Queremos tanto a Vivi
por Hugh Player
Hemos visto en la WEB un video, en verdad charcheroso, grabado con mucha mala leche y una obvia envidia de fea militante, llamado La Muy Muy. Es poco decir que a Doña Viviana la dejan por el piso con esa maleta peruana tan característica que gusta de recordar el pasado ajeno y darle un tono negro, malvado, devastador y terrible. ¿Y es que se supone que nos deba interesar la vida privada de la Srta Rivasplata y la lista de babosas contusas que ha dejado a su paso omnívoro?
Lo peor es que las afectadas no son precisamente unas devotas seguidoras de la Santa Madre Teresa de Calcuta y mas de una de ellas también cuenta con un exponencial y riquisimo recorrido de vida. Ahora... y si alguien me pudiera explicar esta gracia como si yo fuera un niño de cinco años: ¿de qué hablamos cuando huzmeamos en la vida de damas tan públicas que a todas luces se relacionan con el sexo opuesto teniendo como base la afortunada billetera del marchante de turno?. Porque el deseo por tanta belleza tiene un precio que pagar. Y no es poco.
La desgracia de la pequeña Viviana, que es una mujer pequeña pero bien empatada e innegablemente atractiva y deseable (al menos por un par de horas) es corporizar y representar en si misma la idea de la temible quitamaridos o la hábil campeona en el juego del arrebato del gil. A Vivi le han hecho una fama de aviesa partidora.
Es rubia. Es bella. Impacta pese a su talla. Es conocida. Es pretendida por ricachos.
Tiene eso y sólo eso, porque en ella se cumple la sentencia sobre la inteligencia de las rubias y la contraparte de la belleza. Ello lo sabe. No hay ninguna ofensa. Es la realidad en la que transitan sus días matizados por una histérica desesperanza.
Déjenla que viva su experiencia. No la insulten (que es algo tan bajo y vulgar), ni deseen tanto tener una vida como la de ella porque en sus ojos vive la tristeza.
Ser hermosa también puede ser una extraña condena. Porque las terribles personas con las que por desgracia o por error nos relacionamos intimamente, se parecen, como dos gotas de agua, a nuestros propios reflejos, a nuestros mas temidos fantasmas, a nuestros mas obscuros y feroces demonios.
A nuestra dura, atávica y eterna faena por liberar nuestra conciencia.
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