El carro delante de los caballos por Guillermo Giacosa (*)
Qué extraña pirueta realiza nuestro cerebro para poner continuamente el carro delante de los caballos. ¿Verán honestamente la realidad así los que hablan de crecimiento económico sin mencionar -o haciéndolo como al descuido- un factor determinante llamado medio ambiente? No se han puesto a pensar que estamos llegando al límite de las posibilidades que este planeta ofrece.
No son fantasías ni mucho menos pensamientos religiosos los que me conducen a esta conclusión. Son, desgraciadamente, los datos de la realidad. Datos que no repetiré porque basta leer con detenimiento entrelíneas la prensa adicta al sistema (solamente una adicción puede justificar tanta ceguera), o las reflexiones de la prensa científica o políticamente objetiva, para comprender que nos acercamos al abismo con un espíritu festivo que pareciera totalmente ajeno a la inteligencia de la que estamos dotados. Inteligencia que, me parece obvio, debiera apuntar hacia la prolongación de la vida a menos que haya un desconocido gen suicida que ha ganado la partida y que conduce exitosamente la operación 'extinción de la especie humana sobre el planeta'. Quizá. ¿Por qué no? Posiblemente estemos programados para cumplir un ciclo y la naturaleza -o Dios, para los creyentes- ha puesto en nuestras manos las herramientas adecuadas para que nos encarguemos de esa misión final. Nos han dado, en un porcentaje difícil de precisar, la responsabilidad de nuestra propia extinción. Sospecho que quienes lo saben y creen en la inevitabilidad de que ocurra han preparado este festín de irresponsabilidades destinado a tirar el planeta por la ventana. O bien se han retirado pacífica, filosófica y resignadamente a meditar sobre los porqué de tanta irracionalidad, de tanta estupidez, de tanto menosprecio por el único bien indiscutible que poseemos que es la vida.
No hay un solo día en que no lea una información que me haga pensar que el día anterior estábamos mucho mejor. Hoy, más que nunca, vale aquella frase "qué bien estábamos cuando estábamos mal". Saber, por ejemplo, que Brasil ha deforestado un territorio equivalente a toda la superficie de España para sembrar soja transgénica o algún cereal destinado a producir biocombustibles produce arcadas, pues es como plantar un tumor maligno en uno de los pulmones del planeta. Ninguno de los que han decidido esta operación puede ignorar sus consecuencias. Pero, para su felicidad, la religión oficial establecida por el mercado tiene hartas justificaciones para limpiar el alma de los pecadores. ¡Crecimiento, progreso, modernidad, desarrollo! son algunas de las tantas palabras que aliviarán la culpa de quienes, al perpetrar un ecocidio, se convertirán, en un plazo que desgraciadamente será más corto de lo que creemos, en genocidas y suicidas. Nunca, quizá, la humanidad ha reunido tanta estupidez junta. No solo destruye el planeta sino que lo hace en nombre de teorías que no son otra cosa que racionalizaciones destinadas a justificar el fracaso de su empresa.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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