Divorciados por Fernando Maestre (*)
Es natural que, cuando los padres se divorcian, los hijos sufran esta separación de alguna manera. No en vano el niño que nació teniendo a los padres unidos, al llegar el divorcio, habrá de sentir un natural vacío que no existía durante la convivencia, pues en aquellos felices días podía contar con su padre con toda facilidad, compartir desayunos, esperarlo con toda ilusión que vuelva del trabajo; podía, los domingos, meterse feliz en la cama de los papis, cosa que ya no tendrá a su alcance como cuando padre y madre engalanaban la mesa a la hora de comer. En efecto, es una pérdida para los niños, pero si esta crisis se maneja bien, ellos saldrán airosos del efecto del divorcio logrando, en cambio, tener una buena relación con el padre "de los días de visita".Pero también hay otro tipo de padre, cada vez más común, que luego de haber vivido con sus hijos pequeños dentro de un hogar, de haberlos visto nacer y haberlos llevado al pediatra cuando estaban enfermos, sufre una metamorfosis absurda, como consecuencia del divorcio. Se separa de la esposa e, inexplicablemente, abandona emocional y físicamente a los hijos con quienes ha vivido y a quienes ha "amado", según dicen, durante 10 u 11 años. Todo ese amor se vuelve efímero al derrumbarse cuando el padre se tiene que ir de la casa, por lo general del brazo de una nueva compañera con quien, sin duda, habrá de tener nuevos hijos.
¿Amor por los hijos?
Esto nos lleva a dudar sobre si existe o no un verdadero instinto paternal sobre el cual se pueda garantizar su indestructibilidad, por más que él desee cambiar de pareja. O, en caso contrario, a creer que el instinto paterno es de inferior contextura que la pasión sexual que surge frente a una nueva compañera. No falta quien cree que si el divorciado sigue amando a sus hijos, sufrirá mucho porque el "nuevo marido" que su ex mujer tendrá se los robará. Por ello, considera eliminarlos de su corazón y no volverlos a ver más.
De otro lado, en el interior de los hogares no siempre asoma el amor maduro, equilibrado, generoso o comprometido con toda la vida que un día ambos crearon sino, por el contrario, hay amores infantiles, egoístas, narcisistas y posesivos. El amor posesivo se caracteriza por darle mayor importancia a tener bajo su control a la mujer y a los hijos que a vivir los sentimientos que la convivencia produce. Los practicantes del amor posesivo solo valoran que sus hijos sean objeto de su propiedad y, de no ser así, prefieren borrarlos de su corazón y que no existan más. Frente a estos casos, el hombre separado, al no poder tener más control sobre sus hijos, los 'mata' en su mente y así nadie se los quitara ni le importará que ellos llamen "papá" a otro que ocupará su lugar en el viejo hogar.
De otro lado, en el interior de los hogares no siempre asoma el amor maduro, equilibrado, generoso o comprometido con toda la vida que un día ambos crearon sino, por el contrario, hay amores infantiles, egoístas, narcisistas y posesivos. El amor posesivo se caracteriza por darle mayor importancia a tener bajo su control a la mujer y a los hijos que a vivir los sentimientos que la convivencia produce. Los practicantes del amor posesivo solo valoran que sus hijos sean objeto de su propiedad y, de no ser así, prefieren borrarlos de su corazón y que no existan más. Frente a estos casos, el hombre separado, al no poder tener más control sobre sus hijos, los 'mata' en su mente y así nadie se los quitara ni le importará que ellos llamen "papá" a otro que ocupará su lugar en el viejo hogar.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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