No matarás por Jorge Bruce (*)
La arremetida del narcotráfico, asesinando a José Mori por razones turbias pero diáfanas -impedir el testimonio del narco asesinado y enviar una amenaza de muerte a los demás testigos- coincide, en macabra sincronía, con las intervenciones de los miembros del Grupo Colina en el juicio de Fujimori. Así, el agente José Tena ha declarado que no se entregaban "detenidos", como dice Nakazaki: "Todos los operativos de Colina terminaron con la muerte del prisionero". El ex integrante del escuadrón de aniquilamiento precisó que todo se hacía por orden de las más altas autoridades: Hermoza, Montesinos y Fujimori. Al mismo tiempo, con sospechosa tozudez, la fiscal de la Nación, Adelaida Bolívar, insiste en enviar a la fiscal Loayza a Maynas, donde las probabilidades de que termine como Mori aumentan exponencialmente. Maynas, ni de vainas, ha dicho con razón la funcionaria. En ese concierto letal, el congresista Santiago Fujimori ha agitado el espectro de una guerra civil, en caso de que su hermano fuera condenado a una pena severa. Así sea una bravata ridícula, constituye una gravísima forma de extorsión a los magistrados y a la nación que estos representan. Además, es un mensaje tan sedicioso como las proclamas mortíferas de Antauro Humala y la carta de apoyo que le enviara su hermano Ollanta, otro caso que agita las crónicas rojas y políticas.
¿Son meras coincidencias estas señales tanáticas? No lo parece. Los juicios trascendentes, como los de Fujimori o Zevallos por distintos motivos, así como el de Antauro Humala -que tiene algo de kafkiano porque no sucede-, nos confrontan con los síntomas más perturbadores de nuestra sociedad. Eso que los escritores captan con lo que el poeta Gonzalo Rojas llama la "oreja mental". Por eso la novela La Carretera, de Cormac McCarthy, que narra el periplo de un padre con su hijo en un Estados Unidos postapocalíptico, no suena futurista sino actual. Cuando le hacen la pregunta respectiva, el gran novelista responde con su estilo lacónico habitual: "es por el 11 de setiembre".
El narcotráfico y los partidarios de la dictadura están atacando la atmósfera de serenidad en que debe desplegarse un proceso judicial. El desafío es considerable y mucho lo que está en juego. Gracias a ese espacio de justicia, el ex agente José Tena ha sido el primero de los Colina en pedir perdón a los familiares de las víctimas. Esto contrasta brutalmente con la denuncia de la abogada Gloria Cano, relatando que en la sala de audiencia algunos fujimoristas habrían hostilizado a dichos familiares, espetándoles que sus parientes eran terroristas y merecían morir. En una carta valiente, lúcida y autocrítica (cuya circulación en internet me fue señalada por Max Hernández), Oscar del Barco, intelectual argentino y ex montonero, ha desnudado esta falacia, desatando una violenta polémica en los medios de izquierda: "La maldad, como dice Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar el no matarás cuando se trata de nuestros propios hijos".
La barbarie de Videla no justifica los crímenes de los Montoneros, ni viceversa. La de Bush no avala la de Castro ni los atropellos de Chávez, así como las atrocidades de Sendero -que nunca ha pedido perdón ni mostrado arrepentimiento- no condonan las de las Fuerzas Armadas. La civilización es eso que no cede y resiste con firmeza. Sin excepciones. Aunque nos tarde reconocerlo.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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