martes, 15 de julio de 2008

CLASES MAGISTRALES




Miedo a sufrir

El dolor está en la naturaleza humana, su percepción cala hondo en lo profundo de su ser y eludirlo o darle un significado fue materia de reflexión durante siglos.

Por Pacho O’Donnell *

El budismo promueve los sentimientos de desapego, renunciamiento y abandono de todo, física y emocionalmente. Recomienda destruir todo lazo, todo vínculo material o afectivo que encadene a algo, como el afecto o el amor, también el odio. Su ideal es la no posesión de nada y la meditación solitaria es el medio apropiado para alcanzar tal perfeccionamiento moral que lleva al conocimiento y la liberación. Para el budismo el apego es la causa inmediata del sufrimiento. Si no hay vínculo ni sentimiento hacia nada, no hay sufrimiento. El diálogo del Sutta Nipata 18-34 (Dhaniyasuttam) lo explicita: Mara, el maligno, argumenta que ‘goza con sus hijos el que tiene hijos, goza con sus vacas el que tiene vacas; por sus apegos goza el hombre; no goza el que no tiene apegos’. Buda le responde: ‘sufre por sus hijos el que tiene hijos, sufre por sus vacas el que tiene vacas; por sus apegos sufre el hombre; no sufre el que no tiene apegos’.
El sufrimiento está en la base de las mayores expresiones artísticas, quizás más que el amor: “Amfortas: ¡Dejad el Grial cubierto! ¡Que nadie, nadie, sienta el dolor que yo experimentaría a la vista de lo que a vosotros os entusiasma! ¿Qué es la herida, la crueldad de sus dolores, comparada con la pena, con la pena infernal de estar condenado a este oficio? ¡Dolorosa herencia, la que me ha tocado! ¡A mí, único pecador entre todos, obligado a guardar el más sosegado de todos los santuarios y a implorar la bendición para los puros!” (Richard Wagner, Parsifal, acto I).
Un ejemplo de sufrimiento moral lo dio nuestro héroe máximo, José de San Martín, quien en vida fue maltratado por sus contemporáneos, sobretodo la elite porteña y en especial durante los años de predominio político de su gran enemigo, Bernardino Rivadavia. “¿Creerá Ud. por mi honor si le cuento que a mi llegada a Mendoza del regreso del Perú- escribiría a su amigo Tomás Guido- se creyó que mi objeto era hacer una revolución para hacerme del mando de la provincia de Cuyo y que se me enseñó una carta del gobernador de San Juan (Salvador) Del Carril en la que se aconsejaba se tomasen todas las medidas necesarias para evitar tamaño golpe?”. Es decir que al Libertador de tres naciones al regresar a su patria no se lo recibía con honores sino con suspicacia. Luego, peligrando su vida, don José abandona la patria que tanto le debía y se exilia en Europa para nunca más volver. Desde Bruselas, en otra carta de la profusa correspondencia entre ambos amigos, una vez más declarará su amor por su ingrato país: “¿ Creerá Ud. que a pesar de haberme tratado como a un Ecce Homo (se refiere al martirio de Jesucristo), y saludado con los honorables títulos de ambicioso, tirano y ladrón, lo amo y me intereso en su felicidad?”
El gran progreso de la ciencia médica ha llegado al extremo de poder prolongar la vida humana más allá del límite impuesto por la naturaleza, lo que plantea dilemas éticos. “En todos los debates sobre si la eutanasia es condenable o condonable y, en caso de juzgarse condonable, en qué condiciones y circunstancias lo es, se hallan entreveradas dos nociones: la del llamado ‘valor de la vida’ y la de la titulada ‘cualidad de la vida’ (…) Consideremos el caso de un soldado malherido y presa de grandes sufrimientos, que sus compañeros se ven obligados a abandonar, por absoluta falta de transporte, en un campo de batalla, al que pronto va a llegar un enemigo implacable que no tiene escrúpulos en torturar a los vencidos. Las alternativas que se le ofrecen al soldado son una muerte cierta al final del sufrimiento o, si está aún vivo al llegar el enemigo, una sesión de tortura suplementaria. Evidentemente, administrarle al soldado una pócima para que viva unas horas más es hacerle un flaco favor. Parece que lo mejor es pegarle el tiro de gracia o, si es posible, administrarle algún calmante que le haga más soportable la existencia pero que no la prolongue más allá de la llegada de las presuntamente crueles tropas enemigas. En otras palabras, es justificable practicar alguna forma de eutanasia. Pero si el soldado de referencia se niega terminantemente a ello, si prefiere que se le deje abandonado e inclusive que se le prolongue la vida unas horas al punto que va a sufrir la tortura que presumiblemente van a infligirle los soldados del ejército enemigo, entonces habrá que respetar su decisión, aun si se la estima disparatada o delirante. No tiene, ni es presumible que tenga, ninguna cualidad de vida objetiva a que agarrarse, pero se agarra a una cualidad subjetiva, para la cual puede inclusive dar razones (por ejemplo, que quiere sufrir por la patria, o por la revolución, o por lo que sea; o que si llegan los enemigos y lo torturan se convertirá en un mártir, con lo cual, a su entender, se va a ennoblecer su vida). La idea de un martirio ennoblecedor no es ninguna cualidad objetiva de vida, pero es una cualidad subjetiva que se le impone contra la única cualidad objetiva a la que podría abrazarse: la de no sufrir” (J. Ferrater Mora, Ética aplicada. Del aborto a la violencia)
Sostiene Durkheim que el protestante, que muestra mayor propensión al suicidio, no cree menos en Dios y en la inmortalidad del alma que el católico. Más aún, la religión que muestra menos inclinación hacia el suicidio, o sea, el judaísmo, es precisamente la única que no lo proscribe formalmente y es también aquélla en que la idea de inmortalidad desempeña el papel menos importante. Si la religión protege al hombre contra el deseo de destruirse no es porque le predique, con argumentos ‘sui generis’, el respeto de su persona, sino porque es una organización social. La iglesia protestante no tiene el mismo grado de consistencia que el catolicismo y el judaísmo por lo que no ejercería sobre el suicidio la misma acción moderadora.
El sufrimiento espiritual es lo que habitualmente llamamos desdicha o infelicidad. A menudo, está ligado a procesos de pérdida del sentido de la vida, colectivos e individuales. Llamamos a esos procesos: “procesos anómicos”. “El hombre está siempre orientado y ordenado a algo que no es él mismo; ya sea un sentido que ha de cumplir, ya sea otro ser humano con el que se encuentra. En una u otra forma, el hecho de ser hombre apunta siempre más allá de uno mismo, y esta trascendencia constituye la esencia de la existencia humana. (...) Lo más profundo del hombre no es el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido (...) En virtud de su deseo de sentido, el hombre aspira a encontrar y realizar un sentido, pero también a encontrarse con otro ser humano en forma de un tú. Ambas cosas, la realización de un sentido y el encuentro humano, ofrecen al hombre un fundamento para la felicidad y el placer” (V. E. Frankl, “El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia”).
El sufrimiento moral tiene una forma específica: la culpabilidad, o el sentido de la falta. Al respecto escribe Jean Lacroix: “Si hay ambigüedad, o por lo menos ambivalencia, en el sentimiento de culpabilidad, es porque está hecho esencialmente de dos sentimientos diferentes, incluso contrarios: el remordimiento y el arrepentimiento. El primero es un lamento de naturaleza ética. Como lamento, es inútil, ineficaz, y choca contra aquello que no puede transformar. La contradicción del remordimiento está en querer que no haya habido falta, sufrir por ello y no poder suprimirla (…) Mientras que el remordimiento mira hacia el pasado, el arrepentimiento contempla el porvenir, y esto es lo que en principio los distingue. El arrepentimiento salva de la desesperación dando una tarea que cumplir. Ya no se trata de un lamento vano, sino de un acto que transforma lo que ha sido y al que acompaña la esperanza. En este sentido, el examen de conciencia ya no es rumia mental, sino ‘propósito firme’, esto es, reconfortante proyecto para el futuro” (“Filosofía de la culpabilidad”).
En el plano espiritual el sufrimiento permite la comunicación, incluso la comunión, entre los hombres. Es imprescindible tolerar una dosis de sufrimiento para despertar. No se puede alcanzar el alba si no se atraviesa la noche. Es también generador e inspirador de excelsas expresiones. ¿Puede imaginarse que la genialidad de Borges haya sido ajena a su ceguera y a su impotencia sexual? ¿Que la inspiración de Cervantes para escribir “El Quijote” no haya tenido que ver con la inimaginable sordidez de las cárceles turcas? ¿Que haya sido casualidad que fue en el sufrido exilio de José Hernández en Sant’Ana do Livramente donde imaginó el Martín Fierro? Beethoven, a quien su sordera total impidió escuchar su Novena Sinfonía , podría también suscribir lo dicho por Anacarsis: “Es un gran mal el no poder sufrir. Es menester sufrir para sufrir menos”.
La unión del amor y del sufrimiento es la más grande realidad humana: querer amar sin sufrir sería rechazar todo amor. Con un ser humano que sufre siempre es posible el contacto. Con alguien que nunca haya sufrido, con un hombre feliz, el contacto sería imposible. Por eso escribía Francois Mauriac: ‘Hay seres sobre los que la felicidad se encarniza como si fuera desgracia”
Dialogué con Hernán Rivera Letelier, admirable escritor chileno.
P: Cuando uno nace lo primero que hace es llorar, la prueba de que hemos sobrevivido al parto es nuestro llanto.
Hernán Rivera Letelier: No creo que ese lloro tenga que ver con el sufrimiento. La infancia es como un blindaje que libra del sufrimiento. Yo me críe y pasé toda mi infancia en el desierto más duro del planeta.
P: En el norte de Chile, allí vives.
Rivera Letelier: Es el desierto más estéril, el más triste del mundo, allí no crece ni la mala yerba.
P: Tiene menos fama que el Sahara pero no le queda atrás. Yo lo he visto de arriba, volando, y es impresionante.
Rivera Letelier: Parece un costurón en la cara del planeta. Allí yo descubrí el sufrimiento el día en que pasé de ser niño a adulto. Fue en el colegio, yo tendría once años, mi madre había muerto a mis nueve. No recuerdo haber sufrido con su muerte, mis hermanas y mis hermanos grandes lloraban pero yo no lloré, no derramé una lágrima. Hasta dos años más tarde en el colegio. Era el típico Día de la Madre cuando hay que escribirle una tarjeta y dibujar una florcita…Yo era muy bueno para el dibujo y también para escribir, entonces la tarjeta mía fue la mejor del curso, y de pronto caigo en la cuenta de que no tengo madre, de que soy el único del curso que no tiene madre y entonces se abrieron las compuertas del sufrimiento y lloré y lloré, fue una especie de catarsis. Desde ese día sé lo que es el sufrimiento.
P: Acabas de hacer una descripción muy viva de lo que es el arte, porque a tu drama lo transformaste en algo bello que fue premiado, en última instancia eso es el arte. Soy un convencido de que la creación artística está basada en el sufrimiento.
Rivera Letelier: Creo que sí, que no hay arte sin una cuota de sufrimiento, aunque esto no significa que para ser buen artista haya que pasar hambre y necesidades. Si fuera así yo ya sería premio Nobel (risas).
P: La felicidad no da buenos argumentos.
Rivera Letelier: No conozco ningún tipo feliz que escriba.
P: Los tipos felices rara vez son buenos personajes literarios.
Rivera Letelier: El arte implica más sufrimiento que felicidad aunque uno esté escribiendo un libro sobre la felicidad, el hecho de escribir ya indica que somos tipos disconformes con la realidad, que la sufrimos, que nos duele.
P: ¿Se escribe para cicatrizar algo?
Rivera Letelier: Para inventarnos un mundo mejor. Pero antes de eso está el sufrimiento de la página en blanco, un sufrimiento atroz, queremos contar nuestro mundo pero ahí está ella, la página en blanco, y damos vueltas como perro persiguiéndose la cola. Quizás ahora, por lo del ordenador, habría que hablar de la pantalla en blanco.
P: El vacío.
Rivera Letelier: El vacío… En el desierto yo descubrí el valor de la soledad y el silencio, aquello a lo que la gente común y corriente le huye, le tiene miedo.
P: Miedo a escucharse uno mismo.
Rivera Letelier:Exacto, estar consigo mismo y conversar con uno mismo. ¿Qué es lo que hace una persona cualquiera que llega a su casa y encuentra que no hay nadie? Se apresura a encender la tele, el ordenador, el equipo musical, también abrir la ventana para que entre el ruido exterior.
P: Se pierde la felicidad posible ¿no?
Rivera Letelier: Yo creo que si la felicidad existe es estar conforme con uno mismo, y el desierto es el lugar apropiado dado para conocerse a sí mismo, para soportarse a sí mismo, eso yo lo aprendí desde niño, yo era el niño extraño que iba solo a los cerros para oír el silencio.
P: A oír el silencio…
Rivera Letelier: El silencio en el desierto se escucha, es atronador.
P: Atahualpa Yupanqui me contó que su máxima aspiración era traducir en música el silencio, pero que no lo había logrado aunque a veces le había parecido estar cerca.
Rivera Letelier: El silencio en la música es esencial, sin silencio no hay música, la música está hecha de sonido y de silencio. La literatura igual. Todos mis libros giran en torno a ese desierto donde yo me crié y aún vivo, y me pasa algo muy raro porque cuento y describo una parte de ese mundo donde no hay absolutamente nada, donde el silencio es absoluto, y tengo que ponerlo en palabras.
P: Es complicado.
Rivera Letelier: Los críticos en Chile me reprochan mi frondosidad en la expresión pero no comprenden que estoy contando algo donde no hay nada, entonces tengo que llenar ese vacío con palabras.
P: Tendrías que llevarlos al desierto.
Rivera Letelier: Tendría que llevarlos y dejarlos una noche solos ahí (risas) Hay un miedo al sufrimiento que es muy occidental y yo creo que nació después de la primera guerra mundial, y consiste en no involucrarse en nada para no sentir después el dolor, el sufrimiento. Ya no existen aquellos grandes romances en los que se suicidaban por amor. En la actualidad nadie quiere comprometerse, por ejemplo en mi país, en Chile, antes uno se comprometía con una novia, ahora existe el amigo al que se le conceden ciertas ventajas pero se rehuye el compromiso.
P: Esa actitud general de no dialogar con uno mismo, de desconocer los propios deseos, sumado al miedo a involucrarse producen relaciones light, amores light, sentimientos light, una de las características de la sociedad actual.
Rivera Letelier: Es muy triste pero hoy nadie se quiere involucrar, nadie se da por entero, nadie se entrega ahora ni siquiera a las grandes causas, te acuerdas que antes uno se entregaba a las grandes causas.
P: Y muchos han muerto por ello.
Rivera Letelier: Eso ya no existe. ¿Conoces la teoría de la paila? La paila de huevos con jamón.
P: Cuéntamela.
Rivera Letelier: Ahí se ve la diferencia entre comprometerse e involucrarse. En una paila de huevos con jamón la gallina se compromete con el huevo y el chanchito se involucra con el jamón (risas) Ahora todos quieren comprometerse como la gallina, nadie quiere involucrarse como el chanchito.
P: Hay un libro tuyo, “El himno del ángel parado en una pata”, en el que me parece que recuerdas tu infancia.
Rivera Letelier: Esa fue mi segunda novela, una de mis novelas más autobiográficas , allí se ve mucho esta cosa del sufrimiento, es la historia de un niño solo, muy solo, que descubre de pronto su soledad, o sea él no se da cuenta hasta ese día, la novela transcurre en un solo día desde que él se levanta a las cinco de la mañana a vender el diario en las calles hasta que vuelve a su casa a las doce de la noche, se pasa todo el día en el centro dando vueltas, yendo al cine y todo eso y ahí el niño descubre lo solo que está y que está sufriendo por ello, no se había dado cuenta.
P: Una cosa es estar solo y otra es darse cuenta de que se está solo.
Rivera Letelier: En el instante en que te das cuenta empieza el sufrimiento, por eso te decía que la infancia es una especie de blindaje contra el sufrimiento porque no te das cuenta.
P: ¿Qué piensas del suicidio, Hernán? Hay mucho suicidio en la literatura, hay mucho suicidio entre escritores también.
Rivera Letelier: Creo la gente tendría que sentir alguna vez eso que se siente cuando la vida ya no vale la pena y es mejor lanzarse desde un sexto piso, el que no sintió nunca esa sensación no puede hablar sobre el suicidio. Yo la sentí cierta vez y es terrible porque llega a ser placentero pensar en largarse de un sexto piso, quitarse la vida.
P: Hay algo grandioso en el suicidio.
Rivera Letelier: Por esa época yo estaba muy mal, no económicamente porque estuve mal económicamente toda mi vida y eso no es motivo para suicidarse. Fue algo de adentro, del espíritu, y lo llegué a pensar seriamente, entonces escribí un pequeño texto sobre el tema del suicidio...
P: Yo también he estado en esa situación, se me ocurre que la idea es que la vida se ha vuelto algo incontrolable, en cambio el suicidio es algo que uno decide, quizás el momento de mayor decisión sobre la propia vida.
Rivera Letelier: Hay suicidios piadosos, no con uno mismo sino con la gente que se ama. Tuve un amigo queridísimo que cuando descubrió que tenía un cáncer avanzado en el pulmón no quiso hacerse ni un tratamiento y eligió irse rápido para evitar los gastos de un tratamiento inútil.
P: Hemos ido a dar cerca del tema de la eutanasia, otra forma de evitar el sufrimiento. Un tema de mucha actualidad porque la ciencia médica ha llegado a poder prolongar la vida mucho más allá de lo que es natural, te conectan a un respirador, te dan suero y te tenías que morir en marzo pero es noviembre y sigues todavía vivo pero en condiciones muy deplorables, sufriendo lo indecible.
Rivera Letelier: Parece una decisión humanitaria pero tiene poco de eso porque si lo pensamos más a fondo lo que ese familiar busca al mantener la vida de ese enfermo es no sufrir porque se me va, porque se me va a morir, si se muere el que va a sufrir soy yo. Quieren alargar ese plazo para no sufrir, es como cuando uno da una limosna, no lo hace porque ese peso le va a solucionar la vida al mendigo sino porque me voy a sentir bien, hice un buen acto, o sea ese peso lo estoy dando por mí, para sentirme bien.
P: Gracias a ese infeliz estoy lavando algo de mi culpa.
Rivera Letelier: Cuando venía para acá en el taxi y sabiendo que íbamos a sufrir un poco con este tema, se me apareció un sufrimiento que puede llamarse metafísico, yo lo sentí una vez y en forma terrible, fue una experiencia casi mística en el desierto, vuelvo al desierto. Yo trabajaba en turno de noche en la mina, una mina a flor de tierra en pleno desierto, en plena pampa.
P: ¿Mina de?
Rivera Letelier: Salitre. Es la única parte del planeta donde se da el salitre y trabajábamos una semana de día y una semana de noche. A veces ocurría que se cortaba la energía eléctrica, se apagaban las luces y quedaba todo a oscuras, estábamos en el desierto y la oscuridad era absoluta. Mis compañeros de trabajo aprovechaban para dormir, la pana podía ser de dos o tres horas, en cambio yo aprovechaba el espectáculo increíble que era tenderse de espaldas en la arena y contemplar ese cielo lleno de estrellas. Sobre ese desierto están los cielos más diáfanos del mundo, no en vano ahí ponen observatorios, y el espectáculo de ese cielo era una cosa maravillosa. Yo me tendía de espaldas a contemplarlo, me sentía realmente un gusano incapaz de comprender, yo acá y ese llano luminoso allá, era el gran misterio y me dolía mucho no poder comprenderlo. Una de esas noches pensé qué pasaría si de pronto lograba comprender el universo. Entonces me dí cuenta que si eso sucedía ese conocimiento me iba a hacer estallar, desaparecer, y entonces sentí un sufrimiento atroz y me convencí de que era mejor no conocer.
P: Mejor no conocer…
Rivera Letelier: Mejor estar frente a ese misterio, pero no involucrarse, ése fue uno de los más grandes sufrimientos, el miedo a descubrir el misterio del universo.
P: Desde el principio el ser humano ha tratado de comprender el misterio. La religión, la filosofía, el arte, son todos intentos de desciframiento, igual a lo que tú hacías tirado boca arriba en el desierto, es muy interesante lo que tu dices sobre que el sufrimiento de comprender puede ser mayor al de no comprender.
Rivera Letelier: Claro.
P: Habría que ver entonces si en los intentos de comprender no hay también una estrategia de no comprender. Lo de la gallina, no lo del chanchito (risas).
Rivera Letelier: Yo creo que antes era más sano, gozábamos y sufríamos como había que hacerlo, sencillamente, el sufrimiento había que sufrirlo y lo sufríamos, pero después de las guerras mundiales ese miedo al sufrimiento se hizo general y nadie quiere involucrarse en nada para no sufrir después. Pero el placer, el propio placer, puede convertirse en sufrimiento, qué pasa si a ti te gusta mucho un cuadro, sientes placer de mirar esa pintura, pero si te amarran y te hacen mirar esa pintura durante tres meses, ese placer que sentías se convierte en sufrimiento, o si te gusta una canción pero te condenan a escuchar esa canción las 24 horas del día ese placer se convierte en sufrimiento. Entonces dónde está el límite entre gozar y sufrir.
P: ¿Te acuerdas de “La naranja mecánica” de Kubrick? Allí torturaban haciendo escuchar la “Novena” de Beethoven.
Rivera Letelier: El placer y el sufrimiento son hermanos siameses .
P: ¿Cómo se identifica el goce si no se sufre?
Rivera Letelier: Imaginate un orgasmo que dure veinticuatro horas.
P: No sería un orgasmo…Como latinoamericanos que somos, Hernán, no podemos dejar de lado el sufrimiento inherente a la tragedia social de nuestros pueblos, la miseria, el hambre, las muertes prematuras, debidas a la ineficacia de nuestros políticos y a la arbitrariedad de los poderosos.
Rivera Letelier: Claro, ése es uno de los grandes sufrimientos de la humanidad, la gran riqueza está en muy pocas manos, demasiadas pocas manos, y hay demasiados pobres, leí alguna vez que un gobierno malo debe avergonzarse de la riqueza, un gobierno bueno debería avergonzarse de la pobreza. Pongo por ejemplo mi país, Chile, que en este último tiempo ha avanzado extraordinariamente en cuanto a lo cultural, en cuanto a lo político, en cuanto a lo económico, pero ese avance está muy mal repartido, queda está en muy pocas manos.
P: Como dicen los gurúes del capitalismo, no se derrama.
Rivera Letelier: Y cuando comienza a derramarse un poquito le ponen una baranda para que no siga derramándose.
Las religiones suelen esforzarse en procurar consuelo al sufrimiento y en conjurar el miedo al dolor, mediante promesas de salvación eterna y una vida futura sin dolor. Pero a la vez rescatan la experiencia del sufrimiento como enriquecedora y, con ello, el miedo correspondiente pasa a ser considerado incongruente. Se enaltece, por eso, habitualmente, la figura de los sufrientes. Para el Antiguo Testamento, el dolor, las enfermedades y la muerte son castigos del primer pecado. En el Paraíso, el hombre no conocía el dolor (Gén. I), y al final de los tiempos tampoco existirá el dolor (Is 65,17 y ss.; 66,22; Ap 21,1). Por consiguiente, el Antiguo Testamento no considera al dolor como necesaria fatalidad de la que el hombre no puede sustraerse, sino meramente como un desorden provocado por el pecado. En el Nuevo Testamento, en cambio, el sufrimiento y la muerte de Jesús constituyen lo nuclear de la catequesis evangélica. La misión de Jesús como Mesías consistió principalmente en sufrir y morir en conformidad con la voluntad de Dios revelada en las Escrituras. Por el sacrificio de Jesús todos los hombres han sido redimidos, reconciliados con Dios, librados del pecado, de la ley y de la muerte. “Para Pablo, toda la vida del cristiano está situada entre dos polos: morir y vivir con Cristo. De esta suerte, el dolor no es un privilegio del apóstol o de ciertos cristianos, sino que pertenece a la esencia misma de la vida cristiana; incluso es una gracia especial, que sobrepasa en excelencia la gracia de la fe” (H. Haag, A. van den Born, S. de Ausejo y otros, Diccionario de la Biblia).
El masoquismo es una perversión sexual en la cual la satisfacción está ligada al sufrimiento o a la humillación del sujeto. Puede tratarse de sufrimiento físico o moral. El sadismo consiste en provocar sufrimiento a otro. El psicoanálisis reconoce manifestaciones no patológicas, más larvadas, sobre todo infantiles, que parecen ser constitutivas del mundo pulsional del ser humano. Es eso lo que nos sucede cuando pasamos lentamente con nuestro auto junto a un accidente reciente movidos más por la curiosidad morbosa que por el deseo de ayudar. “Subía Leoncio, hijo de Aglayón, del Pireo por la parte exterior de la muralla norte cuando advirtió tres cadáveres que estaban echados por tierra al lado del verdugo. Comenzó entonces a sentir deseos de verlos, pero al mismo tiempo le repugnaba y se retraía; y así estuvo luchando y cubriéndose el rostro hasta que, vencido de su apetencia, abrió enteramente los ojos y, corriendo hacia los muertos, dijo (increpando a sus propios ojos): ‘¡Ahí los tenéis, malditos, saciaos del hermoso espectáculo!’ ” (Platón, República)
Susan Sonntag remarcará el goce perverso-religioso ante la contemplación de los hermosos cuerpos pictóricos que sufren el castigo del infierno en las obras de los grandes maestros como Tiziano o Miguel Angel. “Al parecer, la apetencia por las imágenes que muestran cuerpos dolientes es casi tan viva como el deseo por las que muestran cuerpos desnudos. Durante muchos siglos, en el arte cristiano, las descripciones del infierno colmaron estas dos satisfacciones elementales”. La vigorosa sensualidad del “Cristo” de Mantegna marca para muchos el límite entre el oscurantismo y el renacimiento.
“Todas las imágenes que exponen la violación de un cuerpo atractivo son, en alguna medida, pornográficas. Pero las imágenes de lo repulsivo pueden también fascinar. Uno de los grandes teóricos del erotismo, Georges Bataille, conservaba sobre su escritorio, donde podía verla a diario, una fotografía realizada en China en 1910 de un prisionero sometido a ‘la muerte de los cien cortes’. ‘Esta fotografía –escribió Bataille, hacia 1960– tuvo un papel decisivo en mi vida. Esta imagen del dolor, a la vez extática e intolerable, nunca ha dejado de obsesionarme’. (...) Bataille no afirma que la imagen (simplemente intolerable para la mayoría de las personas: la víctima, ya sin brazos, entre diversos y atareados cuchillos, en la fase terminal del desollamiento, está aún viva en la foto, con el rostro vuelto hacia arriba y una mirada tan extática como la de cualquier San Sebastián del Renacimiento italiano) le parezca placentera. Más bien afirma que puede imaginar el sufrimiento extremado como algo más que mero sufrimiento, como una suerte de transfiguración. La visión del sufrimiento, del dolor de los demás, arraigada en el pensamiento religioso, es la que vincula el dolor al sacrificio, el sacrificio a la exaltación: una visión que no podría ser más ajena a la sensibilidad moderna, la cual tiene al sufrimiento por un error, un accidente, o un crimen. Algo que debe repararse. Algo que debe rechazarse. Algo que nos hace sentir indefensos”.
Es conocida la despiadada versión sobre el ser humano y su destino que Shakespeare pone en boca de una de sus criaturas: “La vida no es más que una sombra errante, un pobre comediante que pasa por el escenario y de quien luego no se oye hablar más; es un cuento relatado por un idiota, lleno de ruidos y furia que nada significan”. Como ampliando tal concepto Schopenhauer escribió: “La vida de cada hombre, vista de lejos y desde arriba, en su conjunto y en sus rasgos más salientes, nos presenta siempre un espectáculo trágico; pero si se recorre en detalle, tiene el carácter de una comedia (…) Parece que el Destino ha querido añadir la burla a la desesperación de nuestra existencia cuando ha llenado nuestra vida con todos los infortunios de la tragedia, sin que podamos sostener la dignidad de los personajes trágicos. Lejos de esto, en el amplio detalle de la vida representamos inevitablemente el ruin papel de bufones” (“El amor, las mujeres y la muerte”).
(*) Aparecido en la revista Noticias de Argentina.

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