El fantasma del MRTA por Guillermo Giacosa (*)
Hace aproximadamente 15 años, Carlos Bejarano y yo fuimos interceptados en la entrada de la entonces radio San Isidro por dos personas jóvenes que nos solicitaron unos minutos en nuestro espacio para invitar a un festival de la solidaridad con los más pobres en Villa El Salvador. Dijimos sí, naturalmente, y franqueamos la entrada de la emisora a estas dos personas. Una vez dentro, sacaron sendas pistolas, nos dijeron que pertenecían al MRTA y que pretendían pasar un comunicado.
Nos encerraron en un habitación junto con todo el personal de la radio. Estuvimos bajo el cuidado del menos experimentado de los invasores, mientras el más avezado se dedicaba a pasar un casete espantosamente grabado con consignas revolucionarias que un experto en márketing hubiese condenado al fracaso desde el inicio.
Nuestro custodio confesó, además, que el programa que hacíamos con Carlos era su preferido. En algún momento, su nerviosismo era tan grande que nosotros le tuvimos que decir que se quedara tranquilo, que no le íbamos a hacer nada. Finalmente, pintaron los interiores de la radio, pusieron un paquete envuelto en diarios a la salida de nuestra habitación-encierro y nos dijeron que por 15 minutos no debíamos salir pues, de lo contrario, estallaría el contenido del envoltorio.
Imaginamos que se trataba de una treta infantil, por lo que abrimos la puerta y, luego de unos minutos destinados a normalizar el nivel de adrenalina, la secretaria llamó al dueño, y este, supongo, a la Policía.
En esa emisora todo, desde ir al baño hasta llamar a los bomberos o la Policía, debía ser consultado con su propietario. Lo cierto es que los primeros en arribar fueron los reporteros de dos canales internacionales (¿Telemundo y CNN?) y, luego, los canales locales. Al final, cuando ya habíamos declarado para el universo entero, llegó la Policía. Confundidos, habían pasado primero por Studio 92, donde no había ningún subversivo lanzando proclamas, aunque algunos de sus locutores merecieran prisión por los alaridos espantosos que utilizaban para anunciar sus canciones.
Hace un año fui invitado por los presos políticos del penal Castro Castro a dar una charla. Elegí el cambio climático como tema y, luego de los trámites de rigor, las autoridades penitenciarias fijaron una fecha.
Los organizadores eran ex militantes del MRTA, pero a mi exposición asistieron, incluso, los presos comunes. La idea con la que llegué y la impresión con la que me fui era que el MRTA no existía más. Nadie, en las conversaciones previas y posteriores, aludió a un futuro de militancia partidaria. La preocupación de los que estaban próximos a salir era cómo les sentaría la libertad y cuánto les costaría la reinserción. Sabían que, aparte de familias y amigos, no había fuera del presidio ninguna estructura partidaria para cobijarlos. Me sorprendió que, ante la libertad, hubiese más angustia que alegría.
Por ello, si algún extranjero me hubiese preguntado por esta organización, le habría respondido, con total buena fe, como Francisco Soberón, "no se preocupe, ya no existe".
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21. Habría que anotar que cualquier gobierno se hubiese alegrado por no tener terroristas en su gestión.
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