nuestros actos, en nuestras elecciones, en esa sensación que dejamos ver por la cual la mascara no sirve porque se cae, inevitablemente. 
Esta siempre a la vuelta de la esquina, usted voltea  a la esquina y encuentra un quiosco en donde lo peor de la prensa escrita mundial, a niveles haitianos, nos agrede desde los exagerados y cholísimos colores de sus portadas y la persistencia de temas que dan vuelta en círculos viciosos y que se repiten y repiten como un castigo impuesto por implacable dioses del olimpo. Los dioses son los mas impresentables  dueños, directores comisionistas, periodistas venales e idiosincrasias tercermundistas. 
El domingo, esa maroca babilónica que es la televisión nos castiga desde todos los ángulos  (es cuando no odio los recibos de Telefonica porque el cable viene en mi salvación) con sus programas extranjeros de otra calidad y factura. 
Hasta Los Simpson son serios al lado de los reportes de las folcloristas lesbianas y asesinas. O los pleitos matrimoniales del Dr de las bataclanas (eso de las estrellas es inútil y vano hasta la nausea) y su esposa, romanceando en su arribismo de medio pelo con el chófer, el  cholo macetón tornero que se come a la esposa del patrón y hasta se va de viaje con ella. Y tras esto, harta plata, nuevos ricos que son mas que horrorosos, son detestables en la representación de su miseria moral. Como lo es todo aquello, que tiene que ver con la plata como doctrina y como es el desprecio hacia lo ético y lo moral porque no es un buen negocio.
Ese grande entre los grandes, ese escritor que nunca abandonó su decisión inteligente de ser verdadero, que es Julio Ramón Ribeyro, no tiene tanta prensa como Gringasho, a quien todo el mundo conoce. Pregúntenles por Vallejo y responderán que es un equipo de fútbol del norte. 
Detestables  son quienes nos condenan a esta decadencia de civilización del espectáculo, porque el el susodicho es la puesta en escena de la miseria humana, de la tibieza espiritual, de la carencia de pasión, de la no creencia en la buena conducta, en el dinero como instrumento y no como fin supremo de una vida que cada día nos provoca menos y que nos hace extraños por decir que pensamos diferente, que viviriamos como el Walden en los bosques de Thoreau, con austeridad pero con la conciencia tranquila y el alma regocijada en lo simple y hermoso que es el mundo liberado de estos demonios que se muestran, sin vergüenza alguna, a cualquier hora del día porque ya el reino de lo oscuro y de la noche ya no les basta, porque  hemos cedido la ideología por la quincena, porque nos olvidamos que somos parte de lo divino, desde que somos el cuerpo del Padre y que no necesitamos poderes mágicos de vendedores de sebo de culebra o relaciones con  entidades inexistentes, o con malos ejemplos de la verdad desnuda,  que justifiquen la pobreza del intelecto del país aliterario, el de los hombres ciegos que detestan la cultura, y todo aquello que hace sublime el maravilloso acto de vivir y por el cual imploramos a Munch para que nos permita ser parte de su grito desde estas líneas.