viernes, 1 de agosto de 2008

LA FILOSOFÍA ENTRE EL JEFE Y EL LABURANTE VIII




Empresa: Una mirada con el ojo izquierdo (8)


por Guillermo Giacosa (*)

Una persona carismática al frente de un grupo, sea cual fuere el objetivo de este, puede potenciarlo. Algunos identifican carisma con liderazgo; otros, con un don que permite ejercer el liderazgo. He aquí una anécdota al respecto: Cuando se incendió la biblioteca de Ronald Reagan, fue una verdadera tragedia constatar que los dos libros que tenía se habían quemado y que, para colmo de males, uno estaba aún sin colorear. Esta broma que circuló en Washington, antes de su reelección, no fue suficiente para mermar la aceptación del presidente ni para debilitar su carisma. Las carencias intelectuales de Reagan solo han sido superadas por Bush, solamente que el primero tenía aquello de lo que el segundo carece: carisma.¿Qué es en realidad el carisma? ¿La capacidad para llegar al otro? ¿La aceptación que nuestra presencia suscita? ¿La credibilidad con la que nuestro mensaje es recibido? Carismáticos fueron personajes opuestos como Hitler y Gandhi, Mussolini y Juan Pablo II, Mandela y Stalin. Los hay en todos los niveles sociales y en todos los grupos humanos. Hubo un personaje que supo pasar por Lima, llamado Walter Mercado, que era astrólogo y vidente, vestía de manera extravagante, su aspecto era andrógino y sus predicciones o recetas, una fantástica ensalada de filosofía esotérica con verdades de Perogrullo. A pesar de eso, embriagaba a quienes lo escuchaban. Su discurso, desprovisto de méritos, llegaba y convencía. Tanto convencía que yo me convencí de que era imperioso indagar no solo sobre las bondades del carisma, sino sobre los peligros que este comporta. Puede mejorar la vida de un grupo, pero puede llevarlo de la nariz hacia el desastre como hizo Hitler o hacia la estupidez como hace Mercado y muchos otros vendedores de fantasías, entre los que cuentan no pocos predicadores de iglesias evangélicas. En realidad, lo que llamamos carisma es una forma de comunicación en la que, tanto en su función de emisor como de receptor, alguien propone un mensaje que es emocionalmente aceptado. Cuando habla él, todo cuenta: voz, silencios, gestos, comportamientos y elementos subliminales que se transmiten y se reciben inconscientemente, pero que tienen un enorme peso al momento de decidir si alguien nos cae bien o no, si estamos dispuestos a creerle o no. Cuando escucha, su cuerpo está emitiendo un mensaje. En general, los elementos esenciales de la comunicación no pasan por la razón. A veces ni siquiera la rozan. Cuando aceptamos al portador del mensaje, solemos aceptar sin actitud crítica las ideas y productos que ofrece. Hay casos extremos como Hitler o casos menores como los gurús e ilusionistas políticos que pueblan los medios de comunicación. Saber que el conjunto de nuestra personalidad es el mensaje que el otro recibe de nosotros nos debería ayudar a comprender por qué tantas y tantas veces somos malinterpretados, porqué a menudo obtenemos el resultado opuesto al deseado y por qué las relaciones humanas suelen ser tan impredecibles y azarosas.

(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
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