Divorcio entre conocimiento y sabiduría por Guillermo Giacosa (*)
Es evidente que vivimos en el medio de una revolución del conocimiento. También es evidente que esa revolución no cambia las conductas humanas desarrolladas por la sociedad de consumo. El conocimiento pareciera estar divorciado, en este caso, de la sabiduría.Si así no fuera, veríamos políticos preocupados hondamente por el cambio climático y por las desigualdades que se profundizan cada vez más entre los que ganan en un día lo que no podrán consumir en el resto de su vida y los que ganan en toda su vida, cuando tienen suerte, lo que los otros ganan en un día. No priorizar, teniendo a disposición los medios para hacerlo, estos dos temas capitales es una prueba irrefutable de que el conocimiento, aunque haya algunos ejemplos en contrario, sigue divorciado de la defensa de la vida. Y, cuando hablo de defensa de la vida, hablo de una defensa militante, que surja del convencimiento de que la miseria que deshumaniza a los más postergados, también deshumaniza a quienes permiten que ella exista.Es imposible comprender, desde una lógica que no sea la del dinero y la especulación, que en un planeta donde un tercio de la población vive en condiciones infrahumanas se hagan planes para utilizar alimentos básicos, como el maíz por ejemplo, para producir lo que alguien, acertadamente, ha llamado necrocombustibles. Gasolina que, en el colmo de las paradojas, requerirá mucho combustible fósil para poder ser producido. Lo que importa es no variar el modelo de civilización que privilegia el "tener" y ha debido inventar las benzodiazepinas y el Prozac para que el "ser", nuestra verdadera esencia, siga sosteniendo el esqueleto de la gran mentira. ¡Que coman las poderosas cuatro por cuatro, la gente puede esperar! Que siga este festín estúpido e insensato de producir carros que devoran el combustible fósil que faltará a nuestros descendientes y que envenena el aire que respiramos los actuales habitantes de la Tierra con consecuencias que, seguramente, también transmitiremos genéticamente a quienes vengan después de nosotros. Que Estados Unidos sea un propulsor de los biocombustibles es natural, pertenece a su lógica de desprecio por la vida que manifiesta permanentemente con su conducta belicista y su desprecio por los derechos humanos (basta recordar Hiroshima, Vietnam, Abu Grahib, Guantánamo y el millón de muertos en Irak para eximirnos de más explicaciones), pero que Brasil, país biófilo por excelencia, donde viven millones de hambrientos, sea un entusiasta patrocinador de este disparate escapa a toda lógica y nos pone, una vez más, frente a la fatal evidencia de que sabiduría y conocimiento parece que aún no han sido presentados. Ver al presidente brasileño con Condoleezza Rice hablando elogiosamente sobre este tema es realmente desalentador. ¿De qué sirve la revolución del conocimiento si el mismo no se emplea para proteger la vida, mejorar su calidad y procurar que todos puedan aspirar a disfrutarla con un mínimo de dignidad?
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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