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una mirada con el ojo izquierdo
por Guillermo Giacosa (*)
Una experiencia educativa realizada en Estados Unidos determinó que cuanto más relajados se hallaban los alumnos, mayor era su capacidad de aprendizaje. Tomaron dos grupos del mismo nivel académico a los cuales los mismos profesores les dictaron las mismas clases durante el mismo número de horas. La única diferencia estribaba en que un grupo debía permanecer rígido en sus asientos y con los brazos cruzados, como se acostumbraba antes (no sé si actualmente también) en las escuelas primarias, y el otro grupo podía estar sentado como le viniera en gana. El resultado fue realmente espectacular: el grupo mencionado en segundo término tuvo un nivel de asimilación de conocimientos superior en un treinta por ciento (¡30%!) respecto al primer grupo. La conclusión es que parte del cerebro, cuando estamos en una situación contraria a nuestra necesidad, debe ocuparse de enviar las órdenes para que esto ocurra y no puede concentrarse plenamente en la absorción y comprensión del mensaje que es el objetivo por el cual el alumno está allí. Si trasladamos esta experiencia a una oficina o a una fábrica, podemos colegir que el rendimiento de las personas que laboran relajadas sin temor a represalias permanentes (semejantes a las que caerían sobre los alumnos que abandonen sus posturas rígidas) deberá ser, sin duda, mucho más eficiente que aquella en la cual el personal está permanentemente atento a potenciales recriminaciones. El temor a la desaprobación es aún más grave en los resultados que la obligación de los alumnos de permanecer rígidos en sus asientos. Este temor crea lo que se ha dado en llamar, con gran justeza, un ambiente tóxico. Y todo ambiente emocionalmente tóxico, por puro que sea el aire que respiran, es no solo motivo de merma en el rendimiento individual y global sino una fuente constante de desequilibrios psicosomáticos, que suelen degenerar en diferentes tipos de malestares o enfermedades, con la consiguiente pérdida de horas hombre en los resultados de la producción que tan valorada es en los tiempos que corren. Aunque se tengan los mismos objetivos y los mismos deseos de cumplirlos, las diferencias propias y naturales entre los seres humanos hace que la persecución obsesiva de metas opere de manera distinta sobre cada individuo y lo que es normal para uno, puede ser motivo de estrés para otro. Homogeneizar los rendimientos es una utopía que ni siquiera los ejércitos –que de eso saben mucho– logran obtener. Observe, si no, la cantidad enorme de suicidios que se están produciendo entre los militares estadounidenses durante o después de su servicio en Irak. Obvia decir que el ser humano es una maquinaria complejísima con reacciones no siempre previsibles y, por tanto, para obtener resultados satisfactorios es necesario estar atentos a esta variedad. A menos que usted sea partidario de las victorias pírricas, donde el ejército que se quedó con dos soldados le ganó al que quedó solo con uno.
Una experiencia educativa realizada en Estados Unidos determinó que cuanto más relajados se hallaban los alumnos, mayor era su capacidad de aprendizaje. Tomaron dos grupos del mismo nivel académico a los cuales los mismos profesores les dictaron las mismas clases durante el mismo número de horas. La única diferencia estribaba en que un grupo debía permanecer rígido en sus asientos y con los brazos cruzados, como se acostumbraba antes (no sé si actualmente también) en las escuelas primarias, y el otro grupo podía estar sentado como le viniera en gana. El resultado fue realmente espectacular: el grupo mencionado en segundo término tuvo un nivel de asimilación de conocimientos superior en un treinta por ciento (¡30%!) respecto al primer grupo. La conclusión es que parte del cerebro, cuando estamos en una situación contraria a nuestra necesidad, debe ocuparse de enviar las órdenes para que esto ocurra y no puede concentrarse plenamente en la absorción y comprensión del mensaje que es el objetivo por el cual el alumno está allí. Si trasladamos esta experiencia a una oficina o a una fábrica, podemos colegir que el rendimiento de las personas que laboran relajadas sin temor a represalias permanentes (semejantes a las que caerían sobre los alumnos que abandonen sus posturas rígidas) deberá ser, sin duda, mucho más eficiente que aquella en la cual el personal está permanentemente atento a potenciales recriminaciones. El temor a la desaprobación es aún más grave en los resultados que la obligación de los alumnos de permanecer rígidos en sus asientos. Este temor crea lo que se ha dado en llamar, con gran justeza, un ambiente tóxico. Y todo ambiente emocionalmente tóxico, por puro que sea el aire que respiran, es no solo motivo de merma en el rendimiento individual y global sino una fuente constante de desequilibrios psicosomáticos, que suelen degenerar en diferentes tipos de malestares o enfermedades, con la consiguiente pérdida de horas hombre en los resultados de la producción que tan valorada es en los tiempos que corren. Aunque se tengan los mismos objetivos y los mismos deseos de cumplirlos, las diferencias propias y naturales entre los seres humanos hace que la persecución obsesiva de metas opere de manera distinta sobre cada individuo y lo que es normal para uno, puede ser motivo de estrés para otro. Homogeneizar los rendimientos es una utopía que ni siquiera los ejércitos –que de eso saben mucho– logran obtener. Observe, si no, la cantidad enorme de suicidios que se están produciendo entre los militares estadounidenses durante o después de su servicio en Irak. Obvia decir que el ser humano es una maquinaria complejísima con reacciones no siempre previsibles y, por tanto, para obtener resultados satisfactorios es necesario estar atentos a esta variedad. A menos que usted sea partidario de las victorias pírricas, donde el ejército que se quedó con dos soldados le ganó al que quedó solo con uno.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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