martes, 20 de noviembre de 2007

ESQUELETOS EN EL ARMARIO por Hugo Del Portal





















LA FALTA DE TEMA (¿Otra vez frente a la página en blanco?)


En su columna del diario La Primera (el cual hoy día no podemos postear) César Hildebrandt hace un comentario sobre los invitados del último domingo en el programa El Francotirador. A veces,(pocas, muy pocas) se puede ver este espacio y depende mucho de la inspiración del inimputable (*) de Jaime Baily y de quien sea el invitado. Esta vez le tocó comenzar al Dr Sotelo, tristemente célebre por -aparentemente- haber sido torneado por el compañero Presidente y habló del tema con la soltura que suelen tener los mas impactantes mamertos. El tipo daba vergüenza ajena frente a las burlas del entrevistador y las risotadas del público. En el fondo se merecía estar pasando este patético trance por convertir su problema personal en un lío mediático. Finalizada la revolcada al compañero juez, entraron en escena Sabina y Serrat, par de crápulas talentosos y muy queridos, a quien le debemos -a mi modesto entender- magníficas canciones de las cuales es difícil desprenderse. César Hildebrandt no esta de acuerdo con que hayan opinado en joda y por joder sobre el supuesto adulterio de García en contra de Sotelo. Y ampara esta protesta con un argumento muy débil: los peruanos no podemos actuar así en España. Y eso..¿es culpa de Serrat o de Sabina? Que nuestros cantantes sean tan educadamente limeños (que es algo así como no tener las pelotas bien puestas) para expresar opiniones críticas -en serio o en broma- no impide (que mas allá de las nacionalidades) la gente que viene del extranjero tenga derecho a voz, a opinar sin que ese hecho altere en nada nuestras convicciones (si las tenemos bien puestas) más aún cuando los políticos del mundo, de aquí, y de España, siempre son tan buena mierda que sirven para descargar sobre ellos la frustración disfrazada de humorada. Entre dos angustias, la mejor salida es el humor (*)

Debo concordar con César Hildebrandt que los vinos del Priorato no son como para adornar las esnobistas cotizaciones del Wine Expectator. Suscribo mi gusto a la Ribera del Duero también. Que Serrat y Sabina se la pasen chupando en la entrevista, me parece de un anodino mal gusto, más aún cuando el catalán trataba de marketear su bodega, (que la huachafería oportunista y gananciosa importará para el consumo de algunos trovafílicos de la Vallarino) obviando además hablar seriamente de algún tema importante porque los años pasan junto con las rebeliones y entonces nacen esos estilos alpinchistas y relajados que con medias de payaso nos muestran graciosamente Serrat y Sabina. Sin embargo eso no los descalifica, ni los hace menos talentosos de lo que son. Se que a César Hildebrandt no le gusta mucho de la producción de Serrat (especialmente la posterior a Ricardo Miralles) pero si las canciones de El Sur también existe (con letras de Don Mario Benedetti) no calan en César, es que su exquisitez dista mucho de la nosotros, simples mortales para cualquier chalalá musical. Efectivamente no hay ninguna prueba de que el gordo se haya cepillado a la joven esposa del abogado y es por lo mismo que el tema se puede tratar a la broma, desde este humilde blog hasta por los divos tíos de la vieja trova. Es cierto el Perú esta muy enfermo, estaba mal y Fujimori lo mandó a cuidados intensivos, Toledo -siempre frívolo- decía que el mal del Perú era mas bien psicosomatico. El último viento de dignidad nacional casi se hundió con el Huascar y hasta se lanzó del morro de Arica con la bandera pero laté imperceptiblemente -para el barullo cotidiano- en personas como César Hildebrandt o como César Lévano que siempre nos entregan en sus líneas buenas dosis de coraje y de decencia. El dueño de ese canal de malamuerte que alguna vez quizo operarse los ojos en yiddish, que le ha costado indemnizaciones a nuestros bolsillos,
ahora persigue al Contralor Matute (por encargo del patrón de turno) a quien luego de hacerle un paciente reglaje han logrado descubrirle que no paga sus multas de tránsito (?). Ese es el tema del día. O que nuestro ilustre primer ciudadano se estrene como abogado defensor de la joyita de Wolfenson luego de declarar la diáspora y la excomunión de quienes fueron acusados por el delito de terrorismo ante la conveniente postergación del jucio del japonés. Para nada: Sabina y Serrat. Joaquin y Joan Manuel son para las personas que pagarán los astronómicos precios de su extraordinario concierto. Yo, dentro de un tiempo, lo bajaré por Ares y esperaré a que -como solía hacer Alberto Cortez- algún otro divo de actualidad regale un concierto gratis en los patios de la Universidad Mayor de San Marcos. Por eso (y por mucho más) lo que se diga en la frecuencia latina del colchonero comprable, así lo diga Jesúsito resurrecto, francamente me chupa un huevo.


(*) Adjetivo del maestro Hildebrandt en su artículo de hoy.

(*) Frase atribuída a Alfredo Bryce (sin confirmar si fue plageada por ahí)

Vieja trova por César Hildebrandt
El domingo por la noche hice lo que no hago desde hace muchas lunas: ver televisión nacional. Me tropecé con el programa de Bayly y decidí quedarme allí porque estaban Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.Sabina estaba disfrazado de él mismo y repetía más o menos lo que dice cada vez que viene: que ama a una peruana (que lo ama a su vez), que es un bohemio sin remedio y un borracho sin vacaciones y que se pone medias de payaso porque la vida es una comedia que sólo los tontos pueden tomarse en serio. Con ese cuento de que nada debe ser serio, el buen Sabina ha golpeado todos estos años nuestros oídos con el sonsonete de sus rimas tan exitosas como consonantes: desengaños/ años; lejana/ porcelana; centeno/ menos, y así por el estilo.Pero en fin, Sabina es Sabina y se le quiere como si no rimase con fórceps porque es el libertino inocente que todos, en el fondo, hubiéramos querido ser. Serrat, por su parte, estaba disfrazado de socio de Sabina y tuvo el pésimo gusto de usar un tercio del programa para hacerle propaganda al vino que produce y que debe ser tan mediocre como casi todos los vinos del Priorato –aunque los catalanes crean, en su chauvinismo de capilla, que hasta el vino lo tienen mejor que nadie–.El señor Serrat hizo historia en los 60-70 con canciones como “Mediterráneo”, “Lucía” o “Tu nombre me sabe a hierba”, y musicalizando poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández. Era finales de los 60 y Serrat acababa de producir un escándalo cuando, en un festival de Eurovisión, se negó a cantar en castellano reivindicando así la catalanidad que Franco asfixiaba.Pero cuando Serrat se peleó con Ricardo Miralles –su arreglista y director musical, un músico con formación clásica que le organizaba la inspiración, mejoraba la melodía y enriquecía la variedad tímbrica de cada pieza–, la música le empezó a huir al cantante y las nuevas canciones (las que van de “Material sensible” a “Serrat sinfónico” pasando por “Utopía” y “Sombras de la China”) fueron cada vez más un disfuerzo penoso y una viuda sombra de los tiempos del célebre “Cantares”.Así que Serrat vive de la renta de los 70 y del sobregiro del afecto que todos le profesamos. Bueno, no sé si hablar en tiempo presente. Porque el domingo pasado, el veterano cantautor, envinado por su propia viña, habló del Presidente del Perú como si de un tonel de basura se tratara.Durante larguísimos minutos, mi inimputable amigo Jaime Bayly incitó a Sabina y a Serrat a que comentaran las acusaciones lanzadas por Víctor Raúl Sotelo en contra de Alan García. Como algunos saben, Sotelo ha acusado a García de haber destruido su hogar entusiasmando a su mujer (la de Sotelo) en vivo y en directo, seduciéndola por teléfono y conquistándola, finalmente, de cuerpo presente y con el arte brujo de los reducidores de cabeza.Yo he entrevistado a Sotelo en la radio y he escuchado su testimonio con asombro. Lo que pasa es que hace poco este señor envió a nuestro programa unos audios que, según él, eran devastadores y probatorios y que, sin embargo, a la hora de escucharlos, resultaban irrelevantes y ni siquiera llegaban a ser indiciarios. Ese fue el momento en que tomé la decisión de poner la desgarrada versión de este marido ornamentado en cuarentena, a la espera de otros audios prometidos pero nunca dados.En todo caso, tenía pleno derecho Bayly de ocuparse de un refrito –La Primera también le dedicó al asunto tres páginas consecutivas– y hacerlo con su habitual temeridad en tiempos de democracia. A lo que no tenía derecho era a permitir que dos respetables extranjeros, por más artistas que sean o se sientan, por más españoles que griten ser, manosearan a García como si de un barriobajero de Vicálvaro se tratara.“¿Tú crees, Joan Manuel, que García se cogió a esa mujer?”. Esa fue una de las preguntas más suaves de la jornada. Y Joan Manuel, más vinoso que nunca, más sabinudo que hacía media hora, gesticulaba y opinaba, se moría de la risa y volvía a opinar guiñando un ojito, haciendo un círculo con los dedos índice y pulgar.Yo no podía creerlo. ¿Tan poca cosa somos que aquí pueden venir dos divos españoles a hablar de una sórdida acusación formulada, todavía sin pruebas, en contra de quien, según la ley y los modales de la más elemental convivencia, encarna al Estado y representa a la nación? ¿Y qué tal si los españoles invitan a Gian Marco a un programa de la tele en España y el divo peruano se pone a hablar de la metrosexualidad del tal Marichalar, de las escapadas noctámbulas y en moto del rey o de las chismeadas mariconerías de Rajoy? Claro, lo botarían a patadas del set. Pero aquí, en este vasto gallinero, todo es posible.Como ustedes saben, mis simpatías por García dejaron de existir hace mucho tiempo. Pero como ciudadano peruano no puedo dejar de mostrar mi repugnancia por lo que vi y oí la noche del domingo. Ni en tiempos de Toledo se dio algo semejante. Y las risas anuentes en el estudio de Bayly me demostraron qué enfermo está el Perú y de qué modo se han abolido aquí las dignidades. En un canal en manos de un señor que apenas puede hablar español y que hace sus mejores negocios en yiddish, dos huéspedes queridos se dieron el lujo de orinar la envinada en el jardín de eso que todavía llamamos Palacio de Gobierno.

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