jueves, 24 de abril de 2008

EL LINDERO DE LA PRECARIEDAD



Seres humanos al borde del abismo por Guillermo Giacosa (*)
Vi en Panorama, el domingo pasado, un estremecedor reportaje sobre el asentamiento humano 1º de Mayo. No solo me sentí profundamente apenado por la situación que atraviesan sus habitantes sino, también, avergonzado, como periodista, por haber ignorado hasta ese día su existencia.
Para quienes no hayan visto dicho especial, les confieso que es imposible traducir en palabras lo que las imágenes mostraron. Si yo digo: seres humanos viviendo al borde del abismo, lo más seguro es que todos interpreten que se trata de personas en situación de peligro.
Nada más. Si yo agrego que esos ciudadanos viven en tierras que fueron rellenos sanitarios y que, lentamente, se van desplomando sobre el río Rímac, añado, sin duda, un toque dramático más cercano a la verdad. Pero, si subrayo, además, que esas personas viven a pocos minutos de la Casa de Gobierno, la información adquiere el carácter de escándalo.
Se trata de casas que van derrumbándose, lenta pero inexorablemente, sobre el río a medida que este o los temblores debilitan las tierras que las sostienen. Escuchar a sus moradores, con esa resignación casi bíblica que tienen muchos peruanos, decir: "Allí estaban el baño y la cocina" y ver ahora un abismo, es desesperante y alucinante a la vez, para emplear dos adjetivos que logren expresar lo que sentí, además de rabia, indignación e impotencia.
Casas quebradas, bajo las cuales ninguna persona cuerda permanecería más de un segundo, son la morada de familias enteras, con niños y ancianos incluidos, que viven y duermen en estado de alerta permanente. Puede ocurrir allí, en cualquier momento, quizá antes de que esta nota se publique, una tragedia monumental. Mientras no ocurra, la burocracia seguirá meditando salidas al drama a un ritmo que nada tiene que ver con las urgencias que se plantean.
El drama, además de patético, es inusitadamente simbólico. Casi una fotografía del capitalismo salvaje al que nos hemos entregado. A pocos metros de las sedes de los gobiernos nacional y municipal, que se ufanan con todo derecho de sus logros, un grupo de familias peruanas, no solo no disfruta de los éxitos del crecimiento económico del país, sino que vive esperando que se cumpla su sentencia con la misma resignada actitud que tienen los condenados a muerte.
La nota periodística llena de méritos debiera ser complementada con una actitud más inquisitiva en cuanto a las causas que conducen a estos dramas. Entiendo que hacerlo no excede los intereses de los periodistas, pero sí los de los propietarios de los medios. Hacerlo es cuestionar el orden vigente y eso, para quienes son parte de su estructura, es algo que queda fuera de discusión. Están en su derecho.
Nadie puede ser obligado a ponerse una soga al cuello (ninguna clase social se suicida), pero deben saber que, si bien denunciar es bueno, educar para que no vuelva a ocurrir es mejor. Pero educar es liberar, y liberar a los seres humanos del yugo de la ignorancia y del fatalismo no es un argumento grato a los dueños del poder.


(*) Aparecido en su columna del diario Perú21

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