La canasta chola por Jorge Bruce (*)
En una soberbia entrevista del año 1956, el escritor William Faulkner aludía a la "trinidad de la conciencia": no saber, saber y no darle importancia, saber y darle importancia. Esto es aplicable a cualquier problema trascendente. Particularmente cuando afecta en su fuero interno a los habitantes de una sociedad, sin que una mayoría esté dispuesta a encararlo: tal es el caso del racismo en el Perú. Habiendo publicado recientemente un libro sobre este aspecto tan íntimo como doloroso y vergonzoso de nuestra convivencia social, lo mejor que puede haberme sucedido es que dicha publicación haya servido para que ese flagelo invisible -pero ferozmente operativo- adquiera mayor atención.
La mayoría de peruanos nos hemos acomodado entre la primera y segunda instancia de la trinidad citada por el autor de El ruido y la furia: o lo negamos, o sabemos pero no le damos importancia. En una entrevista en su programa de TV Prensa libre, Rosa María Palacios me advertía -lo cual añade generosidad a su invitación- que muchos televidentes cambiaban de canal cuando se trataban asuntos como el racismo o los derechos humanos (un 'zapping' sintomático). De hecho, anunció el segmento exhortando a los televidentes a no correrle al tema, lo cual equivale a una interpretación psicoanalítica masiva y a un uso interesante de la herramienta televisiva. Ignoro cuál haya sido el 'rating' de nuestra conversación, pero de lo que estoy seguro es que no podemos continuar haciéndonos los locos respecto de un conglomerado de prejuicios y estereotipos que violentan nuestras relaciones sociales, incrementan un malestar cotidiano mayoritario y degradan la calidad de nuestras representaciones personales. Porque tanto discriminadores como discriminados se rebajan como seres humanos cuando fomentan o permiten la dictadura de la intolerancia. Estas faltas cotidianas de respeto se cuentan por millones en el Perú. Lo más evidente son los anuncios publicitarios basados en el indigno criterio de lo "aspiracional", como si alguien pudiera aspirar a cambiar el color de su piel, su cabello o sus rasgos para parecerse al canon de belleza "aria" que muchos de estos anuncios propalan. Hagamos una analogía: la central de medios OMD (Optimum Media Direction) ha recomendado para el mercado gay un criterio de reconocimiento. La OMD recurre a un concepto psicoanalítico -'insight'- para vincular la propuesta publicitaria con la vida cotidiana del individuo, según explica el artículo publicado en el diario El Comercio por Luis Felipe Gamarra: cada vez que me miro en el espejo, necesito reconocerme. En la discriminación hermanos, tanto los homosexuales como los cholos -es decir, quien no corresponde a ese canon estético arcaico y racista que contamina nuestras pantallas- deben decodificar los anuncios centrados en la imagen de la familia Ingalls: blanca, funcional y feliz. Así como los publicistas del primer mundo hablan de la canasta rosa, acaso deberíamos hablar de la canasta chola. No se trata solo de consumo. Más bien, el día en que los consumidores se sientan ciudadanos activos, entonces comenzarán a ejercer su enorme potencial dormido para que las cosas cambien no solo en los locales comerciales, sino en el doblegado universo de nuestros intercambios personales. A contrapelo de los fantasmas que aterran a muchos líderes de sectores privilegiados -que por eso mismo se empecinan en negar a la bestia inmunda- es el único camino para un desarrollo integral.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21. Suponemos que ya está a la venta en librerías el libro de Jorge Bruce "Nos habíamos choleado tanto" . Indispensable para entender el maldito racismo que nos aqueja. A comprarlo.
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