jueves, 27 de diciembre de 2007

RENUNCIA AL APEGO








La capacidad de separarse por Fernando Maestre (*)
Frente al aumento desproporcionado de sufrimiento en las parejas, surge esta columna, que pretende poner el acento en la causa principal de dolor y desgarro que la vida de a dos produce. Si nos preguntamos ¿cuál es la fuerza emocional que mueve al mundo?, sin duda responderíamos el amor, y si volteamos la pregunta en sentido contrario, ¿cuál es aquella que hace sufrir más?, tendríamos que decir que es la incapacidad que tienen muchísimas personas de separarse, de disolver los vínculos y de reiniciar una nueva vida.
Tan cierto es esto que, para evitar el dolor de la separación, los seres humanos adoptan una serie de medidas que pretende ser un corte de camino que los lleve hacia la serenidad, tomándose los lazos de pareja de manera muy especial: o lo abordan a la ligera teniendo vínculos al paso o son simples amigos con derecho a intimidad con los que no se comprometen; o, por el contrario, organizan relaciones de pareja donde lo que prima es la estabilidad, aunque el vínculo sea aburrido. Dentro de esta clasificación no faltan aquellos que evitan toda relación de pareja para no sufrir.
Como dice el título de este artículo, separarse es una capacidad que se adquiere a lo largo de la vida, empezando en las primeras edades. Esta capacidad de tomar distancia y dejar de sufrir por las personas que se alejan de nuestra vida tiene que empezar a formarse con la participación directa de la madre y de la familia que acompaña al niño. Para ello, la madre, a su vez, debe ser una persona lo suficientemente inteligente y libre como para comprender que los hijos son de la vida y que en un momento habrán de levantar el vuelo, para lo cual educará a su hijo en la fundamental expresión de enseñarle a ser libre.
Este intento de entrenamiento producirá, por parte del niño, la más contundente repulsa, pues ningún menor está dispuesto a renunciar a aquellos logros en el amor que ya ha conquistado previamente. Ante los intentos de la madre, el niño protestará de muchas formas antes de asumir el cambio, tales como las pataletas, las llantinas interminables, los ataques de tos, los chantajes, las fijaciones a patrones de conducta, etc.
Pero, si la madre insiste lo suficiente y no cae víctima de las manipulaciones del menor, este pronto aprenderá a que sí es posible tomar distancia de su madre, pues está convencido en que pronto volverá.
Lo que habrá sucedido es que, en su aparato psíquico, el niño ha interiorizado una imagen materna que siempre vuelve, y también una concepción, una nueva metáfora que le hace entender que las ausencias de las personas amadas lo apenan pero no lo atrapan, pudiendo continuar su vida luego de una breve pena.



(*) Aparecido en su columna del diario Perú21

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