La silla del acusado por Jorge Bruce (*)
La imagen de la silla solitaria del acusado, frente al estrado en el que se ubicarán sus jueces, tiene un poderoso contenido simbólico. A diferencia de Pinochet, Franco, Castro, Duvalier o tantos dictadores, Fujimori no morirá impune en la cama de su casa, inventándose racionalizaciones para justificar robos y asesinatos, esencialmente basadas en el cliché totalitario y megalómano de que el fin justifica los medios. Pero su situación tampoco será la de Somoza o Sadam Hussein, quienes fueron ejecutados sin que una justicia auténtica les diera la oportunidad -a sus víctimas y a ellos mismos- de sopesar el hondo significado de sus crímenes y pagar por ellos. Tras un largo periplo que lo llevó de Lima a Brunei y al Japón, luego a Chile y finalmente a la cárcel en el fundo Barbadillo, Fujimori encarará finalmente a la justicia peruana. Todo indica -el propio Nakazaki, abogado de Fujimori, lo ha reconocido- que este tribunal es digno de ese nombre. Por una vez, el círculo se cierra a tiempo. Su hija Keiko acaba de admitir que la fuga había sido planeada y que ella estaba al tanto.
Dentro de algunos años acaso cuente que su padre había planeado su retorno triunfal, en virtud de algún sudoku político que salió mal. La trascendencia de este caso obviamente rebasa los linderos del mapa del Perú, pero es sobre todo a los peruanos a quienes este juicio confronta de diversas maneras.
La misma composición de la sala del juicio así lo indica. A un lado estarán los familiares de las víctimas, al otro los de Fujimori. También observadores de derechos humanos y partidarios del ex presidente. Fiscales y abogados de las víctimas, frente a los del acusado. Al centro, los magistrados, con una misión compleja porque este proceso no puede limitarse a un examen de pruebas: su peso histórico es indiscutible. Porque en el fondo todos sabemos que Fujimori no solo estaba al tanto de los asesinatos del grupo Colina, o la maquinaria de corrupción organizada por Montesinos: él era el jefe.
Lo que en realidad está en discusión -pero sus defensores no lo pueden decir en público-, es si esos delitos eran parte de lo que los fujimoristas y muchos peruanos todavía entienden como la tarea de ordenar y pacificar al país. Este non dit (tal como se denomina en francés a lo que se calla pero se sobreentiende), es muy incómodo para el actual presidente y su partido. Porque ellos eran en parte los causantes de esa situación de caos y zozobra que Fujimori heredó. Por esos giros insólitos del destino, el juicio que se inicia mañana lunes podría repercutirles. No solo porque afecta su alianza (otro non dit) con los fujimoristas y los medios de comunicación que los apoyan, sino porque la argumentación de la defensa podría revivir angustiosos recuerdos que ningún brusco viraje a la derecha, así sea con quemada de llantas (de protesta), podrá borrar.
No se trata solo de Barrios Altos y La Cantuta, aunque esto sea lo principal y los familiares de las víctimas tengan todo el derecho de reclamar justicia y reparación. También están en tela de juicio distintas concepciones de la democracia, los derechos humanos y la gobernabilidad en una sociedad que aspira a salir de la postración y la barbarie, sin que nos pongamos de acuerdo sobre el atajo, sendero o arduo camino a emprender. Por eso es importante que este juicio sea sereno y no se empantane en disquisiciones legalistas. Ojalá que los magistrados San Martín, Prado y Príncipe sepan aquilatar el tremendo valor pedagógico de su trabajo.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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