La sociedad parricida
por Fernando Maestre (*)
Hasta hace muy poco, lo que leíamos en los diarios solía tener que ver con los tremendos abusos que los adultos cometían con los hijos, siempre bajo el pretexto de hacer que se porten bien. Hasta los años 70 vivimos en una sociedad en la cual había que ponerles freno a los padres para que ellos no se excedieran en los métodos correctivos que aplicaban a sus hijos, pues bastaba una mala nota, una falla en la obediencia o, incluso, un tono de voz que no correspondiera al modo como se debería de dirigir uno a los padres, para que el joven sufriera una serie de castigos que se aplicaban con el ánimo de que el hijo cambiara de actitud y entrara por la ruta de la obediencia a los mayores. Detrás de estos métodos correctivos de aquella época se escondían las más finas y sutiles tendencias agresivas, envidiosas y violentas contra los hijos. La intención de corregir a su hijo caía en un segundo plano, pues lo que primaba era la sed de una ferocidad sin límites contra los niños. Aún se siguen presentando casos en pueblos aislados del país, donde el patriarcado es omnímodo y no solo incluye palizas sino también abusos sexuales de los más variados. De tanto predicar que los niños tienen derechos, que son intocables, inviolables, que no pueden ser maltratados y que la educación moderna consiste en dejarlos participar en conversaciones junto con los adultos (hecho que hace 40 años era impensable), por más que los pequeños resulten majaderos, se ha invertido la dinámica de la casa hasta el punto de que ahora quienes mandan en muchos hogares son los menores de edad. Veamos algunos ejemplos. Un niño primer hijo, primer nieto, primer sobrino de cuatro años, supermimado, dueño de la voluntad de todos en la casa, cuando supo que iba a nacer su hermanita, decretó que la bebé no habría de permanecer en casa pues él era el único príncipe que podría reinar en las cuatro paredes de su hogar. Aunque parezca mentira, luego de nacida, la bebé tuvo que ser evacuada a la casa de una pariente porque el “pequeño príncipe” de cuatro años estuvo a punto de matarla si no desaparecía. Otro caso increíble fue aquel de una niña que obligó a su papá a salir de la cama conyugal para que pasara a dormir a un cuarto pequeño de la casa, mientras la pequeña dormía plácidamente con la madre todas las noches. Uno más como prueba: un joven de 16 años, al ver que su madre no le quería dar dinero para que se lo gastara en las máquinas tragamonedas, la golpeó y le produjo fracturas en nariz, clavícula y radio. ¿Algo más? Sí, el hecho no fue denunciado por el miedo de los padres de que le pudiera pasar algo a su hijito. Nos enfrentamos a una sociedad violenta donde una de las víctimas más silentes y sufrientes suelen ser los padres, donde tenemos que empezar a pensar que debería haber leyes que protejan a los padres de los hijos.
Hasta hace muy poco, lo que leíamos en los diarios solía tener que ver con los tremendos abusos que los adultos cometían con los hijos, siempre bajo el pretexto de hacer que se porten bien. Hasta los años 70 vivimos en una sociedad en la cual había que ponerles freno a los padres para que ellos no se excedieran en los métodos correctivos que aplicaban a sus hijos, pues bastaba una mala nota, una falla en la obediencia o, incluso, un tono de voz que no correspondiera al modo como se debería de dirigir uno a los padres, para que el joven sufriera una serie de castigos que se aplicaban con el ánimo de que el hijo cambiara de actitud y entrara por la ruta de la obediencia a los mayores. Detrás de estos métodos correctivos de aquella época se escondían las más finas y sutiles tendencias agresivas, envidiosas y violentas contra los hijos. La intención de corregir a su hijo caía en un segundo plano, pues lo que primaba era la sed de una ferocidad sin límites contra los niños. Aún se siguen presentando casos en pueblos aislados del país, donde el patriarcado es omnímodo y no solo incluye palizas sino también abusos sexuales de los más variados. De tanto predicar que los niños tienen derechos, que son intocables, inviolables, que no pueden ser maltratados y que la educación moderna consiste en dejarlos participar en conversaciones junto con los adultos (hecho que hace 40 años era impensable), por más que los pequeños resulten majaderos, se ha invertido la dinámica de la casa hasta el punto de que ahora quienes mandan en muchos hogares son los menores de edad. Veamos algunos ejemplos. Un niño primer hijo, primer nieto, primer sobrino de cuatro años, supermimado, dueño de la voluntad de todos en la casa, cuando supo que iba a nacer su hermanita, decretó que la bebé no habría de permanecer en casa pues él era el único príncipe que podría reinar en las cuatro paredes de su hogar. Aunque parezca mentira, luego de nacida, la bebé tuvo que ser evacuada a la casa de una pariente porque el “pequeño príncipe” de cuatro años estuvo a punto de matarla si no desaparecía. Otro caso increíble fue aquel de una niña que obligó a su papá a salir de la cama conyugal para que pasara a dormir a un cuarto pequeño de la casa, mientras la pequeña dormía plácidamente con la madre todas las noches. Uno más como prueba: un joven de 16 años, al ver que su madre no le quería dar dinero para que se lo gastara en las máquinas tragamonedas, la golpeó y le produjo fracturas en nariz, clavícula y radio. ¿Algo más? Sí, el hecho no fue denunciado por el miedo de los padres de que le pudiera pasar algo a su hijito. Nos enfrentamos a una sociedad violenta donde una de las víctimas más silentes y sufrientes suelen ser los padres, donde tenemos que empezar a pensar que debería haber leyes que protejan a los padres de los hijos.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
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