domingo, 3 de agosto de 2008

CULTURA DE ESTOS TIEMPOS






El chorreo de la corrupción

por Jorge Bruce (*)


Cada día, las miradas de los de abajo se alzan ansiosas en pos del chorreo prometido. Un viejo chiste malo pregunta: ¿cómo se dice “lluvia” en alemán? Respuesta: “gotas caen”. Solo que las gotas más definidas son menos de prosperidad que de corrupción. O por lo menos las últimas son tan nítidas que absorben a las primeras. Veamos el caos letal en las carreteras. Quien haya viajado por tierra en el Perú sabe lo que se siente cuando un patrullero lo detiene de manera inopinada: miedo. ¿Por qué sentir temor cuando la autoridad hace un control? Todos los conductores saben la respuesta: porque en muchos casos no se trata de un trabajo de seguridad o vigilancia sino de, lisa y llanamente, corrupción. Una muestra: regresando de los feriados de Fiestas Patrias, veo los vehículos que ha detenido la Policía pasando el peaje de Ancón; todos son modernos y en evidente buen estado. Hay que controlar sin excepción, pero resulta sospechosa la selección, mientras circulan unidades en condiciones calamitosas, cuya dirección, amortiguación, frenos, etcétera, no requieren inspección técnica alguna para saber cuál es su paradero final. Sin embargo, son miles los que acarrean para la parca. Recuerdo hace un par de años una alocución del jefe de la Policía, precisamente antes del feriado patriótico, exhortando a los conductores a que no se detengan cuando se lo exijan patrulleros aislados, pues esos no eran operativos sino “malos elementos”. ¿En qué quedamos? ¿Huimos? ¿Ignoramos la orden de la autoridad? El solo hecho de que el jefe de la PNP nos inste a ignorar al uniformado que nos detiene en el kilómetro alejado e inquietante dice mucho acerca del estado de la cuestión.Así, ¿cómo encargar el control de buses y choferes a una institución que carece de credibilidad y suscita la más profunda desconfianza? Obviamente, esto escapa a la jurisdicción de la ministra de Transportes, atenazada entre dos fuegos (por lo cual debería evaluar su permanencia en el cargo, pero ya se sabe que en los gabinetes de García los ministros tienen su carta de renuncia bajo el brazo… en espera del pulgar del emperador), sin las armas para combatirlos. Porque mientras esto ocurre, ¿qué hace el ministro del Interior? Acude a la cárcel a visitar al jefe de uno de los regímenes más siniestros de Latinoamérica para negociar la Mesa Directiva del Parlamento, a cambio de las prebendas musicales que comienzan a surgir a vista y paciencia –con la patética negación de ambas partes– del público. ¿Cómo exigirle a la Policía que controle las carreteras sin dejarse coimear cuando ese es el chorreo simbólico que ellos –que son de abajo, al fin y al cabo– observan cuando levantan la vista? Los resultados están en los noticieros de televisión y las portadas de los periódicos. La muerte se enseñorea en nuestras pistas porque ya se ha apoderado del alma –la nueva cruzada presidencial– de líderes políticos significativos.No se trata de reforma metafísica ni de mano dura. Mientras se desvanece el espejismo de la ONA y se alardea de crecimiento, la gente muere entre fierros retorcidos, en abismos milenarios, y las monedas tintinean en los bolsillos de los corruptos. Quien a hierro mata, cobra por lo bajo. En este ámbito, ya sabemos a qué atenernos: las culturas de la corrupción y de la muerte trabajan juntas, en silencio. No es imposible contrarrestar estas pulsiones tanáticas –pasajeros incluidos– pero no se ve voluntad genuina de hacerlo en el horizonte.


(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.

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