Asimetrías por Jorge Bruce (*)
Una de las mayores enseñanzas de mi experiencia en la Comisión de Protección al Consumidor del Indecopi fue la noción de asimetría. Hasta entonces conocía su uso en el contexto psicoanalítico: existe asimetría entre paciente y analista en la medida en que el primero proporciona al segundo la mayor información que pueda acerca de sí mismo, a fin de que el segundo pueda realizar su tarea analítica y lo ayude a desenmarañar los nudos que lo entrampan o enferman. En cambio, el analista evita suministrar información irrelevante para el avance de la cura. Así, el paciente tiene derecho a preguntar lo que se le antoje, pero lo más probable es que el analista responda con repreguntas -¿y usted qué imagina?-, señalamientos -veo que prefiere que hablemos de mí en lugar de usted- o interpretaciones -acaso su curiosidad por mi vida es una reedición de las preguntas que usted hubiese querido hacerle a sus padres y no se lo permitió-, etc. Más allá de los clichés citados a manera de ejemplos, esta asimetría es explicitada y aceptada por ambas partes desde el inicio. Naturalmente, debe ser manejada con criterio y siempre en beneficio del paciente por sobre la "pureza" del método, que puede dar lugar a excesos y abusos de poder bajo el amparo de la técnica.Pero las asimetrías a las que ha hecho referencia Evo Morales durante la reciente cumbre están más en la línea de la protección al consumidor. Estas aluden a la desventaja que tiene un cliente al presentar un contencioso contra un banco, una corporación o un gran almacén. O un pequeño proveedor ante una cadena de supermercados. Mientras que el primero dispone de tiempo y recursos muy limitados para hacer valer sus derechos, los segundos contratan a los profesionales más capacitados y caros del medio. Películas como El Informante -donde Russell Crowe es un científico que se enfrenta a las grandes multinacionales de cigarrillos- o Erin Brokovich -donde Julia Roberts encarna a una empleada judicial sin título de abogada que desenmascara el envenenamiento del agua por parte de una gran empresa que está diezmando a una población pobre de los EEUU- se basan en hechos reales, en torno a esta inequidad intrínseca en el funcionamiento del mercado. Es, pues, indispensable articular mecanismos de intermediación que compensen esta desigualdad y permitan al proveedor de frutas no tener que aceptar las condiciones aberrantes impuestas por el mayorista. O cualquier cliente de a pie que presenta su queja ante una entidad poderosa, privada o pública. En los EE.UU. existen leyes que permiten a los consumidores agruparse y presentar su queja al Poder Judicial en bloque -llamadas 'class action'- con lo que las acciones se emparejan. Idealmente, los países pobres deberíamos organizarnos a fin de presentar nuestras propuestas en conjunto y no como un tercermundista solitario. Pero hasta ahora nos hemos mostrado incapaces de construir esos grupos de interés, debido a querellas ideológicas y afanes protagónicos. Evo no es la excepción. Ni Chávez. Ni García. Más bien nos sirven un menú reiterado de egos revueltos que condenan las cumbres a despliegues de futilidad grandilocuente. Más allá de los beneficios que -ojalá- acarree este magno cónclave de espaldas a los ciudadanos sin pedigrí, nos urge madurar como sociedad y pensar seriamente en organizarnos para negociar el siglo XXI en mejores condiciones comerciales, sí, pero sobre todo culturales, en el sentido más inclusivo de esta palabra devaluada.
Una de las mayores enseñanzas de mi experiencia en la Comisión de Protección al Consumidor del Indecopi fue la noción de asimetría. Hasta entonces conocía su uso en el contexto psicoanalítico: existe asimetría entre paciente y analista en la medida en que el primero proporciona al segundo la mayor información que pueda acerca de sí mismo, a fin de que el segundo pueda realizar su tarea analítica y lo ayude a desenmarañar los nudos que lo entrampan o enferman. En cambio, el analista evita suministrar información irrelevante para el avance de la cura. Así, el paciente tiene derecho a preguntar lo que se le antoje, pero lo más probable es que el analista responda con repreguntas -¿y usted qué imagina?-, señalamientos -veo que prefiere que hablemos de mí en lugar de usted- o interpretaciones -acaso su curiosidad por mi vida es una reedición de las preguntas que usted hubiese querido hacerle a sus padres y no se lo permitió-, etc. Más allá de los clichés citados a manera de ejemplos, esta asimetría es explicitada y aceptada por ambas partes desde el inicio. Naturalmente, debe ser manejada con criterio y siempre en beneficio del paciente por sobre la "pureza" del método, que puede dar lugar a excesos y abusos de poder bajo el amparo de la técnica.Pero las asimetrías a las que ha hecho referencia Evo Morales durante la reciente cumbre están más en la línea de la protección al consumidor. Estas aluden a la desventaja que tiene un cliente al presentar un contencioso contra un banco, una corporación o un gran almacén. O un pequeño proveedor ante una cadena de supermercados. Mientras que el primero dispone de tiempo y recursos muy limitados para hacer valer sus derechos, los segundos contratan a los profesionales más capacitados y caros del medio. Películas como El Informante -donde Russell Crowe es un científico que se enfrenta a las grandes multinacionales de cigarrillos- o Erin Brokovich -donde Julia Roberts encarna a una empleada judicial sin título de abogada que desenmascara el envenenamiento del agua por parte de una gran empresa que está diezmando a una población pobre de los EEUU- se basan en hechos reales, en torno a esta inequidad intrínseca en el funcionamiento del mercado. Es, pues, indispensable articular mecanismos de intermediación que compensen esta desigualdad y permitan al proveedor de frutas no tener que aceptar las condiciones aberrantes impuestas por el mayorista. O cualquier cliente de a pie que presenta su queja ante una entidad poderosa, privada o pública. En los EE.UU. existen leyes que permiten a los consumidores agruparse y presentar su queja al Poder Judicial en bloque -llamadas 'class action'- con lo que las acciones se emparejan. Idealmente, los países pobres deberíamos organizarnos a fin de presentar nuestras propuestas en conjunto y no como un tercermundista solitario. Pero hasta ahora nos hemos mostrado incapaces de construir esos grupos de interés, debido a querellas ideológicas y afanes protagónicos. Evo no es la excepción. Ni Chávez. Ni García. Más bien nos sirven un menú reiterado de egos revueltos que condenan las cumbres a despliegues de futilidad grandilocuente. Más allá de los beneficios que -ojalá- acarree este magno cónclave de espaldas a los ciudadanos sin pedigrí, nos urge madurar como sociedad y pensar seriamente en organizarnos para negociar el siglo XXI en mejores condiciones comerciales, sí, pero sobre todo culturales, en el sentido más inclusivo de esta palabra devaluada.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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