sábado, 19 de enero de 2008

UNA LIMA QUE YA SE FUE





Lima, esa desconocida por César Lévano (*)
En verdad, escribir hoy sobre Lima, es decir, sobre la Lima de hoy, es misión imposible sobre todo en una columna breve como ésta.A lo mejor puedo decir algo novedoso si huyo de la novedad. “De esto hace mucho tiempo, muchas ansias”. Me amparo en Vallejo para recordar que fui desde muy niño un peatón de la ciudad. Soy del barrio de Mapiri (hoy Aljovín), donde los muchachos, digo, es un decir, nos amarrábamos los pantalones con rieles de tranvía. Por mi oficio de vendedor de periódicos, desde los siete años de edad, conocí todos los recovecos del Cercado y También de La Victoria. Fui asimismo perito en Rímac y Barrios Altos, y hasta Lince.Allá por los años treinta, Lima estaba aún poblada de chacras, sirenas y campanas. Me explico: yendo en tranvía de Lima a Miraflores, por ejemplo, uno contemplaba por el lado izquierdo, a casi todo lo largo del recorrido, cultivos de verduras. Al lado derecho corría el río Huatica. Recuerdo que, allá por 1940, me iba los domingos por la tarde a leer al borde de una acequia que regaba chacras y me brindaba música. Viajar de Lima al Callao era ir entre huertos. Lima era una ciudad silenciosa. A la caída de las tardes, se podía escuchar las campanas en la hora del ángelus, seis de la tarde. Hoy, sería imposible, creo, percibir este tañido que me infundía una tristeza misteriosa. Lima estaba poblada de fábricas. En mi barrio, las sirenas de las fábricas textiles La Victoria y Santa Catalina, o de la ascendente D'Onofrio, eran como el himno a la puntualidad proletaria.Cuando yo era niño o adolescente, Lima era todavía, si no colonial, cuando menos tradicional. El “progreso” ha afeado esa Lima. Para ensanchar la avenida Abancay, demolieron la iglesia de Santa Teresa, cuya belleza me conmovía. También borraron la Iglesia de la Encarnación. Desapareció la casa de Manuel González Prada, reemplazada por un edificio sin alma. Raúl Porras Barrenechea, en su Pequeña Antología de Lima, inventó esta jaculatoria: “De los alcaldes y los terremotos, ¡líbranos Señor!”. Porras, que tanto amó a Lima, nació en Pisco.Otro que rindió culto a Lima fue José Gálvez, el eminente tarmeño que escribió Una Lima que se va. En el Rímac, que entonces terminaba en Malambo (vulgo: Francisco Pizarro), halló cómo la chispa de los negros bajopontinos catalogaba el café, desde el cargado hasta el acuoso: primordial, secundinario, terciólogo, acuífero y… ¡transparencial!Otro cultor de Lima fue José Antonio Eguiguren, que en su asombroso Las calles de Lima nos revela nombres de arterias y de propietarios de fincas, calle por calle, casa por casa. Era piurano.Yo escuché serenatas, valses, habaneras en la vieja Lima. Ahora hay otras voces, otros espacios. Y también otras inquietudes, otras luchas, otras esperanzas. Yo me adhiero.

(*) Aparecido en la columna del Director del diario La Primera

No hay comentarios: