Finanzas celestiales
por Guillermo Giacosa (*)
Aun no siendo un adicto a la TV, he descubierto que esta ejerce en mí, en determinadas circunstancias, un dramático efecto hipnótico. Siento que la pantalla me inmoviliza frente a ella y debo hacer un supremo esfuerzo para tomar el control remoto y apretar el botón rojo que indica stop al martirio.
Padezco este trance cuando lo que veo, no siendo lo que realmente me gusta y que curiosamente sí puedo abandonar sin mayores problemas, es tan extraño o patético que me anuda a mi puesto de observación en la situación de quien espera que en algún momento alguien salga y le diga: "Lo que estás viendo es solo una broma, perdona, queríamos jugar contigo". Desafortunadamente, eso no ocurre pues, si bien se trata de tomaduras de pelo descomunales, sus conductores actúan con una seriedad y una pasión que tienen toda la apariencia de obedecer a la más estricta lógica.
La semana pasada, haciendo zapping, me encontré frente a un individuo descontrolado que, frente a un auditorio de no menos de mil personas, corría de un lado a otro perseguido por una mujer que traducía del castellano al inglés o del inglés al castellano, según el idioma que decidiera usar el orador, cosas tales como: "Si das el diezmo o haces una contribución, Dios hará que tus finanzas se vuelvan celestiales". No sé si los del FMI conocen el concepto, o si es parte de una estrategia del Banco Mundial, pero la verdad es que de "finanzas celestiales" nunca había oído ni una palabra. Al menos hasta esa noche en la que me atornillé a mi asiento para escuchar lo que venía después con la vana esperanza de hallar una fórmula que me sacara de pobre.Obvia decir que estoy refiriéndome a uno de los tantos espectáculos que los evangélicos, de distintas denominaciones, ofrecen en la televisión. Algunos, como este que interpretaba un consumado manipulador de apellido Maldonado, son realmente patéticos. Y lo son, no porque el individuo hable, grite y gesticule como un poseso: lo son por el entusiasmo con el que los allí presentes, y quizá también algunos televidentes, escuchan sus caprichosas interpretaciones bíblicas según las cuales, por lo observado hasta hoy (Maldonado no es el único), la salvación depende de cuánto uno esté dispuesto a donar a la iglesia que el personaje representa. El mensaje es simple y une con distintas palabras conceptos que mezclan, con una clara intención económica, lo material con lo espiritual. Dicen, por ejemplo, salvación eterna, prosperidad económica y contribución para que Dios te retribuya con creces lo que tú das. Es otra forma de vender parcelas en el paraíso.
Sobre ese eje gira un discurso plagado de menciones a Jesús (ahí no se podría decir "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen" porque estos saben muy bien lo que hacen) y de aleluyas y 'hosannas' y otras exclamaciones que, supongo, aparecen cuando el libreto lo indica o cuando buscan una pista para seguir convenciendo. Algunos ofrecen piedritas, perfumes y otros elementos que, como todos sabemos, son imprescindibles para gozar de la gloria de Dios.
Aun no siendo un adicto a la TV, he descubierto que esta ejerce en mí, en determinadas circunstancias, un dramático efecto hipnótico. Siento que la pantalla me inmoviliza frente a ella y debo hacer un supremo esfuerzo para tomar el control remoto y apretar el botón rojo que indica stop al martirio.
Padezco este trance cuando lo que veo, no siendo lo que realmente me gusta y que curiosamente sí puedo abandonar sin mayores problemas, es tan extraño o patético que me anuda a mi puesto de observación en la situación de quien espera que en algún momento alguien salga y le diga: "Lo que estás viendo es solo una broma, perdona, queríamos jugar contigo". Desafortunadamente, eso no ocurre pues, si bien se trata de tomaduras de pelo descomunales, sus conductores actúan con una seriedad y una pasión que tienen toda la apariencia de obedecer a la más estricta lógica.
La semana pasada, haciendo zapping, me encontré frente a un individuo descontrolado que, frente a un auditorio de no menos de mil personas, corría de un lado a otro perseguido por una mujer que traducía del castellano al inglés o del inglés al castellano, según el idioma que decidiera usar el orador, cosas tales como: "Si das el diezmo o haces una contribución, Dios hará que tus finanzas se vuelvan celestiales". No sé si los del FMI conocen el concepto, o si es parte de una estrategia del Banco Mundial, pero la verdad es que de "finanzas celestiales" nunca había oído ni una palabra. Al menos hasta esa noche en la que me atornillé a mi asiento para escuchar lo que venía después con la vana esperanza de hallar una fórmula que me sacara de pobre.Obvia decir que estoy refiriéndome a uno de los tantos espectáculos que los evangélicos, de distintas denominaciones, ofrecen en la televisión. Algunos, como este que interpretaba un consumado manipulador de apellido Maldonado, son realmente patéticos. Y lo son, no porque el individuo hable, grite y gesticule como un poseso: lo son por el entusiasmo con el que los allí presentes, y quizá también algunos televidentes, escuchan sus caprichosas interpretaciones bíblicas según las cuales, por lo observado hasta hoy (Maldonado no es el único), la salvación depende de cuánto uno esté dispuesto a donar a la iglesia que el personaje representa. El mensaje es simple y une con distintas palabras conceptos que mezclan, con una clara intención económica, lo material con lo espiritual. Dicen, por ejemplo, salvación eterna, prosperidad económica y contribución para que Dios te retribuya con creces lo que tú das. Es otra forma de vender parcelas en el paraíso.
Sobre ese eje gira un discurso plagado de menciones a Jesús (ahí no se podría decir "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen" porque estos saben muy bien lo que hacen) y de aleluyas y 'hosannas' y otras exclamaciones que, supongo, aparecen cuando el libreto lo indica o cuando buscan una pista para seguir convenciendo. Algunos ofrecen piedritas, perfumes y otros elementos que, como todos sabemos, son imprescindibles para gozar de la gloria de Dios.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
Con el respeto que nos merecen las creencias religiosas de los demás es evidente el juego de la manipulación en estas confesiones que además exigen dinero (en forma de diezmos) a su feligrecía. Nada que tenga que ver con circulante de esa manera COMPULSIVA tiene visos espirituales muy profundos o convincentes, pero este fast food religioso ha logrado captar una numerosa grey y siendo así, tendremos que concederle a las personas la libertad de escoger la mejor forma en la que ellos supongan encontrar el estilo de fe mas conveniente para acceder a un estado de conciencia elevado, aunque se nos hace bastante difícil en este camino medio confuso en donde se mezcla no material con lo espiritual.
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