¡Oh, my God, never masturbation, never! por Guillermo Giacosa (*)
No tengo nada contra los psicólogos y mucho menos contra la psicología. Pero me asusta cuando son invitados a opinar en los medios de comunicación sobre temas sexuales. Y no porque opinen mal sino porque las opiniones de psicólogos y médicos sobre el sexo hacen pensar que este se trata de una enfermedad. ¿Por qué no recoger también la opinión de un pintor, una bailarina de ballet, un jugador de fútbol, un desocupado (que tiene tiempo de sobra para ocuparse del tema), un gasfitero, un malabarista (que debe tener sus trucos), etc.?
Después de todo, cada uno tiene una relación particular con el sexo y sabe de qué se trata. Sería útil que la gente, para saber que no está tan sola, descubriera la variedad de gustos sobre el particular.
Yo soy el producto de una pareja que se amó durante 60 años (felizmente, me tuvieron antes), de ideas muy liberales para la época y, si bien nunca se pasearon desnudos por la casa, podía verlos en esa situación cuando cada uno de ellos se bañaba. No había tabúes por parte de mis padres, pero sí muchas preguntas por parte de sus hijos. A mí me preocupaba esa rigidez feroz con la que amanecía todos los días mi pequeño pene y, en esos casos, no recuerdo ninguna respuesta de mi madre que no engendrara una nueva pregunta mía. No es fácil explicarle a un niño de cuatro o cinco años para qué sirve una erección, cuando, en la práctica, a esa edad, no sirve para nada.
Ya entrado en la adolescencia, supe darles utilidad solitaria y satisfactoria a mis erecciones y sostuve, con mis compañeros de escuela y con mis amigos del barrio, largos conciliábulos sobre la masturbación. Todos renegaban de ella y repetíamos no pocos de los prejuicios y estereotipos de la época sobre el tema: te puedes quedar tuberculoso, te saca granitos, te crecen pelos en la palma de las manos, etc. Nadie, aparentemente, se masturbaba. Yo participaba en estas reuniones con un disimulado sentimiento de superioridad pues el tema ya había sido tratado exhaustivamente con mi padre quien, siendo la persona más educada que se pueda imaginar, había desdramatizado la masturbación diciéndonos que no tenía nada de malo y preguntándonos, a veces y como al descuido, para no darle demasiada importancia, pero como para recalcar que no había nada de nocivo en ello, si ese día "nos la habíamos hecho". Debo aclarar que en Argentina se hace, no se corre. Quizá, pensé risueñamente cuando conocí la expresión local, se debía a que los peruanos estaban más apurados que nosotros. Otra ventaja fue que, siendo la mía una familia católica no practicante, aunque yo durante un breve periodo lo fuera, el ojo de Dios no me seguía al baño y mi ángel de la guarda se quedaba en la puerta, en las deliciosas escapadas, sin sentimiento de culpa, para cumplir el rito.
Pero, como los prejuicios estaban tan acendrados entre mis amiguitos -jamás argumenté con las explicaciones de mi padre-, temía que se me pusiera el apodo que nos cuadraba exactamente a todos y que solo la multinacional Toyota se animó a ponerle a una de sus cuatro por cuatro.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
Simpático el artículo de Guillermo Giacosa. Hay que tener una visión mas respetuosa de la practica del onanismo para ambos sexos.
Nota completamente inoportuna pero muy necesaria:
El último comentario sobre las camionetas Pajero de Toyota me ha traído a colación que en Japón, la multinacional empresa ya ha dejado de producir estos camionetones -verdaderas naves de consumo de energía- por la crisis mundial en que transcurren los energéticos derivados del petróleo que ya anda por los 124 dolares el barril. (Los especuladores de la bolsa de valores y de la banca mundial, por desgracia -y para variar- de origen judío, siguen jodiendo el mundo) Sólo en este país donde la huachafería es una doctrina de la gentita bien de billetera afortunada se pueden seguir comprando estos armatostes que en unos años van a servir para un carajo. Siempre andamos desfasados, en lo humano ( la observación represora de la pajita) y en lo mecánico (que a veces suele ser muy humano cuando compramos un vehículo de moda como síntoma de bienestar) porque siempre pensamos en lo inmediato que suele -tristemente- ser efímero.
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