La necesidad de ahorrar energía* por Guillermo Giacosa (*)
Sé que citar experiencias cu-banas irrita a las personas a-maestradas por la información oficial. No obstante, y aunque sé lo difícil que es atravesar la barrera de los prejuicios, citaré un ejemplo que me parece válido para los tiempos que corren, más allá del sistema político económico que cada país haya adoptado. Cuba distribuyó a precios muy bajos ollas que permitían ahorrar electricidad y, luego, hizo lo propio con más de cinco millones de focos ahorradores destinados a desplazar a los tradicionales. El resultado equivale a la creación de dos centrales eléctricas con un adicional importantísimo: esas dos centrales, que contribuirían a la contaminación, no tuvieron que ser creadas. En Venezuela se está aplicando la experiencia en menor escala y lo mismo se está haciendo actualmente en la Argentina.
La contaminación y el agotamiento de las fuentes de energía tienen que ver con la cultura. La nuestra es, por lo general, una cultura del despilfarro. Yo me atrevería a afirmar, basado exclusivamente en mi observación personal, que el 70% de los sistemas sanitarios privados, incluidos caños de cocina, etcétera, están en mal estado y no solo en los hogares privados. Lo mismo ocurre en la mayoría de los sitios públicos que utilizan los servicios de agua corriente. Es indignante observar la ligereza con la que el agua, de la que carecerán los peruanos del futuro, se pierde como si fuera un recurso infinito. Cuando un problema puede ser resuelto por los seres humanos, es un problema cultural hacerlo o dejar de hacerlo. No hay espacio allí para invocar la voluntad divina, la fatalidad o algún otro recurso que sirva para justificar nuestra irracionalidad. Una campaña de verificación de los sistemas sanitarios familiares, que incluya una reparación financiada y una campaña educativa, nos ahorraría la pérdida de miles de millones de litros de agua y expresaría, además, nuestra solidaridad y nuestro sentido de la responsabilidad para con quienes habitarán el futuro que no conoceremos.
Se trata de una cuestión de sentido común pero, desgraciadamente, el sentido común no siempre nace con la naturalidad que debiera hacerlo sino que se requiere insistir sobre el tema y aplicar medidas que, sin lesionar la libertad individual, nos hagan entender que esta no nos habilita a convertirnos en cómplices del genocidio contra las generaciones venideras. Alguien dijo que la muerte de un niño por hambre es un asesinato. Me atrevería a agregar que los problemas que padecerán nuestros descendientes son parte de un crimen al que no somos ajenos.
Con respecto al ahorro de energía eléctrica, la experiencia argentina, que es la más cercana, consiste en una primera etapa en la que el gobierno entrega a un sector postergado de la sociedad dos focos ahorradores a cambio de dos focos comunes. Gradualmente, gobierno y sociedad civil, podrán evaluar el resultado de esta práctica que, aplicada en gran escala, podría significar un ahorro gigantesco de energía sin necesidad de crear nuevas fuentes.
* Desde Rosario, Argentina.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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