Los crímenes en serie por Fernando Maestre (*)
Los asesinos en serie han existido toda la vida, pero el modo de matar a sus víctimas difería, en cierta forma, de los crímenes actuales. Antes, las ejecuciones estaban consideradas como la típica conducta psicopática de quienes asesinaban a personas con las que no habían tenido ningún vínculo y que las convertían en víctimas únicamente por el hecho de tener un determinado signo en común (ser mujer, ser gay, ser marinero, ser prostituta etc.), que transformaba al asesino en un chacal en quien se levantaba así la violencia más espeluznante en contra de inocentes. Los homicidas de las actuales épocas toman otra forma de matar en serie, confirmando que estos criminales no han desaparecido, aunque ahora no tengan el mismo estilo.
Hace pocos días nos enteramos de que un taxista había asesinado a su pareja, a sus dos hijitas, a su suegra y, luego, se suicidó. Pese a que estas noticias conmueven como si fueran novedosas, los crímenes múltiples han aumentado en los últimos años. Pero, en esta época, el criminal no se oculta, da la cara, ataca directamente, porque sabe que, luego, él se habrá de suicidar, y todo lo realiza con la mayor sangre fría, como si al hacerlo estuviera completando un acto que le dará tranquilidad.
Existen en estas personas tres motivos inconscientes para matar. El primero tiene que ver con el tipo de 'amor' que el asesino le tiene a su víctima. Se trataría de un juego pasional en el cual él siente que ella (la mujer) tiene algo que a él le pertenece, algo que es de la categoría de su afecto (o su pasión o mal llamado amor). Si ella lo deja, se llevaría una parte de él, por lo que su subjetividad entraría en un estado de disolución arrasando su personalidad, más aún cuando lo que habrá de suceder es que ella es que se enganchará con una pareja nueva, con quien compartiría la sexualidad. Esta escena de despojo, robo o hurto de una parte de él no la tolera.
En segundo lugar, no tolera el vacío de la paternidad pues piensa que si ella lo abandona se llevará a los niños, lo cual significará, en su mente enferma, que sus hijos vendrán a ser "hijos" de él y de otro hombre, algo que sería imposible que él acepte.
En tercer lugar, le resulta impensable que ella pueda gozar con otra persona que no sea él. Esta idea lo lleva a pasar por tormentos e infiernos inimaginables de solo pensar que ambos estarán felices retozando unidos.
Esta combinación de vaciamiento de su personalidad, de feminización al perder su paternidad y de destrucción de su subjetividad, por saber que su mujer "goza con otro", es suficiente como para decidir matarla. Al hacerlo, un lado de sí siente el alivio de no ser más "el despojado", pero su lado coherente lo juzga como criminal, lo condena y ejecuta mediante el suicidio.
Queda la duda incontestable de saber cuántas víctimas hubo en esta escena. Tal vez, con el tiempo, el psicoanálisis nos propondrá una respuesta.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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