lunes, 7 de abril de 2008

MATRIMONIO SIN HIJOS



Lírico y romántico por César Lévano (*)
La boda del tenor peruano Juan Diego Flórez y la ex modelo australiana Julia Trappe acaparó este fin de semana la atención de los limeños, sin duda por sus elementos de romanticismo con ribetes de cuento de hadas.El ingrediente sentimental lo ponen, por supuesto, ambos contrayentes; pero son la vida y el esfuerzo del tenor los que suenan más hondo en el corazón colectivo.Juan Diego es un ejemplo de muchacho de clase media, que alcanza relieve internacional después de una lucha denodada. El padre de Juan Diego es Rubén Flórez, intérprete destacado de música criolla que estimuló desde temprano la vocación de su hijo. Desde adolescente, éste supo abrirse paso por sus propios medios. Así, mientras seguía estudios en el Conservatorio Nacional de Música, solía allegarse recursos económicos cantando en peñas criollas o bares barranquinos en que lo aplaudían en la trova cubana o el rock.Quienes ignoran todo sobre la música popular, pero pontifican acerca de ella, desconocen que en diversos centros musicales criollos o andinos se suelen escuchar voces estupendas -que, ciertamente, nunca se muestran en la radio o la televisión-. El caso Flórez debería abrirles el oído. Temprano comprendió Juan Diego que la música es un arte que se parece a la ciencia en un aspecto: exige estudio, disciplina y rigor. En eso se alejó de las criollas pereza e improvisación.Esa convicción explica que se fuera a Estados Unidos, casi sin medios, y que allá demostrara que era no sólo un ser dotado vocalmente, y con oído preciso, sino también capaz de someterse a las pruebas más difíciles. Un hecho notable es que este tenor tan celebrado hoy, hasta por el primer mandatario de la nación, no haya tenido el menor estímulo estatal o privado. Hemos retrocedido respecto a los primeros años del siglo XX, cuando artistas jóvenes notables como Alfonso de Silva o Alejandro Granda recibieron becas y aliento oficial.Otro aspecto descollante es que en el Perú actual no existe en verdad cultivo de la ópera. Buena prueba es que no tenemos un teatro consagrado a esa manifestación artística. Nos hemos rezagado en nuestra evolución musical. En ciertas épocas compartimos la española preferencia por el “género chico”, la zarzuela, que era, como alguien dijo, “la cantidad de ópera que aguantan los nervios de un español”. No desdeñamos, por cierto, este grato género musical.La boda de Juan Diego nos recuerda, por otra parte, que la atención y emoción de nuestra gente, sigue -como en todo el mundo- los romances de los consagrados. En este caso particular, pesa también, creo yo, que el joven tenor lírico se haya sabido ganar el respeto no sólo por su trayectoria operática, sino también por su ejemplar conducta de trabajador del arte y su sencillez y modestia en la vida cotidiana. Merece la felicidad.
Lírico y romántico
La boda del tenor peruano Juan Diego Flórez y la ex modelo australiana Julia Trappe acaparó este fin de semana la atención de los limeños, sin duda por sus elementos de romanticismo con ribetes de cuento de hadas.El ingrediente sentimental lo ponen, por supuesto, ambos contrayentes; pero son la vida y el esfuerzo del tenor los que suenan más hondo en el corazón colectivo.Juan Diego es un ejemplo de muchacho de clase media, que alcanza relieve internacional después de una lucha denodada. El padre de Juan Diego es Rubén Flórez, intérprete destacado de música criolla que estimuló desde temprano la vocación de su hijo. Desde adolescente, éste supo abrirse paso por sus propios medios. Así, mientras seguía estudios en el Conservatorio Nacional de Música, solía allegarse recursos económicos cantando en peñas criollas o bares barranquinos en que lo aplaudían en la trova cubana o el rock.Quienes ignoran todo sobre la música popular, pero pontifican acerca de ella, desconocen que en diversos centros musicales criollos o andinos se suelen escuchar voces estupendas -que, ciertamente, nunca se muestran en la radio o la televisión-. El caso Flórez debería abrirles el oído. Temprano comprendió Juan Diego que la música es un arte que se parece a la ciencia en un aspecto: exige estudio, disciplina y rigor. En eso se alejó de las criollas pereza e improvisación.Esa convicción explica que se fuera a Estados Unidos, casi sin medios, y que allá demostrara que era no sólo un ser dotado vocalmente, y con oído preciso, sino también capaz de someterse a las pruebas más difíciles. Un hecho notable es que este tenor tan celebrado hoy, hasta por el primer mandatario de la nación, no haya tenido el menor estímulo estatal o privado. Hemos retrocedido respecto a los primeros años del siglo XX, cuando artistas jóvenes notables como Alfonso de Silva o Alejandro Granda recibieron becas y aliento oficial.Otro aspecto descollante es que en el Perú actual no existe en verdad cultivo de la ópera. Buena prueba es que no tenemos un teatro consagrado a esa manifestación artística. Nos hemos rezagado en nuestra evolución musical. En ciertas épocas compartimos la española preferencia por el “género chico”, la zarzuela, que era, como alguien dijo, “la cantidad de ópera que aguantan los nervios de un español”. No desdeñamos, por cierto, este grato género musical.La boda de Juan Diego nos recuerda, por otra parte, que la atención y emoción de nuestra gente, sigue -como en todo el mundo- los romances de los consagrados. En este caso particular, pesa también, creo yo, que el joven tenor lírico se haya sabido ganar el respeto no sólo por su trayectoria operática, sino también por su ejemplar conducta de trabajador del arte y su sencillez y modestia en la vida cotidiana. Merece la felicidad.


(*) Aparecido en la columna del Director del diario La Primera. Suscribimos varios de los conceptos de Don César Lévano y sinceramente nos alegra que la vida le sonría al jóven tenor. Lástima que por ser una celebridad tenga que haberse socialmente chupado a Zeús y su esposita,a la Máscara, al Opus Dei en pleno carnaval y a un entusiasmadísimo pueblo peruano (no tendrá para la jama diaria pero le encanta el cuento de hadas) que desde la tribuna acompañó la ajena felicidad de los novios como una buena y felíz masa boba. Gracias por el sueño.

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