Desiertos bajo el agua y máscaras en la tierra por Guillermo Giacosa (*)
No terminamos de aprender y de asombrarnos. Creímos, más allá de las amenazas de las religiones, que la vida de la especie humana en el planeta Tierra tendría una duración incalculable. Supimos luego, gracias a los científicos, que todas las especies tienen un periodo de duración en el tiempo y que nosotros ya habríamos excedido el nuestro. Con respecto al clima, hemos dado por sentado que el mismo se mantendría más o menos estable o ni siquiera hemos prestado atención al asunto.
Ahora nos enteramos que los desiertos, cuya referencia más notable siempre han sido las arenas del Sahara, pueden existir también en los fondos oceánicos. Agua y desierto nos suenan incompatibles y no lo son, aunque nos cueste imaginar de qué se trata. Es sencillo, aunque nunca lo había pensado, ni siquiera cuando leía ciencia ficción: la disminución de la concentración de oxígeno en las zonas submarinas impide la supervivencia de gran número de especies y hace no rentable la pesca. La universidad alemana de Kiel ha estudiado la concentración de oxígeno en las regiones tropicales de los océanos y ha demostrado que, en algunas de ellas, ha descendido tanto que han provocado la muerte de "grandes organismos marinos", incapaces de resistir la tensión que produce una cantidad de oxígeno inferior a sus necesidades. Dicen los científicos que no es la primera vez que esto ocurre. Hace 251 millones de años el océano era anóxico (ausencia de oxígeno) y ese período coincidió, como ocurre actualmente, con la concentración de grandes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera. El resultado fue la extinción masiva de especies vivas tanto en la tierra como en los mares. El consejo a la industria pesquera, ya que siempre pensamos en primer lugar en términos de supervivencia y muchos pueblos viven de lo que pescan, es cambiar los modelos de explotación actuales.
Esta sugerencia vale tanto para la explotación pesquera como para todas las industrias que pueblan el planeta y, sin duda, para muchos de los hábitos de vida adquiridos por la especie humana. Los carros, que producen dióxido de carbono, deberán ser modificados si pretendemos que nuestros nietos disfruten de este cada día menos hermoso planeta. Y si no los modificamos, deberíamos acostumbrarnos a utilizarlos solo cuando nos sea imprescindible. ¿Suena extraño? Sin duda, pero mucho más extraño va a parecernos cuando entremos al período, del que posiblemente no saldremos, en el que tendremos que usar máscaras para salir a la calle y costosos purificadores del aire para vivir en casas herméticamente cerradas al mundo exterior.
En plan de imaginar el futuro que nos deparará el calentamiento global, creo que ninguna situación que dibujen nuestras fantasías excederá los horrores que nos tocará vivir. Si no a nosotros, a las generaciones venideras de las cuales, nos guste o no, somos responsables. Los excesos de más de un siglo de despilfarro, generado por una economía de la codicia y de la competencia, serán nuestro legado histórico. ¿Nos perdonarán?
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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