jueves, 15 de noviembre de 2007

DE ALCURNIA VORAZ







Mi telenovela favorita por César Hildebrandt (*)
Cuando vi bailar a Francisco Tudela, el canciller ad hoc del japonés hampón, en el estrado de la re-reelección, bailar, digo, el baile del Chino, la tecnocumbia que Rossy War interpretaba con las ancas y Saravá con la cara y la Bozo con las axilas, allí mismo me di cuenta que el tal Tudela tenía que ser una muy malita persona.Un mal bicho detrás, claro, de esa voz agonizante y esos modales de caballero inglés buscando un incunable donde algún librero misteriosón y marroquí. Porque sólo un mal bicho pudo prestarse para lo que Tudela se prestó y sólo un mosquita muerta pudo ir diciendo donde lo escucharan que la interpretación auténtica del artículo 112 de la Constitución era una obra maestra de la jurisprudencia y que los muertos que aullaban en Cieneguilla eran un invento de los muertos de hambre de la oposición.Un día –recuerdo– tropecé con él en la librería “El Virrey” y Eduardo Sanseviero me lo presentó. Yo vivía en Madrid y estaba unos días en Lima porque tenía que defenderme de la demanda que me había entablado el general Clemente Noel Moral, el de Uchurajay. Lo escuché pontificar sobre política exterior y supe que estaba frente a un trepador que habría de lograr lo que se había propuesto. En efecto, tiempo después me enteré que ya era un gran ujier del Torre Tagle nipón del gobierno que todo lo enmugró. Ahora, autoexiliado de la figuración pública y residiendo en Chile, Francisco Tudela ha vuelto al cono de luz de las noticias porque está muy interesado en declarar demente a su papi, don Felipe Tudela y Barreda. La razón es muy sencilla: su papi se acaba de casar con la señora Graciela de Losada Marrou. Ella tiene 77 y él 92 años. Los avances de la geriatría no lo han exonerado de algunos achaques en las articulaciones, pero los que todavía lo frecuentan dicen que la cabeza la tiene todavía a pleno rendimiento.Sus hijitos –don Francisco y don Juan Felipe– no creen eso y lo han empapelado con los sellos y los otrosíes temibles y casi infalibles de don Enrique Ghersi, el mago de la abogacía, el que “demostró” ante Indecopi que Herbert Morote había plagiado a Bryce, a pesar de que Morote escribió su libro tres meses antes de que apareciera el artículo cuatrero del novelista.Dicen estos ñaños de almas tomar que lo del matrimonio es una farsa impuesta por la señora Graciela para quedarse con la parte gorda de una herencia que puede ser cuantiosa y que su papi ya está para que las enfermeras se hagan cargo.Todos imaginábamos que don Felipe Tudela y don Francisco Tudela sólo podían competir, y muy discretamente, en el asunto de cuál de los dos había sido el más reaccionario.Papito Tudela, por ejemplo, fue diplomático en España en los tiempos de Benavides, nuestro Francisco Franco. Fue también el abogado que el tirano Odría envió a La Haya para que sustentara la tesis del Estado peruano en el caso del asilo de Haya de la Torre en la embajada de Colombia en Lima. ¡Y vaya si cumplió su papel!Papito Tudela, junto a Carlos Sayán, dijo en el tribunal de La Haya que el líder aprista era un delincuente común, un terrorista, un asesino y un narcotraficante. Y presentó el caso de un supuesto traficante de drogas peruano, Eduardo Balarezo, como prueba (prueba más falsa que la bonhomía de Sánchez Cerro, por supuesto).Otra hazaña de papá Tudela en la meritocracia de la ultraderecha nativa no tuvo que ver con la política sino con el corazón: casó con Vera Van Breugel-Douglas Berindei, nieta del barón holandés Gaspar Van Breugel-Douglas, de donde le viene al ex canciller de Fujimori la sangre azul que le hizo hablar tan bajito y vestir tan bonito y caminar –aun estando al lado de Keiko– como si recorriera los jardines de Versalles.En materia de cavernas, el hijo, de lejos, superaría al padre. Francisco Tudela estudió primero en la Católica, donde terminó pareciéndose al fantasma de Riva Agüero y, según algunos, reclamando por “la izquierdización del PPC de Bedoya Reyes”.Después estuvo en Navarra, la fábrica de líderes del Opus Dei. Tudela se identificó más, sin embargo, con Tradición, Familia y Propiedad, una secta mundial de Pedros Picapiedra dados al fascismo y la xenofobia.Pero eso no bastaba. Fujimori llegaría a su historia para acabar de modelarlo. Como parlamentario del congreso apócrifo sembrado en 1993, Tudelita fue uno de los defensores más encendidos de la amnistía para los criminales del fujimorismo. “Debemos olvidar… los pecados individuales en aras del bien de la colectividad”, dijo (la cita es de “Caretas”, edición 1600).Después se fue, camuflado de enredadera, a Torre Tagle, donde acabaría en el puesto de canciller. Más tarde, tras los sucesos de la toma de rehenes en la embajada del Japón, se fue como embajador del Perú ante las Naciones Unidas. Y allí hizo de abogado del lumpenfujimorismo como si de defender a Sor Juana Inés de la Cruz se tratara. Fue el guaipe más ilustre que tuvo el decenio de los Colina y los Saravá. Regresaría de la ONU para integrar, como primer vicepresidente, la plancha de la re-reelección ilegítima. Hasta que llegó el video de B. Kouri y, entonces, poco después, se fue al Chile de sus amores.En efecto, Tudelita nunca ocultó su afecto por Pinochet. Y nunca dejó de simpatizar con Gran Bretaña en plena guerra de las Malvinas. Y su tesis universitaria fue titulada “Legitimidad e insurgencia: un ensayo sobre los fundamentos morales del poder”, un homenaje académico al levantamiento franquista del 18 de julio de 1936 en contra de la República española.Ahora quiere que su papi sea declarado loco. No vaya a ser que alguna plebeya le robe lo que tanto ha esperado.
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera. Nota: Mañana el diario La Primera trae el suplemento Don Balón. Imperdible para especialistas del fútbol.

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