miércoles, 14 de mayo de 2008

LA BÚSQUEDA DEL AUTOREFLEJO



La idealización de la pareja por Fernando Maestre (*)
No hay sueño más frustrante que el considerar que uno va a ser plenamente feliz en pareja. Esto puede aludir a distintas variables de la imaginación como, por ejemplo, "encontré a mi media naranja", "eres la mujer que siempre esperé", "nos hemos conocido en anteriores vidas", "por fin llegó mi clon, mi par perfecto, mi verdadero doble".
Estas expresiones tan solo dan cuenta de las idealizaciones y necesidades que todos los seres humanos tenemos de inventarnos un ser perfecto a quien poder amar y entregar aquello que no tenemos pero que creemos tener.
El derrumbe de las idealizaciones duele en el alma, porque uno quiere que la pareja sea como uno se la imagina y no como realmente es; es decir, un ser totalmente diferente a uno, de otro sexo, de otra familia, de otra edad y de otra condición cultural.
Para el varón, según Lacan, su capacidad de gozar con el cuerpo de la mujer está relacionada con que él pueda encontrar en la dama de sus sueños aquella señal que le indique que ella está incompleta, que lo necesita a él, que él será su salvador y quien podrá orientarla, dirigirla, aconsejarla y, finalmente, hacerla suya. El varón funciona solo si encuentra ciertos 'fetiches' en la mujer elegida; como, por ejemplo, una sonrisa enigmática, unos muslos firmes o unos pechos intensos. Para que el hombre pueda gozar, es importante que su pareja responda a un especie de modelo, que puede ser el detalle de su cintura, del tono de voz, de la mirada o del modo como juega con su pelo. Ese signo lo 'enciende' y lo convierte en un seguro conquistador.
Para la mujer, el problema es distinto. Ella tiene primero que resolver el problema del amor. Ella tiene, como forma de goce directo, la necesidad de que su partenaire le hable y le hable de amor, que le hable de cuán bella es, de cuánto le atrae, de lo impactado que está con su cuerpo. Puede llegar al punto de preferir un encuentro físico, sin penetración, pero pleno de lenguaje apasionado, con promesas, sueños, llantos, comparaciones con otras damas en las que ella siempre saldrá ganando.
La pareja funcionará medianamente bien siempre y cuando el ideal se cumpla por ambas partes: que ella reciba de él toda la pasión verbal que puede transmitirle y que él reciba de ella el signo inequívoco de que lo necesita, que es débil y que precisa ser amada. Pero, con el paso del tiempo, estos ideales se caen y ahí es donde surgen las angustias, las soledades y la fantasía inmediata que "otro hombre me hará feliz" o sino "llegó el momento de formar un nuevo vínculo donde ella me excite al máximo". Ahí empieza el derrumbe de la pareja.
Tenemos que aprender a vivir dentro de un esquema de deseos limitados, donde los sueños exorbitantes pertenecen al campo de la fantasía y la cruda la realidad pasa por aceptar que entre el hombre y la mujer hay un río de diferencias muchas veces insalvable.

(*) Aparecido en su columna del diario Perú21

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