lunes, 19 de noviembre de 2007

ESQUELETOS EN EL ARMARIO por Hugo Del Portal














El júbilo de los conformistas (¿ahora celebramos por un empate?)

Ayer domingo, se juntaron como sesenta mil cándidos en el Estadio Monumental (o Coloso de Ate, que suena verdaderamente horrible) construído sobre algún yacimiento de sal porque ahí nunca le ganamos a nadie. El entrenador brasileño Dunga arengó a sus estrellas: hoy día entrenamos para el partido del miércoles con Uruguay que nos tiene jodidos con el trauma del Maracanazo. Todos los brazucas(toditos los "iños" y aquellos de nombre coprolálico como Kaka, Elano) salieron a pelotear un rato, y de paso como que tomaban un poco de sol. Frente a ellos había algunos peruanos que de seguro habían visto jugar por la televisión cuando eran niños . Inestimables leyendas como el Sr Palacios, o el Sr Legario, que mostraban impúdicamente la osteoporosis de su juego. En la semana el Chorrillano le había confesado a esos pesados y babosos noteros de la prensa deportiva que había soñado que corría feliz seguido por varios brasileros. Aún no puedo descifrar si se estaba fugando del Berimbau sin pagar las jarras de cerveza o si se refería al partido en si, o a alguna fijación con Vagner Love, que según la prensa de su país es un zambo bastante pipiléptico. La cosa es que mientras el Scrath bostezaba pichangas, el combo nacional (indiscutiblemente esto es un combo como los de Kentucky Fried Chicken) se gastaba en tratar de mostrarse como un equipo que alguna vez figuro en algo. Vano intento: a los cuarenta y sin ningún esfuerzo Kaka (fotografiado por las camaritas de todos los celulares de las aguantadas damas concurrentes) le clavó un gol al flaco Penny que solamente atinó a observar maravillado como entraba la pelota tan bonito. La mazamorra de selección que nos representa se puso como un flan, para dar un puto pase y avanzar dos metros, retrocedían media cancha y así con el Chemo ensuciándose los forros, vino el descanso y luego siguió el partido hasta que el Loco Vargas (mas que loco, cojudo por hacerse sacar una amarilla tan tontamente) tiró un patadón con los ojos cerrados que estrellándose contra algún defensa del Brasil y sin saber como exactamente se metió al arco de los pentacampeones del mundo. El estadio de Mayorazgo se convirtió en un manicomio de lo contenta que se puso la hinchada. Los comentaristas y narradores de la televión que estaban ajustando el calzoncillo ya se hacían dando la vuelta olímpica en Sudáfrica y el Chemo daba indicaciones sin acento español (?) . Igual, la cosa quedo ahí. Salvo en los últimos treinta segundos del partido cuando un cabezazo remeció el palo mientras los concurentes -literalemente- se orinaban del susto. Claro, después viene la celebración, felices de haber logrado un empate de locales (en los que se pierde dos puntos) por el simple hecho de que el rival era Brasil. Que yo sepa, te dan tres puntos si le ganas a Argentina o a Bolivia o a Trinidad y Tobago. Me parece la máxima expresión de este conformismo fatal que nos alumbra que festejemos una paridad que nos aleja de la posibilidad de ir al campeonato del mundo, posiblemente a hacer el ridículo porque tampoco pensamos en ir al Mundial a ganarlo, nosotros somos ilusionados y auspiciosos miembros de la comparsa de equipos que no tienen nunca ninguna opción. Lo peor es que toda esta payasada cuesta dinero que podría ser utilizado en cosas más importantes, billete que sostiene mafias, argollas, negociados y todas las cutras que se puedan imaginar. Y no sirve de nada, porque promueve en nosotros una mal entendida competencia de meras formas que genera separatividad, discriminación, inconciencia y bastantes desengaños. Para ganarle a Italia, Argentina, Alemania o a Brasil, primero que tenemos que disputar una final contra nosotros mismos y ganarle a los fantasmas que nos han convertido en lo que somos: los que andan gritando si se puede sin ninguna convicción interior. Aquellos que saben que futbolísticamente Brasil es cinco goles por encima de Perú pero que se pintan la cara como rucas para poder justificar la liberación de sus atávicos miedos mientras cantan el himno con la mano en el pecho
pensando en la visa de sus sueños.

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