por César Hildebrandt
La prensa neofascista tiene cada vez más influencia en el gobierno. Opiniones vertidas un martes en sus páginas se convierten muchas veces, al día siguiente, en la agenda del señor Alan García. Y no sólo en su agenda sino que también en sus adjetivos, sus desmanes y sus amenazas.
Esa prensa es experta en brindar coartadas güiquipédicas de todos los calibres.
¿Que los nativos de la selva protestan por leyes que no les consultaron y que el Congreso debió de derogar porque la subcomisión encargada de analizarlas así lo determinó?
Pues entonces citan el ejemplo de Chile con los mapuches. ¡Exterminio y represión! El genocidio del pueblo mapuche es uno de los capítulos más sórdidos del siglo XIX chileno. Y la actuación de la actual Agencia Nacional de Inteligencia en contra de personalidades como la cineasta y musicóloga Elena Varela demuestran que, en ese punto, la señora Bachelet rima políticamente con el señor Pinochet.
Otros propagandistas del ametrallamiento como solución, recetan la siguiente fórmula:
“Y que la carretera Tarapoto-Yurimaguas sea desalojada a como dé lugar, no importa el costo, para dar una señal clara de que en el Perú no es barato derramar la sangre de policías. Esta vez que vayan bien armados. Y a la primera piedra que les tiren, que respondan sin asco y con todo su poder de fuego”. (Uri Ben Schmuel, “La Razón”, edición de ayer. ¿Alguien mencionó Gaza?).
Otro representante de la derecha hemofágica había lamentado que los policías asesinados en la estación seis de bombeo del oleoducto no hubiesen vaciado las cacerinas de sus AKM sobre la multitud.
“Haces un “erizo circular” y metes mil balas en minutos. No te toca nadie. A unos carabineros chilenos o “marshalls” yanquis no los mataban tan mansamente, por Dios”, escribió este desperdiciado guionista de Sam Peckinpah (ignorando que ese crimen repugnante se produjo, precisamente, cuando los policías estaban ya desarmados y en condición de rehenes; a no ser que se esté reclamando por una “masacre preventiva”).
En resumen, la vieja y trémula derecha de toda la vida vuelve a exigir un baño de sangre y un ajuste de cuentas. O sea, la receta de la abuela, el purgante casero, la matazón que escarmienta: casi un aviso de la revista “Variedades” en contra de los incómodos piojos.
Y esa es la derecha que Alan García está escuchando y siguiendo. Como cuando Eudocio Ravines aconsejaba a Haya de la Torre delante de un cebichito
.¿Aceptará el Apra, como partido y no como furgón de Palacio, el triste papel de matar selváticos para que el TLC con los Estados Unidos haga click con el modelo?
Bueno, que Mauricio Múlder asuma su responsabilidad.
Al escribir estas líneas me confirman que el gobierno de Nicaragua ha concedido pleno asilo a Alberto Pizango.
No cabía otra cosa. No había cómo negarle a Pizango el asilo teniendo en cuenta que el presidente Alan García lo llamó, el sábado pasado y sin necesidad de investigación alguna, “delincuente”.
La responsabilidad de Pizango es moral y política. Y si judicializáramos el asunto –es sólo una hipótesis académica- el señor Pizango, en todo caso, es tan delincuente como el señor Alan García.
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