Una palabra que puede ser una sentencia de muerte por Guillermo Giacosa (*)
Acertados o equivocados, los artículos que escribo solo están inspirados en mis convicciones. No puedo evitar, lo admito, que mis emociones estén presentes. Y no me arrepiento de ello pues estas complementan nuestra racionalidad y hacen que seamos la extraña y contradictoria criatura que es el ser humano.
Esta introducción, quizá innecesaria, la hago para subrayar que estoy profundamente preocupado -decir angustiado no sería una exageración- por la ligereza con la que políticos, periodistas y sus víctimas, que son los ciudadanos comunes, están utilizando el término 'terroristas'.
Lo leo y escucho en declaraciones o artículos y se le aplica a cualquiera que no comulgue con el credo económico vigente. Yo no creo -quienes me leen lo saben- en esta ilusión de que el mercado todo lo resuelve. Mucho menos creo que hayamos llegado al fin de la historia. Me resulta inconcebible que un Estado democrático satanice a quienes discrepan de sus métodos y objetivos, porque hacerlo desnaturaliza la esencia del concepto de democracia.
Estoy convencido de que las soluciones milagrosas se reducen al campo religioso, pero, en el área de lo político, lo social y lo económico, es decir, en las respuestas que nos damos para ordenar nuestra sociedad, no existen fórmulas que conduzcan al paraíso. Seguiremos acertando o equivocándonos, y no aceptarlo no es más que una forma de encubrir la defensa de intereses sectoriales o, simplemente, ceguera, fanatismo o estupidez.
Aunque los discursos lo oculten, el mundo anda muy, pero muy mal. Detrás de la crisis económica que atrae toda nuestra atención hay un planeta que se desintegra. No acertar en el establecimiento de prioridades indica que hemos perdido la brújula biológica esencial que apunta, ante todo, a un norte no geográfico cuya razón de ser es la defensa de la vida.
Todo eso parece no importar. Hoy, la voz de mando es dividir entre buenos y malos que, en el lenguaje del sistema actual, es colocar de un lado a quienes apoyan dicho sistema y, del otro, a quienes lo objetan. No hay términos medios: o estás conmigo o estás contra mí.
El gris ha sido abolido de la escala cromática, todo es blanco o negro. Y quienes están 'contra mí' pasan rápidamente, según el ejemplo dado por la conducta de maese Bush, de ser opositores a convertirse en 'terroristas'.
Insistir en esta postura puede conducir a adjetivar como tales a todos quienes, por la propia dinámica del sistema, quedan excluidos de sus beneficios. Y a quienes, como yo, por ejemplo, creemos profundamente que el actual sistema de explotación de la naturaleza y de los seres humanos conduce a un abismo del que difícilmente podamos regresar. ¿Somos terroristas por no compartir sus fantasías? ¿Debemos callar nuestras convicciones para no alterar el himno a la destrucción que entona gran parte del planeta?
Por favor, bajen el tono, reflexionen, tengan la hidalguía democrática de admitir las discrepancias y utilicen la palabra 'terroristas' cuando tengan pruebas reales de que alguien lo es.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
No hay comentarios:
Publicar un comentario