miércoles, 27 de febrero de 2008

MANICOMIO TECHNICOLOR








La depresión nacional por Fernando Maestre (*)
Cuando tenía 17 años y estaba a punto de empezar mi carrera de Medicina, escuché un grito de bandera de un político importante de la época que decía: "Qué suerte que tienen los jóvenes, pues están a punto de ver el despegue del Perú". Los de mi generación esperamos un año, pero el país no despegó, seguimos esperando el despegue, pero nada pasó, y así pasaron muchas décadas con la esperanza de que "este año será el año del despegue", pero nada sucedió hasta que.
Desde hace algunos años, el país se empezó a elevar. El progreso se hizo evidente: todo estaba cambiando, todo crecía, bajaba la pobreza y aumentaban las oportunidades de trabajo. Pero, como una terrible pesadilla, el sueño del progreso se esfuma. Llegan los desmanes de las provincias. Vemos cómo se destruye el Cusco, las carreteras, los aeropuertos, las empresas de aviación y la propiedad privada.
La sensación que percibimos en la ciudad es de estar inmersos en un multicolor manicomio donde todas las patologías coinciden. Nadie en Lima entiende a los cusqueños, nadie da crédito de lo que están haciendo con el turismo, que es su fuente de trabajo. Muchos me preguntan si no habrá sido un error la regionalización del Perú pues, ahora, todo presidente de región se siente con derecho de pasar por encima del Gobierno Central.
Lo que más daña de estos desmanes es la autoagresión, al punto de destruir su propia fuente de alimentos. Lo importante es destruir hasta destruirnos a nosotros mismos, en un acto canibalesco que ha paralizado el pensar de los actores vandálicos. Ya no hay espacio para la palabra, para la reflexión, ni para escuchar las explicaciones del Gobierno respecto a que ninguna ley atacará monumento alguno, ya que las regiones decidirán si aceptan o no la modernización de sus pirámides históricas. Pero, como en la esquizofrenia nada significa la palabra, solo se sigue el impulso de agredir.
Según el psicoanálisis, los desór- denes emocionales tienen como base la ausencia de una figura paterna que sea capaz de sostener la ley y hacerla respetar. En nuestro caso, solo queda esperar eso, que el Gobierno impulse el sentido común, que abra el diálogo de manera irrestricta, mientras se detiene la violencia. Cuando todos nos podamos sentar en la misma mesa a dialogar y, sobre todo, a soñar, solo así podremos seguir creyendo que, en realidad, hemos levantado vuelo como país.



(*) Aparecido en su columna del diario Perú21

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