Gente seria por Jorge Bruce (*)
Un día, mi tranquila calle de Miraflores se convirtió en la avenida Abancay. Para poder reparar la avenida Roosevelt (conocida en el barrio como República de Panamá), el tráfico se desvió, de modo que el transporte público calamitoso y deshumanizado que padecen a diario tantos peruanos, en vez de derivar hacia las avenidas lógicas, a saber Casimiro Ulloa y Benavides, enrumbó por las callecitas de San Antonio. Naturalmente, los choferes de combis, cústers, buses y otros medios para hacinar como ganado al peruano sin ídem, entendieron que esas rutas automáticamente se convertían en preferenciales. Como resultado de lo cual, en vez de frenar en los cruces, aceleraban. Eso sí, como medida de precaución tocaban a forro la bocina, particularmente esas adaptadas de algún barco petrolero dado de baja en el mar Caspio. Pronto, los accidentes comenzaron a producirse. Al final de la primera semana en que el plácido San Antonio se había convertido en Bagdad, me encontré con numerosos vecinos alarmados e indignados, ante el espectáculo de un auto destrozado, del que había salido indemne un bebe gracias a que iba sujeto en su asiento 'ad hoc'. Parece que los pasajeros de la combi no habían tenido la misma suerte y los bomberos ya se habían llevado a varios heridos para ser atendidos. Esa misma noche el tráfico fue desviado en el sentido que estábamos reclamando. El alcalde habrá deducido que un muerto le podría salir demasiado caro, se entiende que a la hora de votar.
Pequeñas desventuras como esta las están sufriendo buena parte de los habitantes de Lima, en una orgía de improvisación nunca antes vista.¿Y todo para qué? Para que los distinguidos visitantes de la cumbre que se avecina como un inmenso asteroide para estrellarse en suelo peruano, crean que nuestra capital no es lo que es. Como la realidad tiene la fastidiosa costumbre de evadir los esfuerzos para negarla, lo único que se ha conseguido con este incordio es confirmar lo evidente. Si la Municipalidad de Lima no ha sido capaz en todos estos años de poner orden en el anómico tráfico limeño, ¿cómo lo va a conseguir en un par de meses de frenesí destructor? Si las pistas tienen décadas de pésimo mantenimiento, si el asfalto tiene la identidad de un queso gruyere, ¿de buenas a primeras se va a convertir en una bola de billar? Más bien resulta insultante este maquillaje apresurado. El mensaje deprimente que se envía a los vecinos es triple. Uno: ellos no merecen la atención de sus alcaldes, pero los ilustres invitados sí. Dos: lo mejor que pueden hacer es desaparecer del mapa para no incomodar a los encumbrados. Tres: no se preocupen, en poco tiempo todo volverá a la normalidad (me refiero al estado de las pistas).En vez de ganarse a la población, se la está excluyendo e infantilizando, ordenándoles que salgan de la sala mientras los grandes se reúnen. Encima, nos quieren obligar por decreto a embanderar nuestras viviendas. Lo que esta actitud trasluce es una concepción autoritaria del Estado, en donde los ciudadanos lo somos a la hora de pagar impuestos o en período electoral. Pero cuando se trata de gente seria -como diría la representante de la tienda Designers, horrorizada al enterarse que los del Grupo 5 rebajaron la imagen de sus prendas tocando cumbia- cada quien debe saber cuál es su lugar y petrificarse hasta que le den permiso. Así comenzó, hace 40 años, la revuelta de Mayo del 68: por una combinación explosiva de arrechura, hartazgo y aburrimiento.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21. Si no terminamos como Michael Douglas en la película "Un día de furia" es porque Dios es grande.
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